"Quedarse sin electricidad hoy es casi equivalente a quedarse sin casa"
"Quedarse sin electricidad hoy es casi equivalente a quedarse sin casa" Consuelo Araos, socióloga e investigadora de Signos: U na semana después del sistema frontal que interrumpió el suministro de electricidad en varias regiones del país todavía quedaban más de 100 mil clientes sin luz. El peak fue de alrededor de un millón de usuarios sin energía eléctrica, algunos de ellos también sin agua.
Las miradas apuntaron a las compañías distribuidores, las que irritaron particularmente a autoridades que piden compensaciones a los afectados, apoyados por el Servicio Nacional del Consumidor (Sernac) o la Superintendencia de Electricidad y Combustibles (SEC). La socióloga Consuelo Araos, investigadora del Centro Signos de la Universidad de los Andes, plantea dos aspectos relevantes que deja esta situación: desde el punto de vista de las personas, dice que es "frustrante" ver cómo la comunicación con las empresas en estos casos urgentes se vuelve prácticamente imposible, en contraste con "la notable eficiencia que demuestran cuando se trata de cobrar cuentas o reportar atrasos en los pagos". Desde el punto de vista de planificación social, "pone de manifiesto problemas estructurales que no se han abordado adecuadamente" en torno al crecimiento de las ciudades. Araos es doctora en Ciencias Sociales por la École Normale Supérieure de ParÍs y se especializa en la investigación sobre parentesco, residencia y economías cotidianas. Y también se quedó sin luz. "Vivo en Providencia y estuvimos sin electricidad desde el jueves en la noche hasta el domingo en la mañana.
Mis padres y hermanos también quedaron sin luz, y mi hermana, además, sin agua", cuenta. -¿Cómo puede impactar un corte de luz al interior de una familia, más si es una familia vulnerable? -Un corte de luz prolongado hoy en día tiene un impacto mucho más profundo que simplemente dejarnos a oscuras. La situación reciente en el centro-sur del país ha puesto de manifiesto cuán electrodependiente es nuestra vida moderna, algo que en Chile se ha incrementado particularmente. Sin electricidad una casa se transforma en un cascarón inerte, incapaz de cumplir su función más básica: ofrecer un resguardo frente a las inclemencias e incertidumbres del entorno. Como su nombre en latín, "domus", la casa es el lugar donde el mundo es cotidianamente domesticado. Históricamente, el hogar ha sido el lugar donde la familia se reúne en torno al fuego, donde se cocina, se calienta y se protege del frío. En español y otras lenguas, la palabra para "hogar" designaba originalmente el lugar donde arde el fuego, en torno al cual se reúnen quienes viven juntos y se prepara el alimento. Hoy en día, esta función descansa en gran medida en la electricidad. Incluso la televisión, que suele permanecer constantemente encendida, podría decirse que ocupa el lugar de la antigua lumbre. Las casas modernas no son autosuficientes en esta función; dependen de redes de infraestructura sobre las cuales las personas no tienen control. En cierto sentido, quedarse sin electricidad hoy es casi equivalente a quedarse sin casa, porque en la práctica, muchas veces hay que buscar refugio en otro lugar. Este impacto es aún más severo para las familias vulnerables y aquellas que viven en zonas rurales, donde las alternativas para enfrentar la crisis son mucho más limitadas.
Por ejemplo, mientras en algunas zonas pudientes de Santiago se agotaron los generadores a bencina, el costo de adquirir uno es inalcanzaAnte el prolongado corte y la lenta respuesta de las compañías, la investigadora resalta la fundada frustración desde el punto de vista de los consumidores y la falta de planificación para el crecimiento de las ciudades. Por Luciana Lechuga "Quedarse sin electricidad hoy es casi equivalente a quedarse sin casa" ble para la mayoría.
La interrupción de la electricidad desestabiliza el delicado equilibrio que permite a las familias superar las dificultades diarias. -El corte de energía puso en evidencia la fragilidad de miles de hogares del centro-sur de Chile, pero también parece haber puesto de relieve una vez más la desigualdad. -Es muy probable que así sea.
Por ejemplo, el alcalde (Tomás) Vodanovic de Maipú denunció por redes sociales que durante la primera noche del jueves al viernes el número de clientes sin suministro disminuyó considerablemente en Las Condes, mientras que en Maipú habían aumentado. Sin perjuicio de esto, me parece que este corte fue inusualmente transversal, afectando zonas de distintas comunas de la Región Metropolitana, independientemente de su nivel socioeconómico. De hecho, leí que a mediados de esta semana se produjeron protestas simultáneas en comunas tan diversas como Vitacura, Las Condes, Maipú y Lampa.
