Lluvias que dejan huellas
Lluvias que dejan huellas POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EX MINISTRO Y EMBAJADOR. E vuelven prudentemenstos dias de lluvia me te optimista. En la zona central dispondremos de agua este verano y el próximo año. ¿Será? Ya no hablamos en términos de extensos ciclos Iluviosos, seguidos de ciclos secos. Al contemplar las escasas lluvias invernales -otrora coplosas nos consuela pensar que al menos habrá agua en el corto plazo. Algo es algo. Supongo que las autoridades pronto mostrarán las obras iniciadas o construidas desde el 2022 a la fecha para enfrentar la creciente merma hídrica. Los camiones cisterna, decorados con letreros del gobierno regional, que suministran en forma racionada agua a la población, no pueden ser la respuesta definitiva al drama de cientos de miles, mi ciudad incluida. Esa medida parche, útil como respuesta de emergencia, hace mucho que no cumple los requisitos "civilizatorios" minimos. Es el nivel de Cubay Haiti, no el de Chile.
De paso celebro el veloz avance de las tuberías de agua multipropósito de la empresa privada Aguas Pacifico, destinada a labores mineras, que crearán empleos, pero que también beneficiará a clientes industriales y agricolas, y al consumo humano de la zona.
Tengo mis razones para dudar de la autoridad: el Presidente Boric, en enero de 2023, dio en Viña del Mar "el puntapie inicial" para la construcción del tren de velocidad Santiago-Valparaiso, una entelequia que duró menos que los ecos de la fanfarria prometiendo humo por la cercanía de elecciones.
Espero que esta vez las autoridades locales informen sobre lo que efectivamente han hecho para afrontar la situación hídrica aqui, y que eso no se reduzca al suministro con camiones cisternas, que es un analgésico para una enfermedad que requiere cirugia mayor.
En fin, cada domingo me propongo publicar una columna sin connotaciones politicas, pues éstas harto nos agobian por la incertidumbre de nuestro Chile postrado económicamente y con problemas que lo desbordan, un pais con el alma trizada que se le cae a pedazos. Sin embargo, vuelvo a caer en lo politico porque creo que continuar como vamos desembocará en tragedia. La situación es delicada. No se puede tapar el sol con un dedo.
Vuelvo al tema dominical que deseaba compartir con ustedes: las lluvias de estos días en nuestra zona me traen a la memoria no sólo las torrenciales de decenios atrás, acompañadas de "temporales", jornadas en que el Pacifico se encabritaba, estallaba en tempestades que duraban dias y causaban estragos, incluso hacian encallar o hundiana barcos en la bahía.
Todo eso ocurría ante los ojos de los porteños que contemplaban azorados la potencia de la lluvia, el viento y las olas mientras tapaban goteras y martillaban las planchas de zinc para que no se fueran volando. Entonces el heroico Bote Salvavidas cruzaba la bahia brincando de ola en ola para socorrer a barcos y tripulaciones en emergencia. Sonaban las sirenas de las naves como llanto de niños abandonados, y yo seguía eso desde mi cuarto con binoculares, incredulo. Los "caballeros del océano" -tripulantes del Bote Salvavidasno se arredraban ante nada. Con brio asumian sus riesgosas faenas de auxilio y rescate. Siempre quise hablar con esos intrépidos anónimos, mas nunca lo logré. Estos dias de lluvias tambien me traen a la memoria lluvias de otras ciudades en que vivi. Nombraré hoy sólo dos. Una es la pequeña ciudad universitaria de lowa City, ciudad del Medio Oeste estadounidense, cuna mundial de los talleres de escritura creativa, donde obtuve mi maestria en literatura y doctorado en filosofia. La denominada "Atenas entre los maizales" está situada en el centro de la gentil pradera de lowa. Nada lejos de Canadá, allí tanto las lluvias de verano -que por su humedad