Autor: POR ARTURO GALARCE
Profesor que ganó demanda al alumno que lo agredió: “NO PODEMOS NORMALIZAR LA VIOLENCIA”
Profesor que ganó demanda al alumno que lo agredió: “NO PODEMOS NORMALIZAR LA VIOLENCIA” Miguel Niño contesta el teléfono desde su casa en Santiago. Es octubre, y aún sigue con licencia médica desde la agresión que sufrió hace casi un año en el Liceo Centro Educacional Municipal San Ramón. Pasó cuando le advirtió a un alumno de 17 años que repetiría de curso, cuestión que lo dejó en el suelo sangrando, con la nariz y la mandíbula fracturadas después de recibir golpes y patadas. El 8 de noviembre, Miguel entró al quirófano: los cirujanos necesitaron más de 20 tornillos y seis placas para reconstruirle el rostro. Permaneció hospitalizado por nueve días mientras el agresor era expulsado del liceo. Niño llegó a Chile hace trece años desde Paipa, Colombia, con la idea de perfeccionar sus estudios en estadística. Se matriculó en la universidad y estudió ingeniería industrial, y todos sus cercanos lo miraron como a un loco cuando les dijo cuál era su plan. No quería trabajar como ingeniero. Se había dado cuenta que quería enseñar. Quería ser profesor. “Lo primero que me dijeron fue por qué iba a hacer eso, si tenía cerebro para más. Y segundo: se va a morir de hambre, porque los profesores aquí en Chile ganan poquito. Entonces, bueno, como que esa es la concepción que tienen de uno y que recibí en ese momento. Imagínate”. Para ese entonces, nadie le advirtió de la violencia en las salas.
Sobre ese fenómeno, explica, siente que ha sido, por desgracia, testigo privilegiado de cómo las cosas han cambiado hasta el estado actual: insultos, amenazas y armas en las mochilas de alumnos a los que cada vez les importa menos el aprendizaje. Esto último, agrega, también ocurre con los apoderados. Por eso, dice, después de sufrir la agresión decidió denunciar la agresión de la que fue víctima, acción que reconoce no muchos realizan por temor a represalias.
Luego que el sexto tribunal oral de Santiago diera su veredicto a comienzos de octubre recién pasado, su acción sentó un precedente: el agresor, hoy con 18 años, fue condenado a dos años de régimen semicerrado, siendo la primera condena de este tipo en Chile. A sus 49 años, Niño cree que abrió una puerta de esperanza en un sistema que, según reflexiona, no protege a los profesores. “Cada persona debe responder por sus actos”, dice, sin desconocer que las razones detrás de la agresión que sufrió también son reflejo de una problemática todavía más profunda. Yo diría que hay una actitud desafiante que antes no existía dice Niño, desde su casa, donde se recupera antes de volver a hacer clases, reubicado por el municipio en otro establecimiento de la comuna. Y es una que va de la mano con el desprestigio. ¿Cómo es eso?La sociedad ha desprestigiado nuestro trabajo. Es algo que se ha normalizado. Y es algo que va más allá del profesor. El conflicto es con toda la comunidad escolar, con los psicólogos, inspectores, directores. Como que el rol del profesor ya no tiene el respeto que tenía antes, ni de los estudiantes ni de las familias. Todo eso ha ido creciendo con los años.
Yo siento que hoy somos como un saco de boxeo, que está ahí para absorber todo y seguir como si nada. ¿De qué manera se manifiesta ese desprestigio dentro de la sala de clases?Que los alumnos le digan a uno: “usted es profesor, no me puede hacer nada”, o peor, “usted está aquí porque no le alcanzó para más”. Y al final, uno se enfrenta a situaciones que, en muchos casos, hasta los propios padres avalan. ¿Por ejemplo?No yendo nunca a las reuniones, no estando pendientes ni de las notas, ni del comportamiento de sus hijos. Apoderados que incluso justificaban ese tipo de situaciones. Me decían: “Él es así en la casa, entonces entiéndalo”. También escuchaba que solo mandaban a los hijos porque no los soportaban en la casa. Entonces no había expectativa, no había disciplina, nada. ¿Sin embargo me imagino que también hay alumnos apoyados por sus familias?Sí. Y esos son los que tienen ganas de aprender. Aunque fuera un solo apoderado, siempre iban a las reuniones, me preguntaban cómo iban sus hijos. La diferencia es la base que traen de la familia, aunque muchos también sucumben a la influencia de los más disruptivos. En cambio, los otros, en muchos casos no asistían, o si iban, no hacían nada.
