En el nombre de UN PADRE Y UNA MADRE
En el nombre de UN PADRE Y UNA MADRE AJELLACZELÁZNOGAILIMAFAZELITNEGEn el sentido del reloj: Rodrigo González y María Carolina Calleja en 2022, en el cumpleaños de ella. A la izquierda abajo, Rodrigo papá en 2002 con su hijo a caballo. Al medio, en 1992, el día de su matrimonio, junto a los papás de María Carolina. Arriba, la pareja disfrutando en Reñaca. A la derecha, Rosario junto a su papá en el Campeonato Nacional de Rodeo en 2023. Al lado, Rodrigo GPOR LEO RIQUELMEEs martes por la tarde en un Ranca-“Vi que era un número desconocido y tuve un presentimiento”, cuenta Rodrigo. La llamada era de alguien que dijo ser teniente de Carabineros. “Apenas se presentó supe que algo malo les había pasado a los dos”, afirma. gua abrasador.
A esta hora hay 32 en la capital de la Región de OHiggins, que apenas se logran capear con el aire acondicionado que enfría la sala de estar del piso 10 de un edificio del sector suroriente de la ciudad. Por el ventanal, en el horizonte, se divisan los cerros de Graneros. Están justo a la espalda del sillón de cojines blancos sobre los que está sentada Rosario González. Su hermano Rodrigo, del otro lado de una mesa de centro adornada con libros y esculturas, mira hacia ellos. En esa comuna agrícola, siete días antes, murieron sus padres. Ocurrió en la madrugada del miércoles 12, cuando Rodrigo González Aguirre y María Carolina Calleja Lucero fueron asesinados por una banda de delincuentes que ingresó presuntamente a robar a la parcela familiar.
De acuerdo a la investigación que lleva la Fiscalía, esa noche hubo intercambio de disparos y una llamada de María Carolina a Carabineros pidiendo socorro pero de eso los hermanos advierten que no hablarán tampoco sobre los avances de la indagatoria, del estado en que quedó la casa en que habitaron durante décadas ni del trabajo que han realizado las policías y las autoridades para enfrentar la sensación de inseguridad que aqueja al país y a los habitantes del campo. Pocas horas antes de este encuentro, en la plaza de armas de Rancagua, se realizó una manifestación organizada por la Federación de Agricultores deOHiggins y conocidos de la familia. Llegaron unas 200 personas y se convocó el mismo día en que la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA) reportó que el 78% del sector ha sido víctima de la delincuencia en los últimos 12 meses. Rodrigo y Rosario optaron por no participar de la protesta, pues han preferido mantenerse al margen de todo tipo de figuración pública. Rodrigo es estudiante de Ingeniería en la Universidad Católica y Rosario es diseñadora en una empresa de calzado. En estos días se la han pasado entre Santiago y Rancagua realizando trámites, tratando de seguir con sus rutinas y permanecer constantemente con personas que los quieren. Rodrigo González Aguirre y María Carolina Calleja comenzaron su relación a fines de los 80. Ella era oriunda de Santa Cruz y él solía visitar la zona por cuestiones familiares y por su gran afición al rodeo. Fue bien chistosa la manera en que se conocieron. Ellos siempre lo contaban relata su hijo Rodrigo, de 22 años. Resulta que mi papá iba en un auto y mi mamá estaba con una de sus hermanas, Macarena, en un signo pare.
Mi papá pasó, lo miraron y mi mamá le dijo a ella: “Yo me voy a casar con él”. No tengo claro si se cachaban de antes, pero sí que tenían grupos de amigos similares por el rodeo, que a los dos les gustaba mucho añade su hija, Rosario, de 27. Mi papá tiraba pinta cuando joven. Una vez que se conocieron se pusieron a pololear, pero al cabo de un tiempo la pareja terminó. No sé por qué fue que pasó eso, pero mi papá contaba que un día fue a verla y le dijo: “Volvamos a pololear, pero si volvemos es para casarnos” explica el hijo. Y ahí se casaron mi mamá era súper chica, tenía 21 años, y mi papá era ocho años mayor que ella. El matrimonio por el civil fue el 10 de octubre de 1992 en Santa Cruz. Fotos del enlace religioso los muestran a ambos sonrientes, a él de traje negro y corbata gris; y a ella con un vestido blanco, una delicada corona y aritos de perla. Rodrigo estudiaba Derecho y María Carolina cursaba Ingeniería Comercial, pero ambos dejaron sus carreras para contraer nupcias, algo que el hombre habló antes con su padrino, el empresario Gonzalo Vial, a quien le pidió ayuda. Mi papá cuenta que él le dijo: “Medítalo bien, habla con tu papá antes” explica el muchacho. Cuando ya estuvo seguro, don Gonzalo lo mandó a trabajar a Agrosuper.
