La tristeza de Feliza
La tristeza de Feliza COLUMNA DE OPINIÓNDecía Nabokov que el adulterio era “la forma más convencional de sobreponerse a l a s c o n v e n c i o nes”. Lo decía en una conferencia s o b r e M a d a m e Bovary, la célebre adúltera a quien él despreciaba, porconsiderarla “una burguesa de corazón pueblerino que se aferraba a ideas convencionales, cometiendo una u otra violación convencional de lo convencional”. Madame Bovary claro que era una lectora pasiva de banales novelas románticas, las que la llevan al adulterio. ¿Qué pasa si la adúltera no es una mera lectora sino una escritora, o una artista y además muy culta? Pienso en adúlteras bravas, poco convencionales, adúlteras disruptivas como la e s c r i t o r a T e r e s a W i l m s Montt (1893-1921) en la bio-ficción “Y entonces Te-resa” de Arturo Fontaine.
Pienso en Feliza Bursztyn (1933-1982), la rebelde escultora de “Los nombres de Feliza”, la bio-ficción del colombiano Juan Gabriel Vásquez que por coincidencia se publica pocas semanas después, y cuya Feliza, igual a Teresa, muere prematuramente en París.
A Vásquez lo inspiró una columna de 1982 en que García Márquez anuncia que “la escultora colombiana Feliza Bursztyn, exiliada en Francia, se murió de tristeza a las 10.15 de la noche del pasado viernes 8 de enero, en un restau-rante de París”. García Márquez estaba con ella en el restaurante.
Vásquez escribe la novela para entender cómo es morir de tristeza, me imagino que sin descartar que el diagnóstico del maestro algo se debió a esa estética de exageración precisa y sentenciosa que tanto lo caracterizaba.
Feliza, hija de respetados inmigrantes judíos en Bogotá, deja a un poco inspirador marido llamado Gary, y a sus tres niñas, y se escapa a París con Jorge Gaitán Durán, un poeta, también casado, que la cree parecida a la Venus de Cranach. La familia, avergonzada, decide expiar la ofensa. Dándola por muerta, convocan a un ceremonioso funeral con ataúd vacío.
Feliza y Jorge mientras tanto disfrutan de su libertad en París. ¡Qué alivio estar tan lejos de una Colombia asfixiante que los ha juz-gado con hipocresía! Hablan del futuro “como adolescentes”. Hablan “de las formas que habría que inventar y de los poemas que habría que escribir”. Feliza, que gracias a Jorge se dedica a la escultura, estudia con Osip Zadkine y con César, quien le enseña a soldar. Es que lo suyo va a ser una escultura abstracta hecha de trozos de metal. A pesar de todo Feliza vuelve a Colombia.
No puede prescindir de su país, que ella llama “premoderno”. La sigue Jorge, pero muere en el camino cuando en 1962 su Air France se estrella contra una mon-Vásquez escribe la novela para entender cómo es morir de tristeza. taña en Guadelupe. Ella se reconcilia con sus padres, en una emotiva escena de abrazos arrepentidos. Pero tiene mala suerte.
Sufre un tremendo accidente de auto que la paraliza por un largo tiempo, en que fallece su gran amiga, la pintora y ceramista Beatriz Daza (1927-1968). Con Beatriz, había desarrollado un feminismo alegre que en la solemne Colombia de esos tiempos desconcertaba. En un país machista, le dice Feliza a Beatriz, donde las reglas las ponen los hombres, hay que hacerse la loca. “A la loca no se le puede criticar más, porque está loca”. No sorprenderá que esa locura le va a traer problemas. Hasta casarse con un Pablo Leyva, un agrónomo sólido, sensato, Feliza se traza un camino solitario. En un país de política tóxica, polarizada, se resiste a tomar partido. Su escultura abstracta irrita, más aún cuando le pone nombres que no explica. Y cuando expone en La Habana, la acusan de complicidad con el terrorismo. Con la ayuda deGarcía Márquez, termina exiliada en París. Ante tanta falta de comprensión se había defendido Feliza con un espíritu alegre, con la insistente felicidad que promete el nombre que ella misma se puso.
Se defendía con “carcajadas sonoras que despertaban a las mascotas ajenas y despertaban a los borrachos en las fiestas”. Pero en París a fines de 1981 ya está triste, con su Pablo reducido a esperar en vano que esa risa vuelva. Si desea comentar esta columna, hágalo en el blog. COLUMNA DE OPINIÓN Por David Gallagher