Autor: ROBERTO CAREACGA C.
Los 90 se resisten: la nueva narrativa vuelve a librerías
En estos días, Gonzalo Contreras, Jaime Collyer y Arturo Fontaine están publicando nuevas novelas. Es una coincidencia editorial que trae de vuelta a una generación de autores que en la transición tuvieron un éxito inédito entre lectores y crítica.
Este año, también Ana María del Río y Alberto Fuguet publicaron nuevos libros, y se reeditó un título clave de esos años, "Morir en Berlín”, de Carlos Cerda. ¿Dónde andaba la Nueva Narrativa? ¿ Vienen a reclamar su trono? Ú 6 a estamos aquí, ha ocurrido al fin el anhelado despliegue. La llamada nueva narrativa chilena' acaba de irrumpir en escena, para no abandonarla.
Se acabaron las contemplaciones: no más tacitas de té en compañía de los viejos maestros, no más talleres literarios a su gusto y medida —ahora los maestros somos nosotros”, se leía en las páginas de la Revista Apsi en marzo de 1992. Como todo manifiesto, estaba cargado de arrojo y cierta insolencia.
Quien firmaba era el escritor Jaime Collyer (1955), que con 37 años tenía una novela, “El infiltrado”, que efectivamente era parte de un despliegue: de pronto, en las librerías aparecía un inédito caudal de libros chilenos firmados por Gonzalo Contreras, Carlos Franz, Marcela Serrano, Arturo Fontaine, Alberto Fuguet, Ana María del Río y varios otros, que conseguían lo siempre esquivo: se compraban, se leían, se comentaban, eran un éxito. Era la Nueva Narrativa Chilena, un movimiento no exento de sospechas que en el regreso de la democracia dio tiraje a unas escrituras que habían quedado ocultas bajo el manto de la dictadura. Fue un despertar.
También una estrategia editorial de tintes comerciales comandada desde las oficinas de Planeta, que al alero de la colección Biblioteca del Sur buscó y encontró a autores locales que los lectores estaban esperando: una novela como “La ciudad anterior”, de Contreras (1958), vendió cerca de 40 mil ejemplares durante dos años en que no salió del ranking de los más vendidos. Lo mismo sucedió con libros como “Mala onda”, de Fuguet (1963), o “Nosotras que nos queremos tanto”, de Serrano (1951). Las tres fueron publicadas en 1991. “Tuvimos suerte.
Algunas de nuestras obras ganaron una trifecta: buenas críticas, buenas ventas y un moderado eco internacional”, sostiene Franz (1959), mientras que Contreras agrega: “El fenómeno de la Nueva Narrativa es histórico; estábamos en el retorno a la democracia y había un interés por la producción cultural propia.
Fue una pequeña edad de oro”. Más instigador que protagonista de la escena, el dramaturgo Marco Antonio de la Parra (1952) veía el momento como el surgimiento de un nuevo tipo de escritor que, con el modelo de José Donoso, aspiraba a ser cosmopolita y conectarse con el mundo. Cree que sucedió, y también que ya pasó: “La Nueva Narrativa fue un destello de unos años y luego cada uno hizo su ruta. Quedaron los icónicos. No nos comimos el mundo”, dice.
Irrumpieron en la escena, como decía Collyer, pero ¿ no la abandonaron? Algunos dieron un paso al costado o bajaron el ritmo de publicaciones; otros, como Fuguet, usaron esa plataforma para crear una obra personal que nunca cesa.
De hecho, en mayo pasado publicó su libro número 20, la novela “Ciertos chicos”. Su nombre ya no está asociado únicamente a la Nueva Narrativa, pero es una prueba de que el abandono no fue total.
Más aún, en estos días se está produciendo una coincidencia que se parece mucho a un regreso: en librerías ya están las nuevas novelas de Collyer, “Agua que has de beber” (Lom), y de Fontaine, “Y entonces Teresa” (Catalonia), y en los próximos días llegará una de Contreras, “El verano y toda su ira” (Seix Barral). Si ainicios de los 90 a las novelas del movimiento las unieron temáticas que surgían de los años de la dictadura, ahora los temas son muy disímiles: en “Y entonces Teresa” Fontaine (1952) se sumerge en la vida de la escritora Teresa Wilms Montt y sus circunstancias históricas hasta retratar la belle époque chilena; mientras que Collyer en “Agua que no has de beber” narra el conflicto entre una empresa minera que pretende explotar un glaciar andino y los científicos que intentan detener lo que ven como una catástrofe ambiental.