Le dijo que tenía un año para recorrer cada departamento porque quería que aprendiera de todo, de contabilidad, definanzas, de gestión, y una vez terminado eso lo mandó al Convento, a Santo Domingo, a armar el proyecto de los pabellones. La juventud del matrimonio está muy documentada gracias a la afición que tenía María Carolina por la fotografía.
En esos recuerdos se les ve siempre abrazados, sonrientes, en la playa, en el campo, en el lago, pero sobre todo junto a sus caballos, una pasión que Rodrigo heredó de su abuelo, quien fundó el centenario criadero La Rosa, cuna de animales que han sido campeones de Chile.
“La talla constante entre ellos era que mi papá le decía: Es que tú me ibas a ver a los rodeos; y mi mamá le respondía: No, eras tú el que adentro de la medialuna me pasaba mirando para afuera”, dice con una sonrisa Rodrigo. “Sí, esa no fallaba”, concuerda su hermana. La pareja entre sí era muy expresiva, especialmente él.
“Mi papá como que sometía a un suplicio de besos, era agotador en su forma de querer, él agarraba besos y en las mañanas escuchábamos siempre a mi mamá decir: Ya, ya, ya”, confidencia Rosario, haciendo un gesto de alejamiento. “Eso era el primer enojo de mi mamá en las mañanas”, añade su hermano. Otra manera de Rodrigo de expresar su cariño era haciéndoles asado de plateadas. Los hijos cuentan que cada vez que estaban en Santiago él les llamaba por teléfono preguntándoles que cuándo regresarían a la parcela de Graneros, para poner a descongelar la carne y tenerla lista para recibirlos. Él pensaba que había descubierto la mejor receta del mundo bromea el hijo.
Nos reíamos mucho porque una plateada se hace lento, en más de tres horas, pero mi papá cuando llevaba como una hora y media no daba más por querer cortarla y los primeros pedazos de carne que nos comíamos siempre eran un poquito crudos. Ya cuando íbamos por la mitad se ponía buena. “¡Es que era muy ansioso! ”, complementa Rosario. En eso eran distintos con María Carolina, a quien recuerdan como una persona meticulosa, amante de los lápices, las libretas y las agendas, donde anotaba cada una de sus tareas. Ella tenía una caja grande con una colección de lápices de merchandising.
Pero fuera de eso, a ella le encantaban los“La talla constante entre ellos era que mi papá le decía: Es que tú me ibas a ver a los rodeos; y mi mamá le respondía: No, eras tu el que adentro de la medialuna me pasaba mirando para afuera”, dice con una sonrisa Rodrigo. “Sí, esa no fallaba”, concuerda su hermana. lápices para usarlos en el día a día explica su hija, quien admite que heredó esa obsesión. Para el trabajo ella tenía tres estuches con lápices de distinto grosor, colores, destacadores, pasta azul, porque no le gustaba el negro. Tenía muchas hojas de cuaderno escritos con su nombre probando lápices hasta encontrar el que le acomodaba y con ese seguía pero no era que se deshiciera de los otros. Todos ellos los transportaba en su cartera, que los hijos describen como “gigante”, que fácilmente pesaba unos ocho kilos. Recuerdan que en ella María Carolina transportaba desde tijeras hasta medicamentos para atender cualquier tipo de contingencia que se pudiera presentar. Y de eso bien sabían ambos, pues estudiaron en el mismo lugar en que su madre era la asistente de Familia. Era en el colegio La Cruz de Machalí, un establecimiento particular con fama por formar comunidad entre sus miembros.
Rodrigo cuenta que ella entró a trabajar hace muchos años como encargada de admisión, pero la dirección notó rápidamente que solía preocuparse de las situaciones especiales que vivían los alumnos y sus padres, por lo que la pusieron a cargo de la relación entre los profesores y las familias. Durante estos días, decenas de apoderados de este colegio han destacado públicamente lo preocupada que era en esa función. Afirman que aunque tenía a cargo a muchas familias a la vez, a cada una de ellas las hacía sentir como si fueran su única preocupación. Sus hijos sonríen cuando recuerdan lo que significaba también para ellos contar con la mamá en el colegio en que estudiaban “Yo nunca, nunca, nunca tuve hambre en un recreo. O sea, siempre me tenía dulces en la oficina. Yo invitaba a mis amigos: ¿ Vamos a comer unos Frugelés dónde mi mamá?, ¡vamos!, recrea Rodrigo. “Yo también le saqué el jugo: si queríamos capear clases nos íbamos a su oficina con mis amigas. Por ejemplo, si llegábamos con las uñas pintadas al colegio, lo que no se podía, partíamos donde mi mamá porque ella tenía quitaesmalte lo pasábamos chancho ahí”, apunta Rosario. De todas formas, agregan que ella no olvidaba su rol de autoridad.
