Gracias
Gracias Por Ascanio Cavallo 1 ministro de Educación ha admitido en estos días lo que todo el mundo sabe: que la brecha entre los colegios públicos y los particulares pagados no se ha reducido, medida en la prueba PAES o en cualquier otra prueba. En breve: a los colegios gratuitos les va pésimo; a los pagados, razonablemente bien.
Y ahora les va pésimo a todos los colegios públicos, ni siquiera se salvanesos bolsones de excelencia queeran los "emblemáticos" (mala palabra, casi un insulto). La brecha nose hareducido, digamos, desdela reforma educacional del 2016. ¿Por qué entonces perseverar en esa reforma regresiva? Los especímenes que persisten en sus errores en el reinoanimal reciben un nombre; los del reino de los cielos, Otro.
Así decía la página del ministerio aquel año fundacional: "Hoy el país avanza decididamente a una mejor educación pública, desde la sala cuna a los estudios superiores". El adverbio "decididamente" tenía un tufillo estalinista, pero nadie lo notó entonces. Ochoaños después, está claro que eso no es así, y menos dondese juega la parte decisiva del proceso: la básica y la media. En ese período, miles de familias han tenido que entregara sus hijosa colegios públicos que, si les dan alguna esperanza, es sólo la del azar.
Otros tantos miles tendrán que subirse al mismo balancín en los años que vienen. ¿Por qué perseverar? El ministro dijo, además, que el problema de la educación pública es "estructural". Seguramente es cierto, aunque "estructural" también ha llegado a ser una palabra-eco, uno de esos términos que encubren una convicción en lugar de describir hechos.
Y en esta época, cuando un alto funcionario dice que hay un problema "estructural", lo que se oye es: "No haré nada". Uncandidato a sucederlo, el exministro Raúl Figueroa, que fue un valiente gestor en el segundo gobierno de Piñera y ahora forma parte de los equipos de Evelyn Matthei, declaró, después de identificar algunos de los problemas suscitados por la reforma, que un gobierno de Chile Vamos no haría una "contrarreforma". Algo parecido a un problema "estructural". ¿Y por qué perseverar? Por esto: por nada. El director de Acción Educar, Daniel Rodríguez, hizo ver que la mayor parte del debate de la reforma fue "extraviado", se perdió en pendejadas. Por ejemplo, el tiempo dedicado a una verdadera fijación: la desmunicipalización. El traspaso de la administración de los colegios a los municipios transcurrió entre los años 1980 y 1985, cuando el régimen de Pinochet tenía por fetiche la descentralización. La desmunicipalización tiene por fetiche la centralización. ¿Y los niños? Bien, gracias. Nadie puede considerarse muy inteligente por adorar a un fetiche o a otro.
Pero en nombre del segundo -la centralización-, el ministerio ha venido creando, con más entusiasmo queeficiencia, los Servicios Locales de Educación Pública (SLEP), que dentro de unos años 1) serán un gran monstruo superpoblado, como ocurre con toda burocracia central; 2) darán empleo a centenares de amigos y vivirán cortos de financiamiento, y 3) serán duramente combatidos por su ineficacia, su burocracia, su inmovilismo y su costo, versus los malos resultados en la educación. Doble contra sencillo. Rodríguez también opina que hay que dejarse de condonar el CAE, pero esa es una decisión imposible para el actual gobierno, todos sabemos por qué. En lo que se refiere a educación pública, la reforma entera es inercia pura, primera ley de Newton. Los resultados empeoran, los niños siguen cayendo en el vertedero, las consignas se revelan huecas.
Alguien dijo por ahíquees positivo que el Instituto Nacional no acapare los buenos puntajes en la PAES, porquesignifica que algunos buenos alumnos se fueron a otros colegios. ¿Qué clase derazonamiento es este? Es obvio que hay buenos alumnos fuera del Instituto y deotros de los colegios "emblemáticos". Siempre fue así.
Decirlo de esa manera sugiere -aparte del descubrimiento que tener buenos alumnos es una especie de maldición social, loqueescomo un repique deese oscuro resentimiento que atraviesa toda la reoscuro resentimiento que atraviesa toda la reforma, ese rencor contra la calidad y el esfuerzo. A veceslassociedades razonan desde lacaverna.
En una línea similar, la propia rectora del Instituto Nacional ha dicho que lo que le interesa al colegio esla inclusión. ¿A qué colegio creerá que ha llegado? El mérito histórico del Instituto no es tener 211 años, sino haber logrado serinclusivo y pluriclasista, condiciones que ha venido perdiendo año por año.
Dijo la rectora que sabía que antes (de la reforma) losestudiantes llegaban con promedios cercanos al 7. ¿Se habrá preguntado por qué, habrá visto el otro lado de su maldición? La respuesta es simple: esos niños traían esas notas después de siete u ocho años de educación. No venían del jardín nide primero, sino de otros colegios.
Deallínacía su carácterinclusivo, de venir de cualquier parte, no del conmovedor eslogan de la buena señora, que parece convencida de que lainclusión consiste en aceptarsegún criterios que podrían ser el color de las zapatillas o el talento para bailar. Siempre y cuando, claro, logre llenar la matrícula. Porque si no es así, debe hacerse preguntas algo más duras. El naufragio de la educación pública es visible, reconocido y perdurable. Pero no figura entre las primeras prioridades de la gente. Claro, están los asesinatos, la inflación, la parálisis de la economía, Monsalve, los impuestos, mil problemas más.
La sociedad desatenta se hace cómplice de lo que pasará en el futuro con la producción en serie de estudiantes mal educados, carenciados y sin patinessobreel hielo quebradizo de la supervivencia. ¿Los niños? Bien, gracias. ¿Los niños? Bien, gracias..