A su vez, Contreras sigue fiel a sus novelas de personajes y en “El verano y toda su ira” perfila a Bobby Serna, un atribulado lector de Nietzsche que se suicida, desatando el examen vital de varios amigos que se preguntan por todo lo que hicieron y dejaron de hacer. ¿ Nueva? Mal “¿ Volvimos a los 907”, dice riéndose el editor Arturo Infante, que publica a Fontaine en Catalonia, pero rápidamente retruca con algún realismo: “Son momentos que no tienen ningún punto de comparación, porque ahora no está estallando nada.
Pero SIGUE EN E2 101011080 PM as Jaime Collyer publica la novela "Agua que no has de beber" Collyer Agua que no has de beber AGUA QUE NO HAS DE BEBER Jaime Collyer Lom, 236 páginas, $16.000 NOVELA Gonzalo Contreras El verano y toda su ira EL VERANO Y TODA SU IRA Gonzalo Contreras Seix Barral, 368 páginas, $21900 NOVELA Artaro Y entonces Teresa Y ENTONCES TERESA Arturo Fontaine Catalonia, 376 páginas, $25.000 NOVELA Marco Antonio de la Parra, instigador y parte del movimiento.
Ana María del Río, autora de “Siete días de la señora K". “Y entonces Teresa” es la novela con que regresa a la f ción Arturo Fontaine. ¿ por qué habría que jubilar el talento? ¿ Por qué se van a dedicar al pastoreo de los talleres literarios? Cada uno es distinto”. Y Fontaine añade: “La Nueva Narrativa de los 90 no era un movimiento literario organizado ni fue el producto de una estrategia comercial. Surgió de manera tan casual como ocurre ahora con los libros de Collyer, de Fuguet, de Contreras y el mío”. No todos creen que el movimiento fue casual.
A fines de los 80, la dirección de Planeta en Chile la asumió el argentino Ricardo Sabanes, que llegó a decir que diseñaron una “oferta narrativa pospinochetista”, porque vio la “posibilidad de un mercado”. La clave, añadió, fue una estrategia agresiva.
Pero si desde ahí había un impulso planificado, en las estéticas de las novelas no hubo planes, pero sí ciertas rimas: “En la transición a la democracia había muchas cosas que querían ser escuchadas, realidades que necesitaban ser contadas, y los libros tenían mucho que ver con eso, con todo lo que se había dejado de decir”, asegura Infante.
Y Fontaine suma: “Había elementos estéticos en común: una recuperación de la trama y de los personajes, y una distancia tanto del Mmouveau roman” como del realismo mágico”. Para Franz, que por entonces publicó la novela “El lugar donde estuvo el paraíso” (1995), las similitudes son muy pocas. Más aún, toda la idea de una escena lo pone en guardia: “Nunca me gustó la etiqueta Nueva Narrativa. Es fome y la palabra era de mal agúero: anunciaba una obsolescencia inevitable”, sostiene. “Ese rótulo agrupó a escritores muy diferentes que nunca formamos un “movimiento” ni teníamos una estética común. Los autores que empezamos a publicar en los 90 escribimos obras muy distintas y seguimos trayectorias disímiles. Entre esas obras, hay un puñado de libros de calidad que han perdurado, se reeditan y traducen”, añade.
Contreras está del lado de Franz: “Cada uno tiene su propio universo, como ocurre siempre en los escritores: en el boom latinoamericano, la obra de García Márquez y la de Cortázar no tienen nada que ver”, asegura. De la Parra cree que el punto de unión era otro: “En primera instancia, en el regreso de la democracia, se trataba de tener presencia. Ser escritor, sacarse todo el fantasma de la dictadura y tener una oferta literaria poderosa. Eso a veces se dio. Donoso era el modelo a seguir.