“Ninguno de los dos se portaba mal en el colegio, pero de repente uno tiraba una tallita en la sala y te echaban de la clase entonces mi mayor susto era que mi mamá pasara caminando y me viera, así que me escondía detrás de los postes para que no me viera, o me iba derechamente a la oficina del prefecto, del inspector, porque prefería estar ahí a que me viera afuera de la sala”, explica el hijo.
Ese trabajo llevaba a que ambos pasaran gran parte del día junto a su madre en el colegio o a caballo con su padre en la casa, lazo que hizo que cuando ambos se fueron a Santiago a seguir con sus estudios, Rodrigo contara los días que le restaban para volver a su casa en Graneros cada semana. Rosario, en cambio, admite que lo hacía menos por su profesión y las actividades sociales capitalinas, aunque añade que cada vez que pasaba unos días con sus padres le apenaba tener que dejarlos. Arriba a la izquierda, Rodrigomontando junto a su hija Rosario. Abajo, Rodrigo hijo. A la derecha, la pareja en la playa y abajo, Rosario junto a su mamá, quien trabajaba en el colegio La Cruz de Machalí. “El Guata partió con la idea”, comenta Rosario, aludiendo al apodo con que la familia llama cariñosamente a Rodrigo. “Yo le dije: ¿ te tinca si tu le escribes algo a la mamá y yo al papá?”, explica él. En las cartas se mencionó el amor por los caballos y las plateadas del padre; y los lápices y fotografías de la madre. Ambos coincidieron en las lecciones que entregaron, el cariño que les prodigaron y en la huella que dejaron. “A mí me costó partir cuando la escribí, pero después fue fluyendo. La escribí en mi celular con mi estilo de dejar pausas, con puntos suspensivos en realidad me costó un poco partir porque uno no se quiere enfrentar a hacerlo”, explica Rosario. Rodrigo dice que a él le fue difícil. “El día anterior estuve como tres horas y llevaba como una línea. Sentía que todo lo que quería decir se lo quería decir a ellos y no al público me costó unas diez lloradas.
Al final me fui a acostar, pero me desperté a la mitad de la noche, como a las cuatro, y seguí escribiéndola”. Desde ese día hasta hoy los hermanos afirman que sus familiares y amigos les han prestado mucho apoyo afectivo y en la realización de los trámites asociados a una tragedia como la que han vivido, lo que les ha facilitado el duelo. Rosario cuenta que ya desde el momento del funeral se ha sentido tranquila. “Sé que no se viene fácil, pero ya es-“Yo ahí perdí la noción del tiempo, porque llegamos cuando todavía estaba oscuro, aún no amanecía dice Rosario. A mí el día se me hizo eterno viví como 15 días en uno”. toy en paz dentro de lo que se puede”, afirma la joven. Su hermano, sentado al frente, cuenta que en los pocos momentos en que queda solo le baja una enorme pena. Dice que en esos momentos es cuando recuerda los sueños truncos que quedaron, como terminar el quincho que tenían en construcción y correr junto a su papá en el Campeonato Nacional de Rodeo. Sobre eso, dice, hablaban cada sábado mientras andaban a caballo uno al lado del otro en la medialuna de la casa a la que él siempre deseaba volver. Una imagen del funeral del matrimonio, en el que hubo unaguardia de honor de huasos y estuvo presente “Rotoniño”, el caballo favorito del corralero. También se leyeron cartas de los dos hijos. rio. Mi hermano me dijo que estuviera tranquila, que él se iría a duchar y me pidió que armara un bolso para irnos a Rancagua. Yo estaba en shock. Rodrigo confidencia que en realidad habló con su hermana cinco minutos después que recibió la noticia. A ella se lo conté cuando paré de tiritar. Rodrigo condujo el auto en el viaje entre Santiago y Graneros.