y temperatura parecen del Caribecomo en la primavera son diluvios biblicos. Uno tefreno ni el manubrio. Y, de no creer: uno no puede caminar porque el hielo es traicionero, y una caída puede resultar fatal. Lo recomendable a trechos (no bromeo) es avanzar pasito a pasito aferrandose a rejas (no hay muchas), a árboles, postes de luz, monumentos y, lo más seguro, es gatear o arrastrarse o andar en cudillas. Si caminas y te caes, quedas inconsciente y nadie te ve, puedes morir. La ayuda puede no llegar. Dos veces en quince años el fenómeno me pilló en la universidad. La primera volví a casa caminando. Me resbalé y cai tres veces. Era joven y novato allí, y Dios me ayudó, pero caf con dignidad porque estaba oscuro y no andaba nadie en el inclinado parque que atravesaba. Años más tarde enfrente otra helada repentina porque la alarma habla pronosticado el fenómeno a las siete de la tarde, pero comenzó a las seis. Todo me que el mundo se desfonde por tanta agua. Son precipitaciones intensas, cerradas, furiosas como si los dioses del Olimpo se vengasen de los mortales. Intimidan, más aun sus rayos surtidos. La cortina de agua impide ver el otro lado de la calle. Los elementos nos recuerdan nuestra insignificancia. No puede haber una sola gotera en el techo, pues se Inundará la casa. Pero al final del otoño a veces se producía un sorpresivo transito de la lluvia fria al punto de congelamiento. Todo se congela en segundos. La ciudad se vuelve una pista de hielo. Nadie debe circular por las calles. De un momento a otro deja de llover, baja la temperatura a menos de cero y afuera todo se congela.
Revientan cañerías de agua no abrigadas, los vehículos no pueden desplazarse pues sus ruedas no se agaman al hielo, y si se deslizan por calles inclinadas, no sirven el de pronto quedo desierto como si hubiesen avisado que iban a bombardear. Fui a casa, me sentia experimentado para hacerlo. Me eché la mochila a la espalda cargada con libros y papel para protegerme en una caída, y supuse que la shapka rusa de piel de conejo me protegería la cabeza. El trecho que cubría usualmente en 17 minutos, me tomó más de hora y media. El rio lowa estaba congelado. Lo cruce por un puente, aferrado a sus barrotes. Dos veces pasaron etéreas y concentradas muchachas que parecian ángeles pues se deslizaban gráciles en patines de hielo. Igual corren riesgos, pensé con envidia. Ojala nevara, me dije, porque la nieve es un algodón que permite caminar con esfuerzo pero seguridad. También inolvidables son las lluvias de la otrora espléndida La Habana. Se hacen anunciar por pesadas nubes que avanzan con impetu des de el horizonte hacia el Malecón. Su emisario es un tibiovaho perfumado a tierra, raices y hojas húmedas que viene de otras islas navegando por el Golfo. Porta una promesa redentora, una tregua de frescura olorosa y excitante. Uno se alegra, asegura puertas y ventanas y, si anda en la calle, busca donde guarecerse de los ramalazos porque esa lluvia empapa en tres segundos si es que antes no te mata un rayo. Recibia con gratitud el trueno, porque es sefial de que no te mato el rayo.
No había como protegerse de la lluvia en Cuba, isla de lluvias y huracanes, porque ni paraguas, ni botas ni menos capas había entonces. ¿Sabrá Fidel que no hay paraguas? Por eso usábamos el diario Granma de sombrero. Si, el único, el del PC, desde luego, un panfleto de ocho páginas (hoy de cuatro), la mitad dedicadas a Fidel y el resto a la reproducción de su último discurso.
Asi el Granma adquiría valor de uso, diria Karl Marx en El Capital (que nunca tuvo). No, no olvido las singulares Iluvias de lowa City ni de La Habana, pero tampoco las de Estocolmo, Ciudad de México, Salgon, Madrid o Bonn. Esas son tal vez para otra columna empapada con la lluvia del Chile Profundo.. UND NOITKLAS