Cada uno fue sacando sus propios tonos, el movimiento se fue desgranando, manteniendo contactos, se mantuvo una cierta amistad”. Apoyados por un sistema de medios amplio que cubría con intensidad la escena literaria, con el programa de televisión “El show de los libros”, de Antonio Skármeta, la Nueva Narrativa avanzó con pocos contrapesos y fue sumando a una larga lista de autores; incluso alcanzaron a entrar en el rótulo algunos mucho más jóvenes como Rafael Gumucio, Alejandra Costamagna o Andrea Maturana.
Y también aparecieron los críticos: en sus pocas visitas a Chile, Roberto Bolaño llegó arropado del éxito internacional de “Los detectives salvajes” y barrió con la Nueva Narrativa: “Chile es un país en donde ser escritor y ser cursi es casi lo mismo. Los escritores chilenos actuales están en el hit parade. Los narradores, y supongo que también Las editoriales ya no se han manifestado tan proclives a publicar literatura como hizo Planeta en los 90. Han transitado hacia la búsqueda de voces jóvenes, conocidas en redes, que a veces han dado gratas sorpresas y otras veces han producido un arsenal de libros basura”. ANA MARÍA DEL RÍO. El fenómeno de la Nueva Narrativa es histórico; estábamos en el retorno a la democracia y había un interés por la producción cultural propia. Fue una pequeña edad de oro”. GONZALO CONTRERAS Después de 30 años han surgido otros novelistas, otros estilos, otras voces. Quedaron algunas voces, pero tenían que enfrentar a las voces nuevas. Hoy, además, no sé si tenemos el público y la crítica que uno quisiera”. MARCO ANTONIO LA PARRA Carlos Franz, Gonzalo Contreras, el poeta Federico Schopf y Jaime Collyer en Madrid el año 2000. Las circunstancias editoriales han ido cambiando, desde luego el escenario está más nutrido, hay más publicaciones, pero el cedazo no es tan fino.
El viejo comité editorial ha desaparecido, ahora todo es una apuesta por las novedades”. JAIME COLLYER La Nueva Narrativa de los 90 no era un movimiento literario organizado ni fue el producto de una estrategia comercial.
Surgió de manera tan casual como ocurre ahora con los libros de Collyer, de Fuguet, de Contreras y el mío”. ARTURO FONTAINE los poetas, son muy malos, y todo el mundo sabe que son muy malos”, dijo. “Pagamos caro el éxito”, dice Franz. “Despertó un resentimiento típicamente chileno: el chaqueteo. En la generación siguiente, más que pelarnos, nos descueraban. ¡Y después les ha tocado a algunos de ellos ser descuerados! Ridículo, pero asíes la aldea literaria chilena. Mientras tanto, el panorama se ha ensombrecido para la narrativa de calidad. Ahora, hay muchos más autores, sobre todo autoras, y algunos son buenos. Pero el público parece disminuido, desatento, distraído, para decirlo suavemente. Cuesta imaginar que una novela chilena con serias ambiciones estéticas se cuele en las listas de libros más vendidos como ocurrió en los 90”, añade. Multitudes inabarcables Hace unos días, Jaime Collyer compró dos decenas de sus libros: una de copias de su novela anterior, “Gente en las sombras” (2020), y otra de la nueva. Las puso en su cama y pensó: “Lo lograste, muchacho”. Era una sensación de orgullo. “O cuando menos, de persistencia, lo que es tan importante, porque es tan desolada la actividad”, cuenta. Fue quien se animó a escribir el manifiesto de la Nueva Narrativa, hoy prefiere estar en un segundo plano: “Yo me he ido replegando. Es un tema personal, es incómodo estar en la escena. Prefiero estar en el fondo y esperar a que salgan los libros para asomar la cabeza, y acompañarlos un rato. Después, seguir trabajando secretamente. Esa cosa del protagonismo es para cuando uno es más joven”, explica.
Según su visión, las diferencias entre los 90 y hoy en el panorama literario son diametrales: “Cuando nosotros entramos en escena, y había pasado al menos una generación después del boom, teníamos la sensación de que éramos pocos. Ahora hay una multitud inabarcable. Y por otro lado, está la eclosión de las narrativas femeninas, que legítimamente han ocupado el espectro. No nos dan mucha pelota a los hombres ahora”, dice. Y añade: “Las circunstancias editoriales han ido cambiando; desde luego, el escenario está más nutrido, hay 5, Más publicaciones, pero el cedazonoestan fino.