En el trayecto de una hora casi no cruzaron palabras, aunque antes llamaron por teléfono a familiares y a quien era la nana del matrimonio durante toda la vida, a quien le pidieron que fuera a su casa porque necesitaban que los acompañara.
Rodrigo también volvió a hablar con el teniente que le llamó y le entregó detalles sobre el lugar, cuáles podían ser las opciones de acceso a la parcela y del sitio en que se ocultaban sus perras cada vez que se asustaban o las retaban por portarse mal. A su llegada a la casa los policías no los dejaron entrar y los oficiales a cargo les hicieron una serie de preguntas buscando respuestas que pudieran aportar a la investigación. Rodrigo cuenta que él encontró a sus perras, pero no pudo acercarse a los caballos debido a que aún estaban aterrados por lo sucedido. Yo ahí perdí la noción del tiempo, porque llegamos cuando todavía estaba oscuro, aún no amanecía dice Rosario. A mí el día se me hizo eterno viví como 15 días en uno, pero sabía que todo iba a ser muy lento, que todo se iba a demorar. Ha pasado más de una semana desde el crimen y hasta el cierre de esta edición la Fiscalía no reportaba avances sobre la investigación, que tiene carácter de secreto. Pasadas las tres de la madrugada del miércoles 12 de marzo, vecinos del condominio de parcelas Nuevos Campos, en Graneros, escucharon disparos. Luego los describirían como diferentes a los habituales escopetazos al aire que se lanzan cuando los perros sienten presencias extrañas en esos sectores. No, dicen, los de esa noche sonaron como ráfagas de balas. Lo que los residentes no sabían era que a esa hora María Carolina llamaba al 133 de Carabineros denunciando lo que pasaba en su casa. Según consta en una grabación, le informó a la operadora que junto a su esposo estaban siendo víctimas de un robo.
Son como cinco personas, estamos solos y nos están disparando, le dijo a la funcionaria. ¿Esto es en Rancagua o en Graneros? le preguntó la persona. ¿Es en (se oyen disparos) ah mierda, ¡ayyy, mierda! ¡por favor! () Nos van matar”, le rogó María Carolina a la voz que la atendía. Tras darle su dirección e insistirle en que eran víctimas de un asalto, la llamada se cortó. Cerca de una hora después, un grupo de carabineros llegó al predio y encontró al matrimonio fallecido. Los hijos habían hablado con su padre el día anterior, cuando él les pidió, como siempre hacía, que se cuidaran. También le preguntó a la joven si pensaba visitarlos en los próximos días, pues quería esperarla con una plateada. Rodrigo cuenta que cerca de las 4 de la madrugada sonó su teléfono.
Dice que no le extrañó porque muchas veces sus amigos lo llamaban a esa hora al fragor de un “carrete”. Es malo que a uno lo despierten, pero siempre que pasaba me despertaba con una sonrisa porque pensaba: “Quizás quién me está llamando ahora y con qué me voy a reír” explica el muchacho. Pero esta vez vi que era un número desconocido y tuve un presentimiento. La llamada era de alguien que dijo ser teniente de Carabineros. “Apenas se presentó supe que algo malo les había pasado a los dos”, afirma. El oficial le informó que a la parcela entraron unos sujetos y habían matado a sus padres. A sabiendas de que su hermana detestaba que la despertaran, Rodrigo entró sigilosamente a su habitación y le susurró su nombre al oído. Él estaba muy calmado y empezó a contarme. Como estaba despertando, yo no entendía nada y cuando atiné lo bombardeé a preguntas.
Ahí vino como un segundo en que pensé: “¡ ¿Qué hago ahora, a quién llamo?! ” explica Rosa-Los restos de Rodrigo y María Carolina fueron despedidos el viernes 14 con una misa en la parroquia San Francisco de Sales, en Vitacura. En las exequias hubo una guardia de honor de huasos y estuvo presente “Rotoniño”, el caballo favorito del corralero. También se leyeron cartas de los dos hijos.. El asesinato del matrimonio formado por Rodrigo González y María Carolina Calleja golpeó al campo chileno. La pareja fue baleada la semana pasada mientras dormía en su parcela en Graneros, truncando con ello la vida de una familia formada hace 32 años.