Esto refleja una percepción de vulnerabilidad que ha trascendido las clases sociales, similar a lo que vimos con la pandemia de covid-19. -¿Cómo debería el Estado estar presente antes y durante estas crisis? ¿ Coincide con quienes dicen que suele llegar después? -Cuando se trata de empresas que operan monopólicamente el Estado, en sus distintos niveles y agencias, tiene un rol regulatorio y fiscalizador fundamental. Lo que más indigna a las personas en estas situaciones es la percepción de indiferencia y falta de respuesta por parte de las empresas y autoridades responsables. Es frustrante ver cómo, en momentos críticos, la comunicación con las empresas se vuelve prácticamente imposible, mientras que, para cobrar las cuentas o reportar atrasos en los pagos, estas mismas empresas demuestran una eficiencia envidiable. Esta disparidad genera un sentimiento de abandono y desconfianza.
Ayer escuché un reportaje en la radio donde señalaban que la legislación reciente, a través de la Comisión Nacional de Energía y la Superintendencia de Electricidad y Combustibles, ha puesto un mayor énfasis en las compensaciones económicas ex-post, en lugar de incentivar mejoras en la calidad del servicio. Pero estas compensaciones no resuelven el problema de fondo, y además suelen llegar tarde, lo que agrava la sensación de injusticia. Además de los daños materiales, estamos enfrentando un problema de pérdida de confianza que agrava la incertidumbre en la vida cotidiana de las personas. Uno espera que el Estado esté presente antes y durante estas crisis, no solo después. Pero, en cambio, hemos visto una acción reactiva, lenta y débil. Dicho esto, tampoco se puede minimizar la responsabilidad fundamental de las empresas de energía involucradas.
Enel, en particular, es una empresa público-privada de enorme envergadura que opera en numerosos países a nivel mundial, pero que parece aplicar estándares de calidad muy desiguales entre ellos. -¿Qué otras desigualdades interfamiliares, que usualmente no vemos, o que las políticas públicas no cubren, dejan al descubierto este tipo de problemas? -Sin duda este tipo de crisis pone al descubierto formas de desigualdad, como la que existe entre la Región Metropolitana y las demás regiones del país, o la brecha entre zonas urbanas y rurales.
Miles de familias en La Araucanía o Los Ríos, especialmente en áreas rurales, llevan más de ocho días sin electricidad ni agua potable, están prácticamente aisladas, y en algunos sectores ni siquiera han sido contactadas por servicios de emergencia. Pero dentro de la Región Metropolitana también se revelan desigualdades. Un caso que me ha impresionado es el de Lampa, una comuna que ha experimentado una urbanización acelerada y precaria, con condiciones geográficas complejas y bastante aislada. Ahí, prácticamente todas las señales de teléfono e internet, tanto móvil como fijo, dejaron de funcionar y hasta ayer (jueves) no se habían recuperado.
Este tipo de crisis vuelve a plantear problemas que se han vuelto estructurales y que no se han abordado adecuadamente, como la manera en que crecen las ciudades, la falta de planificación en esos procesos, la priorización de modelos expansivos de urbanización y vivienda social masiva en zonas cada vez más periféricas, y la preferencia por políticas de compensación en lugar de aquellas que incentivan mejor calidad de infraestructura y servicios básicos.
FAMILIA, POlÍTICA Y NARCO -¿ Qué reflexión puede hacer de la relación entre familias y política actualmente, especialmente después de varios procesos eleccionarios o constitucionales? -Desde mi experiencia en el ámbito de la política de vivienda y regeneración barrial me parece queunodelosprincipalesproblemas de la política pública es su desconexión con las realidades que pretende intervenir. En lugar de basarse en una observación atentaydinámicadelavidadelas personas, laspolíticassuelenestar diseñadassobremodelosteóricos y normativos preconcebidos, que son en su mayoría rígidos y simplistas. Estos modelos se alimentan principalmente de indicadores cuantitativos sobre los que reflexionamos poco y que muchas veces no sabemos realmente qué es lo que miden. La inercia en las políticas públicas es impresionante, ya que además se ve reforzada por intereses económicos y eleccionarios a corto plazo. Un ejemplo es el subsidio de Pequeños Condominios, el cual ha tomado casi una década avanzar en su implementación más allá de pilotos o iniciativas de pequeña escala. Mientras tanto, la realidad de las familias está cambiando rápidamente.