Las expectativas de vida eran simples, de irse del colegio y ya, buscar un trabajo o vivir de otra forma, legal o ilegal. ¿La educación ya no como factor de movilidad social?Estamos hablando de un ambiente vulnerable. Y lo que yo veía era que los chicos difíciles veían el futuro de otra forma. Sentían que podían ganarse la vida de otras maneras, que estudiar no era indispensable. Podían vivir bien fuera de los estudios por medios legales o ilegales. La forma legal era trabajar en algo que les diera un salario, un trabajo que no requiriera título, como empleos independientes. Y la vía ilegal es algo que el entorno les muestra. Incluso sus propias familias, en determinados casos. Ahí ven que también pueden ganar bien, incluso mejor que yendo a una universidad. ¿El colegio pasa a ser un trámite en esos casos?Claro. No hay ambición de ir a la universidad, de hacer una carrera. Incluso algunos padres decían: “Lo mando al colegio porque hay que mandarlo, no más”. ¿Cree que esa falta de ambición por aprender está relacionada con la violencia que se vive en la sala?Puede ser. Desde mis primeras prácticas, y luego en los años iniciales de trabajo, me encontré con una realidad que yo no esperaba. Violencia física, psicológica, y un desprecio abierto hacia el aprendizaje y la figura del profesor. Había alumnos de 11,12 y 13 años que te desafiaban, que ignoraban los llamados de atención, que respondían con amenazas. ¿Le tocó lidiar con estudiantes armados?Lidiar no. Pero sí me he encontrado con armas cortopunzantes en las mochilas, que uno las ve a la pasada: cuchillos, navajas y he escuchado de casos de alumnos que han ingresado armas de fuego. Ahora, después de lo que me pasó, pienso que si ese alumno hubiese llevado algo así, hubiera podido asesinarme. Claro, hay colegios que han puesto detectores de metales en las entradas, pero en colegios vulnerables no hay recursos para controlar eso. No hay ni pizarrones buenos, mucho menos un detector de metales. Los chicos llevan lo que quieren en la mochila. ¿Hay un temor generalizado entre los profesores de enfrentar estas situaciones?Sí, ese temor existe. Y es que uno, cuando llama al orden a un alumno que es complicado, puede terminar en algo peor. Hay veces que uno prefiere no decir nada y dejarlo tranquilo. ¿Cómo se relaciona este tipo de situaciones con los demás miembros de la comunidad escolar?Cuando volvemos a la sala de profesores, con bastante decepción. En el colegio trabajamos en conjunto los psicólogos, trabajadoras sociales, equipos de convivencia y directivos, tratando de ofrecer apoyo o alternativas a los estudiantes. Hay casos donde el esfuerzo es bien coordinado y logra cambios, pero la realidad es que en algunas situaciones, por más que se haga, por más que se intente, no hay nada que hacer. No podemos entrar en las casas de los alumnos y cambiar su contexto.
También muchas veces sentimos que el sistema no permite hacer más allá de lo posible. ¿Usted conocía bien al estudiante que lo agredió?Sí, conocía bastante bien la situación de este alumno, ya que además de ser su profesor jefe. El estudiante había sidoZEPOLOSNOFLAOIGRESpromovido de octavo a segundo medio por la edad que ya tenía, y a pesar de todo, seguía mostrando el mismo comportamiento. No asistía regularmente, y cuando lo hacía, llegaba tarde, interrumpía las clases y tenía roces con los profesores. Trabajé en equipo con la psicóloga, la trabajadora social y la madre para intentar mejorar actitud.
En las reuniones, especialmente con la madre, acordábamos objetivos, y ella solía comprometerse, pero en la práctica el cambio no llegaba. ¿Logra identificar las razones que llevaban al alumno a comportarse así?El problema radicaba en la situación familiar. La madre enfrentaba serias dificultades que no son necesarias de detallar y su padre había fallecido en circunstancias no del todo claras, por así decirlo. Entonces eso complicaba cualquier intento de seguimiento o de generar un cambio profundo.