Sus hijos, Rosario y Rodrigo, hablan juntos por primera vez de las pasiones que movían a este corralero y a su mujer, asistenta de Familia de un colegio de Machalí, cuyos decesos han provocado tantas manifestaciones de cariño, en un crimen que aún no tiene detenidos. a Cruz, de donde es ella. abajo, la pareja en Sant onzález en la medialuna y En el nombre de UN PADRE Y UNA MADRE AJELLACZELÁZNOGAILIMAFAZELITNEGEn el sentido del reloj: Rodrigo González y María Carolina Calleja en 2022, en el cumpleaños de ella. A la izquierda abajo, Rodrigo papá en 2002 con su hijo a caballo. Al medio, en 1992, el día de su matrimonio, junto a los papás de María Carolina. Arriba, la pareja disfrutando en Reñaca. A la derecha, Rosario junto a su papá en el Campeonato Nacional de Rodeo en 2023. Al lado, Rodrigo GPOR LEO RIQUELMEEs martes por la tarde en un Ranca-“Vi que era un número desconocido y tuve un presentimiento”, cuenta Rodrigo. La llamada era de alguien que dijo ser teniente de Carabineros. “Apenas se presentó supe que algo malo les había pasado a los dos”, afirma. gua abrasador.
A esta hora hay 32 en la capital de la Región de OHiggins, que apenas se logran capear con el aire acondicionado que enfría la sala de estar del piso 10 de un edificio del sector suroriente de la ciudad. Por el ventanal, en el horizonte, se divisan los cerros de Graneros. Están justo a la espalda del sillón de cojines blancos sobre los que está sentada Rosario González. Su hermano Rodrigo, del otro lado de una mesa de centro adornada con libros y esculturas, mira hacia ellos. En esa comuna agrícola, siete días antes, murieron sus padres. Ocurrió en la madrugada del miércoles 12, cuando Rodrigo González Aguirre y María Carolina Calleja Lucero fueron asesinados por una banda de delincuentes que ingresó presuntamente a robar a la parcela familiar.
De acuerdo a la investigación que lleva la Fiscalía, esa noche hubo intercambio de disparos y una llamada de María Carolina a Carabineros pidiendo socorro pero de eso los hermanos advierten que no hablarán tampoco sobre los avances de la indagatoria, del estado en que quedó la casa en que habitaron durante décadas ni del trabajo que han realizado las policías y las autoridades para enfrentar la sensación de inseguridad que aqueja al país y a los habitantes del campo. Pocas horas antes de este encuentro, en la plaza de armas de Rancagua, se realizó una manifestación organizada por la Federación de Agricultores deOHiggins y conocidos de la familia. Llegaron unas 200 personas y se convocó el mismo día en que la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA) reportó que el 78% del sector ha sido víctima de la delincuencia en los últimos 12 meses. Rodrigo y Rosario optaron por no participar de la protesta, pues han preferido mantenerse al margen de todo tipo de figuración pública. Rodrigo es estudiante de Ingeniería en la Universidad Católica y Rosario es diseñadora en una empresa de calzado. En estos días se la han pasado entre Santiago y Rancagua realizando trámites, tratando de seguir con sus rutinas y permanecer constantemente con personas que los quieren. Rodrigo González Aguirre y María Carolina Calleja comenzaron su relación a fines de los 80. Ella era oriunda de Santa Cruz y él solía visitar la zona por cuestiones familiares y por su gran afición al rodeo. Fue bien chistosa la manera en que se conocieron. Ellos siempre lo contaban relata su hijo Rodrigo, de 22 años. Resulta que mi papá iba en un auto y mi mamá estaba con una de sus hermanas, Macarena, en un signo pare.
Mi papá pasó, lo miraron y mi mamá le dijo a ella: “Yo me voy a casar con él”. No tengo claro si se cachaban de antes, pero sí que tenían grupos de amigos similares por el rodeo, que a los dos les gustaba mucho añade su hija, Rosario, de 27. Mi papá tiraba pinta cuando joven. Una vez que se conocieron se pusieron a pololear, pero al cabo de un tiempo la pareja terminó. No sé por qué fue que pasó eso, pero mi papá contaba que un día fue a verla y le dijo: “Volvamos a pololear, pero si volvemos es para casarnos” explica el hijo. Y ahí se casaron mi mamá era súper chica, tenía 21 años, y mi papá era ocho años mayor que ella. El matrimonio por el civil fue el 10 de octubre de 1992 en Santa Cruz. Fotos del enlace religioso los muestran a ambos sonrientes, a él de traje negro y corbata gris; y a ella con un vestido blanco, una delicada corona y aritos de perla. Rodrigo estudiaba Derecho y María Carolina cursaba Ingeniería Comercial, pero ambos dejaron sus carreras para contraer nupcias, algo que el hombre habló antes con su padrino, el empresario Gonzalo Vial, a quien le pidió ayuda. Mi papá cuenta que él le dijo: “Medítalo bien, habla con tu papá antes” explica el muchacho. Cuando ya estuvo seguro, don Gonzalo lo mandó a trabajar a Agrosuper.