El viejo comité editorial ha desaparecido, ahora todo es una apuesta por las novedades, conseguir un boom de ventas que luego desaparece”. Parte de la escena de los 90, con novelas como “Siete días de la señora K” (1993), Ana María del Río (1948) en los últimos años ha vuelto a publicar novelas como “Jerónima” (2020) y “Los años ur- - gentes”, que apareció enjulio pasado. Según ella, el panorama hoy es muy diferente. “Las editoriales ya no se han manifestado tan proclives a publicar literatura como hizo Planeta en los 90. Han transitado hacia la búsqueda de conocidas en redes, que a veces han dado gratas sorpresas y otras veces —muchas, por desgracia— han producido un arsenal de libros basura. Por otra parte, ha predominado la búsqueda de temas diferentes, ya no tan literarios, sino más impactantes periodísticamente. Entonces, los escritores, o se han replegado un poco o han incursionado en otras fuentes de publicación”, sostiene. Sucedió también lo natural: el recambio. Con el nuevo siglo, las coordenadas se modificaron, al eco de Bolaño surgieron narradores como Alejandro Zambra, Nona Fernández, o más recientemente, Alia Trabucco y Benjamín Labatut. Y una autora como Cynthia Rimsky, generacionalmente cercana a la Nueva Narrativa, triunfa en España ganando el Premio Herralde de Novela, de editorial Anagrama. “Después de 30 años, han surgido otros novelistas, otros estilos, otras voces. Quedaron algunos autores, pero tenían que enfrentar a las voces nuevas. Más iconoclastas, menos prisioneras del fantasma del escritor cosmopolita que nos perseguía. Hoy, además, no sé si tenemos el público y la crítica que uno quisiera”, dice De la Parra. Quizás el revisionismo va más allá de este regreso circunstancial de Collyer, Contreras y Fontaine.
De la Parra cree que hay algo más que coincidencia en que en 2024 se haya celebrado el centenario de una figura tutelar para nuestra narrativa como José Donoso, se reeditara una novela clave de los 90 como “Morir en Berlín”, de Carlos Cerda, y se publicara la biografía de Mariana Callejas, “Letras torcidas”, en la que Juan Cristóbal Peña explora los ambientes literarios de los 80, donde muchas de las figuras de la Nueva Narrativa se formaron. “Nos da una perspectiva del tiempo que ha pasado. También, de la necesidad de sacudirse del polvo de esa marca, que a veces también es una mancha”, dice. Pero las marcas pueden desaparecer. O transformarse.
Según el poeta y narrador Juan Manuel Silva (1982), que además es el editor de Contreras en Planeta, ve que el pasado llega hoy de nuevas formas: “Las diferencias de generaciones se dirimen por la persistencia en este país. Hay tan poco apoyo y cuidado con el quehacer literario que el carácter heroico se manifiesta en estos escritores que siguen escribiendo contra viento y marea durante toda su vida, sabiendo lo difícil que es. Tampoco es que haya sobreabundancia de nada y es prudente cuidar lo que hay, desde la Nueva Narrativa a autores como José Leandro Urbina o Soledad Bianchi”, dice. “El mismo hecho de que yo haya podido trabajar con Gonzalo Contreras habla de que desde los 90 se ha abierto mucho más el sistema literario. El podría haber buscado a un editor de esos años. Si antes había centros de encuentro, hoy hay más: no solo hay cafés y bares, las generaciones empiezan a vincularse en los talleres literarios”, sostiene. De hecho, los talleres literarios han sido una ruta para casi todos los autores de la Nueva Narrativa. Contreras los dicta todos los años, al igual que Collyer, quien mantiene ahí su mayor espacio de socialización. Con sus compañeros de generación, los intercambios son pocos. “Nunca hemos dejado de ser amigos, pero nos vemos muy poco. Yo interactúo muy poco con la gente. Pero » no hay ningún resquemor, los sigo queriendo mucho y supongo que ellos a mí también”, dice.