Me preocupa que la brecha entre las categorías y lógicas que orientan las políticas públicas y las realidades poblacionales se esté ampliando, a pesar de todos los avances técnicos en la capacidad de procesar información y producir datos. -¿A qué temen más las familias chilenas? Las encuestas señalan que a la delincuencia y a las pensiones bajas, entre otros puntos. -Creo que el verdadero desafío para las ciencias sociales es entender cómo estos temas se interrelacionan y configuran un panorama más amplio de preocupaciones, en la línea de lo que ha venido haciendo, por ejemplo, Kathya Araujo. Desde mi perspectiva, uno de los ejes centrales para comprender estas preocupaciones es la domesticidad. La domesticidad, como mencionaba al inicio, tiene que ver con el esfuerzo constante y cotidiano de hacer el mundo habitable, familiar y comprensible. Las fuentes de incertidumbre, peligro y riesgo son muchas y las preocupaciones que destacan en las encuestas reflejan, en mi opinión, amenazas directas a la seguridad vital que provee lo doméstico. Por ejemplo, el aumento de la delincuencia en los barrios, la expansión del crimen organizado y el narcotráfico son problemas que invaden lo más cercano y personal: las casas, las plazas, los vecinos, los hijos. El tema de las pensiones es otro ejemplo interesante. Me resulta enigmático por qué la heredabilidad de las pensiones es tan importante para tantas personas, dado que, desde una perspectiva estrictamente económica, esto reduce el monto de la pensión. Sin embargo, creo que las personas se relacionan con su pensión de manera similar a como lo hacen con su casa.
En Chile, la casa propia tiene un valor simbólico enorme, y sospecho que detrás de esta preocupación por la heredabilidad hay un deseo profundo de dejar algo tangible a los seres queridos. -¿En qué lugar sitúa a la familia a partir del fenómeno del allegamiento en el país y cómo este ha evolucionado a partir de la llegada de miles de extranjeros? -El fenómeno del allegamiento o corresidencia ha atravesado diversas etapas en nuestra historia urbana.
En la primera mitad del siglo XX se vinculó principalmente a la migración rural hacia las ciudades, mientras que en la segunda estuvo más relacionado con el crecimiento interno de la población urbana, especialmente en clases bajas y medias. Las recientes olas migratorias de países latinoamericanos están modificando la estructura familiar e intergeneracional del allegamiento. Aunque aún no se ha estudiado en profundidad, es evidente que cada vez más familias migrantes se integran al allegamiento en sectores de ingresos bajos y medios, a menudo bajo la modalidad del subarriendo.
Este cambio tiene varios efectos en los barrios y familias: fomenta la densificación informal y precaria de viviendas, facilita la proliferación de mafias inmobiliarias y arriendos abusivos, y agrava el hacinamiento y la sobrecarga de servicios, empeorando las condiciones de vida.
Socialmente, esto lleva a una convivencia muy cercana entre chilenos y extranjeros, que, sin planificación ni apoyo estatal, está generando nuevas formas de conflicto social. -Hace poco en una toma se desbarató una banda narco que tenía el control del lugar. ¿Qué tan profundo es el avance del narco en la familia, en particular en sectores vulnerables o de clase media? -Expertos en el tema, como Juan Pablo Luna, señalan que las redes de narcotráfico han avanzado significativamente en Chile, no solo en sectores vulnerables, sino también en clases medias y altas. Ahora, el impacto del narcotráfico en las familias que viven en barrios penetrados por estas redes es inmenso y profundamente destructivo, porque el narcotráfico opera de manera parasitaria y territorial. Esto incluye una influencia cultural que redefine los valores, las expectativas de realización y los horizontes temporales de las personas, particularmente de los jóvenes y adolescentes.
El narcotráfico se infiltra en los intersticios de la vida cotidiana porque se presenta como un sustituto eficiente, rápido y atractivo frente a las deficiencias que tienen los distintos sistemas para cumplir la promesa de inclusión social. Ya sea en la educación, el mercado laboral, el consumo, el crédito, el acceso a servicios de todo tipo. Por ejemplo, algunas bandas en la Quinta Región entregaron viviendas de emergencia más rápido que el Estado tras el último incendio.
El narcotráfico parasita el sistema familiar al asumir roles de socialización de niños y jóvenes, utilizando incluso el lenguaje del parentesco, algo que no es nuevo, como lo ejemplifica la famosa saga de "El Padrino". Se genera un círculo vicioso difícil de romper, donde la fragilización de las relaciones interpersonales facilita la penetración de la narcocultura y la narcosociedad.
Por estas razones, creo que las políticas públicas y la sociedad civil deben priorizar su acción en la infancia, la crianza y la educación escolar, así como en la regeneración a escala barrial. "Enfrentamos una pérdida de confianza que agrava la incertidumbre en la vida cotidiana de las personas. Uno espera que el Estado esté presente antes y durante estas crisis, no solo después. Pero, en cambio, hemos visto una acción reactiva, lenta y débil"..