Le dijo que tenía un año para recorrer cada departamento porque quería que aprendiera de todo, de contabilidad, definanzas, de gestión, y una vez terminado eso lo mandó al Convento, a Santo Domingo, a armar el proyecto de los pabellones. La juventud del matrimonio está muy documentada gracias a la afición que tenía María Carolina por la fotografía.
En esos recuerdos se les ve siempre abrazados, sonrientes, en la playa, en el campo, en el lago, pero sobre todo junto a sus caballos, una pasión que Rodrigo heredó de su abuelo, quien fundó el centenario criadero La Rosa, cuna de animales que han sido campeones de Chile.
“La talla constante entre ellos era que mi papá le decía: Es que tú me ibas a ver a los rodeos; y mi mamá le respondía: No, eras tú el que adentro de la medialuna me pasaba mirando para afuera”, dice con una sonrisa Rodrigo. “Sí, esa no fallaba”, concuerda su hermana. La pareja entre sí era muy expresiva, especialmente él.
“Mi papá como que sometía a un suplicio de besos, era agotador en su forma de querer, él agarraba besos y en las mañanas escuchábamos siempre a mi mamá decir: Ya, ya, ya”, confidencia Rosario, haciendo un gesto de alejamiento. “Eso era el primer enojo de mi mamá en las mañanas”, añade su hermano. Otra manera de Rodrigo de expresar su cariño era haciéndoles asado de plateadas. Los hijos cuentan que cada vez que estaban en Santiago él les llamaba por teléfono preguntándoles que cuándo regresarían a la parcela de Graneros, para poner a descongelar la carne y tenerla lista para recibirlos. Él pensaba que había descubierto la mejor receta del mundo bromea el hijo.
Nos reíamos mucho porque una plateada se hace lento, en más de tres horas, pero mi papá cuando llevaba como una hora y media no daba más por querer cortarla y los primeros pedazos de carne que nos comíamos siempre eran un poquito crudos. Ya cuando íbamos por la mitad se ponía buena. “¡Es que era muy ansioso! ”, complementa Rosario. En eso eran distintos con María Carolina, a quien recuerdan como una persona meticulosa, amante de los lápices, las libretas y las agendas, donde anotaba cada una de sus tareas. Ella tenía una caja grande con una colección de lápices de merchandising.
Pero fuera de eso, a ella le encantaban los“La talla constante entre ellos era que mi papá le decía: Es que tú me ibas a ver a los rodeos; y mi mamá le respondía: No, eras tu el que adentro de la medialuna me pasaba mirando para afuera”, dice con una sonrisa Rodrigo. “Sí, esa no fallaba”, concuerda su hermana. lápices para usarlos en el día a día explica su hija, quien admite que heredó esa obsesión. Para el trabajo ella tenía tres estuches con lápices de distinto grosor, colores, destacadores, pasta azul, porque no le gustaba el negro. Tenía muchas hojas de cuaderno escritos con su nombre probando lápices hasta encontrar el que le acomodaba y con ese seguía pero no era que se deshiciera de los otros. Todos ellos los transportaba en su cartera, que los hijos describen como “gigante”, que fácilmente pesaba unos ocho kilos. Recuerdan que en ella María Carolina transportaba desde tijeras hasta medicamentos para atender cualquier tipo de contingencia que se pudiera presentar. Y de eso bien sabían ambos, pues estudiaron en el mismo lugar en que su madre era la asistente de Familia. Era en el colegio La Cruz de Machalí, un establecimiento particular con fama por formar comunidad entre sus miembros.
Rodrigo cuenta que ella entró a trabajar hace muchos años como encargada de admisión, pero la dirección notó rápidamente que solía preocuparse de las situaciones especiales que vivían los alumnos y sus padres, por lo que la pusieron a cargo de la relación entre los profesores y las familias. Durante estos días, decenas de apoderados de este colegio han destacado públicamente lo preocupada que era en esa función. Afirman que aunque tenía a cargo a muchas familias a la vez, a cada una de ellas las hacía sentir como si fueran su única preocupación. Sus hijos sonríen cuando recuerdan lo que significaba también para ellos contar con la mamá en el colegio en que estudiaban “Yo nunca, nunca, nunca tuve hambre en un recreo. O sea, siempre me tenía dulces en la oficina. Yo invitaba a mis amigos: ¿ Vamos a comer unos Frugelés dónde mi mamá?, ¡vamos!, recrea Rodrigo. “Yo también le saqué el jugo: si queríamos capear clases nos íbamos a su oficina con mis amigas. Por ejemplo, si llegábamos con las uñas pintadas al colegio, lo que no se podía, partíamos donde mi mamá porque ella tenía quitaesmalte lo pasábamos chancho ahí”, apunta Rosario. De todas formas, agregan que ella no olvidaba su rol de autoridad.