Era una historia que conocíamos desde que el alumno ingresó al colegio, y en la que se trabajó pero sin éxito. ¿Cómo fue la reacción de sus colegas y estudiantes después del ataque?Recibí apoyo de varios colegas, y mis alumnos me enviaron cartas y videos deseándome que me recuperara. Pero también hubo actitudes duras. Hubo colegas que me contaron que había alumnos que parecían contentos de que me hubieran pegado. Me dolió mucho en el alma. Pero bueno, hubo otros estudiantes que me mandaron cartas de solidaridad, y eso también me hizo sentir que algo de lo que uno enseña queda. Uno no espera cambiar a todos los chicos, pero cuando algunos alumnos me escribieron, uno siente que tiene que seguir en esto, a pesar de lo que cuesta. Lo que más me preocupa es que todo se quede en nada. Pero si me preguntas por qué espero, espero que al menos quede el precedente de que cada cual debe ser responsable de sus actos. Y en mi caso, fue importante llevar el tema a la justicia, porque sentía una impotencia terrible, una sensación de injusticia, que no tenía que pasar desapercibida. Aquí hay que entender que el respeto hacia el rol de los docentes no solo debe venir de los estudiantes, sino también de la sociedad en general.
Los profesores no estamos solos en las salas, hay toda una comunidad y un sistema que deberían ayudarnos a recuperar ese respeto. ¿En ese sentido cree que es necesario romper con el temor a denunciar?Sí, porque no podemos normalizar la violencia ni callar frente a estas situaciones. Tenemos derecho a ser respetados y el sistema tiene que respaldarnos. Mi recomendación para el profesorado es que hablen, que denuncien, porque a veces el miedo y la injusticia terminan por desgastarnos todavía más. Y lo otro que tiene que cambiar, es que las familias recuperen la importancia de ir al colegio, de aprovechar lo que uno como profesor tiene para enseñarles. Que vuelvan a ver el colegio como una oportunidad para surgir y no solo como un requisito. “He escuchado de casos de alumnos que han ingresado armas de fuego.
Ahora, después de lo que me pasó, pienso que si ese alumno hubiese llevado algo así, hubiera podido asesinarme”. En este contexto, salvar a un chico o incentivarlo es un éxito, ¿no?Porque sin duda vivir este tipo de situaciones baja mucho la moral del profesor, ¿no?Claro. Conversando con mis colegas uno nota el desánimo. Somos profesores, pero también personas, y a veces termina siendo difícil. Muchos hemos normalizado cosas como los insultos, el desorden, los golpes. Y al final, lo que hacemos es seguir adelante, porque es lo que amamos. Pero ese desgaste está ahí, en cada profesor, y cuando pasan estas cosas, lo primero que uno se pregunta es si realmente vale la pena. Más allá de ser la primera condena a un alumno por agresiones a un profesor, ¿cómo espera que su decisión de denunciar contribuya en la discusión pública?Claro. Hoy hablaba sobre eso.
De lo que significa para uno ver a esta persona que durante todo su trayecto en la media siguió, se esforzó, se le incentivó, siguió adelante, y se fue a un instituto, o a la universidad, y uno dice ¡ wow! Su vida se ha encaminado. Uno se alegra mucho cuando eso pasa. Porque también pasa. Pero también uno se entristece mucho por aquellos chicos que se pierden. Lo que uno quiere es que la totalidad de los estudiantes tengan la expectativa de una vida mejor, que vean el mundo, que amplíen sus horizontes.
Cuando eso se consigue, sí, en este contexto, eso es un triunfo.. A principios de octubre, se conoció el fallo que condenó al estudiante que agredió con golpes de puño y patadas al profesor Miguel Niño, una condena inédita en Chile.
Desde su recuperación tras la brutal golpiza que lo dejó con el rostro fracturado, reflexiona sobre la violencia que enfrenta el profesorado en los colegios vulnerables, donde ha visto armas en las mochilas y padres que justifican el mal comportamiento. “El sistema no nos protege”, dice. “Fue importante llevar el tema a la justicia, porque sentía una impotencia terrible, una sensación de injusticia, que no tení