“Ninguno de los dos se portaba mal en el colegio, pero de repente uno tiraba una tallita en la sala y te echaban de la clase entonces mi mayor susto era que mi mamá pasara caminando y me viera, así que me escondía detrás de los postes para que no me viera, o me iba derechamente a la oficina del prefecto, del inspector, porque prefería estar ahí a que me viera afuera de la sala”, explica el hijo.
Ese trabajo llevaba a que ambos pasaran gran parte del día junto a su madre en el colegio o a caballo con su padre en la casa, lazo que hizo que cuando ambos se fueron a Santiago a seguir con sus estudios, Rodrigo contara los días que le restaban para volver a su casa en Graneros cada semana. Rosario, en cambio, admite que lo hacía menos por su profesión y las actividades sociales capitalinas, aunque añade que cada vez que pasaba unos días con sus padres le apenaba tener que dejarlos. Arriba a la izquierda, Rodrigomontando junto a su hija Rosario. Abajo, Rodrigo hijo. A la derecha, la pareja en la playa y abajo, Rosario junto a su mamá, quien trabajaba en el colegio La Cruz de Machalí. “El Guata partió con la idea”, comenta Rosario, aludiendo al apodo con que la familia llama cariñosamente a Rodrigo. “Yo le dije: ¿ te tinca si tu le escribes algo a la mamá y yo al papá?”, explica él. En las cartas se mencionó el amor por los caballos y las plateadas del padre; y los lápices y fotografías de la madre. Ambos coincidieron en las lecciones que entregaron, el cariño que les prodigaron y en la huella que dejaron. “A mí me costó partir cuando la escribí, pero después fue fluyendo. La escribí en mi celular con mi estilo de dejar pausas, con puntos suspensivos en realidad me costó un poco partir porque uno no se quiere enfrentar a hacerlo”, explica Rosario. Rodrigo dice que a él le fue difícil. “El día anterior estuve como tres horas y llevaba como una línea. Sentía que todo lo que quería decir se lo quería decir a ellos y no al público me costó unas diez lloradas.
Al final me fui a acostar, pero me desperté a la mitad de la noche, como a las cuatro, y seguí escribiéndola”. Desde ese día hasta hoy los hermanos afirman que sus familiares y amigos les han prestado mucho apoyo afectivo y en la realización de los trámites asociados a una tragedia como la que han vivido, lo que les ha facilitado el duelo. Rosario cuenta que ya desde el momento del funeral se ha sentido tranquila. “Sé que no se viene fácil, pero ya es-“Yo ahí perdí la noción del tiempo, porque llegamos cuando todavía estaba oscuro, aún no amanecía dice Rosario. A mí el día se me hizo eterno viví como 15 días en uno”. toy en paz dentro de lo que se puede”, afirma la joven. Su hermano, sentado al frente, cuenta que en los pocos momentos en que queda solo le baja una enorme pena. Dice que en esos momentos es cuando recuerda los sueños truncos que quedaron, como terminar el quincho que tenían en construcción y correr junto a su papá en el Campeonato Nacional de Rodeo. Sobre eso, dice, hablaban cada sábado mientras andaban a caballo uno al lado del otro en la medialuna de la casa a la que él siempre deseaba volver. Una imagen del funeral del matrimonio, en el que hubo unaguardia de honor de huasos y estuvo presente “Rotoniño”, el caballo favorito del corralero. También se leyeron cartas de los dos hijos. rio. Mi hermano me dijo que estuviera tranquila, que él se iría a duchar y me pidió que armara un bolso para irnos a Rancagua. Yo estaba en shock. Rodrigo confidencia que en realidad habló con su hermana cinco minutos después que recibió la noticia. A ella se lo conté cuando paré de tiritar. Rodrigo condujo el auto en el viaje entre Santiago y Graneros.
En el trayecto de una hora casi no cruzaron palabras, aunque antes llamaron por teléfono a familiares y a quien era la nana del matrimonio durante toda la vida, a quien le pidieron que fuera a su casa porque necesitaban que los acompañara.
Rodrigo también volvió a hablar con el teniente que le llamó y le entregó detalles sobre el lugar, cuáles podían ser las opciones de acceso a la parcela y del sitio en que se ocultaban sus perras cada vez que se asustaban o las retaban por portarse mal. A su llegada a la casa los policías no los dejaron entrar y los oficiales a cargo les hicieron una serie de preguntas buscando respuestas que pudieran aportar a la investigación. Rodrigo cuenta que él encontró a sus perras, pero no pudo acercarse a los caballos debido a que aún estaban aterrados por lo sucedido. Yo ahí perdí la noción del tiempo, porque llegamos cuando todavía estaba oscuro, aún no amanecía dice Rosario. A mí el día se me hizo eterno viví como 15 días en uno, pero sabía que todo iba a ser muy lento, que todo se iba a demorar. Ha pasado más de una semana desde el crimen y hasta el cierre de esta edición la Fiscalía no reportaba avances sobre la investigación, que tiene carácter de secreto. Pasadas las tres de la madrugada del miércoles 12 de marzo, vecinos del condominio de parcelas Nuevos Campos, en Graneros, escucharon disparos. Luego los describirían como diferentes a los habituales escopetazos al aire que se lanzan cuando los perros sienten presencias extrañas en esos sectores. No, dicen, los de esa noche sonaron como ráfagas de balas. Lo que los residentes no sabían era que a esa hora María Carolina llamaba al 133 de Carabineros denunciando lo que pasaba en su casa. Según consta en una grabación, le informó a la operadora que junto a su esposo estaban siendo víctimas de un robo.
Son como cinco personas, estamos solos y nos están disparando, le dijo a la funcionaria. ¿Esto es en Rancagua o en Graneros? le preguntó la persona. ¿Es en (se oyen disparos) ah mierda, ¡ayyy, mierda! ¡por favor! () Nos van matar”, le rogó María Carolina a la voz que la atendía. Tras darle su dirección e insistirle en que eran víctimas de un asalto, la llamada se cortó. Cerca de una hora después, un grupo de carabineros llegó al predio y encontró al matrimonio fallecido. Los hijos habían hablado con su padre el día anterior, cuando él les pidió, como siempre hacía, que se cuidaran. También le preguntó a la joven si pensaba visitarlos en los próximos días, pues quería esperarla con una plateada. Rodrigo cuenta que cerca de las 4 de la madrugada sonó su teléfono.
Dice que no le extrañó porque muchas veces sus amigos lo llamaban a esa hora al fragor de un “carrete”. Es malo que a uno lo despierten, pero siempre que pasaba me despertaba con una sonrisa porque pensaba: “Quizás quién me está llamando ahora y con qué me voy a reír” explica el muchacho. Pero esta vez vi que era un número desconocido y tuve un presentimiento. La llamada era de alguien que dijo ser teniente de Carabineros. “Apenas se presentó supe que algo malo les había pasado a los dos”, afirma. El oficial le informó que a la parcela entraron unos sujetos y habían matado a sus padres. A sabiendas de que su hermana detestaba que la despertaran, Rodrigo entró sigilosamente a su habitación y le susurró su nombre al oído. Él estaba muy calmado y empezó a contarme. Como estaba despertando, yo no entendía nada y cuando atiné lo bombardeé a preguntas.
Ahí vino como un segundo en que pensé: “¡ ¿Qué hago ahora, a quién llamo?! ” explica Rosa-Los restos de Rodrigo y María Carolina fueron despedidos el viernes 14 con una misa en la parroquia San Francisco de Sales, en Vitacura. En las exequias hubo una guardia de honor de huasos y estuvo presente “Rotoniño”, el caballo favorito del corralero. También se leyeron cartas de los dos hijos.. El asesinato del matrimonio formado por Rodrigo González y María Carolina Calleja golpeó al campo chileno. La pareja fue baleada la semana pasada mientras dormía en su parcela en Graneros, truncando con ello la vida de una familia formada hace 32 años.
Sus hijos, Rosario y Rodrigo, hablan juntos por primera vez de las pasiones que movían a este corralero y a su mujer, asistenta de Familia de un colegio de Machalí, cuyos decesos han provocado tantas manifestaciones de cariño, en un crimen que aún no tiene detenidos. a Cruz, de donde es ella. abajo, la pareja en Sant onzález en la medialuna y