Chilean Adolescence
Chilean Adolescence DR. FRANCISCO BUSTAMANTE Psiquiatra Clínica Universidad de los Andes La serie “Adolescencia” ha generado debate en diversos países. En solo cuatro capítulos, narra la historia de un adolescente de 13 años, acusado del asesinato de una compañera. El impacto ha sido tal en el Reino Unido, que el Primer Ministro, Keir Starmer, decretó que la serie sea vista en todos los colegios públicos.
Esta decisión se enmarca en un contexto preocupante: las conductas violentas en los establecimientos educacionales británicos han ido en aumento y hoy figuran entre los tres principales problemas que aquejan a los profesores, según la National Association of Schoolmasters Union of Women Teachers, una de las principales agrupaciones de docentes del Reino Unido. En Chile, la situación no es muy distinta. Tras la pandemia, las conductas violentas entre adolescentes han aumentado. De acuerdo con un informe de la Fundación Amparo y Justicia, los homicidios de menores aumentaron en un 46,6%, entre 2018 y 2023. En cuanto al maltrato escolar y alteraciones del clima en las aulas, la Superintendencia de Educación recibió 17.526 denuncias en 2023,8,4% más que en 2022. Las razones detrás de este aumento son múltiples: falta de integración familiar, comunicación negativa con figuras parentales, déficit en competencias emocionales, pobreza y una educación de baja calidad, entre otros.
La respuesta tradicional a este fenómeno ha sido desde una comprensión adultocéntrica: los adolescentes tienden a los extremos y carecen de autorregulación, por lo que es necesario “llamarlos al orden”. Sin embargo, esta visión simplifica excesivamente un fenómeno complejo. Medidas como la de Starmer, aunque bien intencionadas, probablemente tendrán un impacto limitado. Erik Erikson, psicólogo germano-estadounidense, propuso que el desarrollo de la personalidad ocurre a través de distintas etapas, cada una con una crisis que debe resolverse. En la adolescencia, esa crisis es la de identidad: el adolescente debe entenderse como una persona distinta y separada de sus padres, con un rol propio en la sociedad.
En este camino, encuentra a sus pares, quienes están en la misma búsqueda, en una exploración que conlleva riesgos: al alejarse de los padres, el adolescente puede experimentar con alcohol, drogas, conductas sexuales riesgosas y violencia.
Este proceso se retrata con claridad en la serie: los adolescentes se cuestionan la masculinidad, feminidad, cánones de belleza y la aceptación de sus pares, mientras los adultos parecen desconcertados frente a su lenguaje y formas de comunicación, especialmente en redes sociales. Este fenómeno es central en los conflictos entre adolescentes y sus padres.
Un estudio aún no publicado de nuestro equipo, realizado en el contexto de un programa de prevención de conducta suicida, demostró que los adolescentes de enseñanza media frecuentemente se sienten incomprendidos por sus padres, especialmente en lo relativo a salud mental. Por su parte, los padres suelen interpretar síntomas depresivos como pereza o falta de voluntad. Esto lleva a que los adolescentes se alejen aún más, quedando más expuestos a conductas de riesgo. A ello se suman largas jornadas laborales de los padres (como el caso del protagonista), profesores con jornadas sobrecargadas y altas demandas de capacitación, falta de asistencia y apoyo para familias monoparentales. Estos factores reducen tanto el tiempo como la calidad de las interacciones entre padres e hijos, de modo que los conflictos suelen ser la expresión final de un vínculo que se ha ido deteriorando. No existe una solución única para disminuir la violencia escolar, pero si tuviéramos que elegir una prioridad, fortalecer la relación y la comunicación entre padres e hijos debería estar al centro de cualquier estrategia. Este trabajo no comienza en la adolescencia, sino muchos años antes, en los momentos cotidianos donde se construye la confianza y el afecto. Acompañar no significa controlar y comprender no implica tener todas las respuestas. Lo esencial es que, en medio de la búsqueda de identidad propia, los adolescentes no caminen solos.
Si logramos que cada familia se transforme en un lugar seguro aunque imperfecto, donde los hijos puedan ser escuchados, cuestionar, explorar y regresar cuando lo necesiten, entonces estaremos haciendo mucho más que prevenir la violencia: estaremos sembrando vínculos que protegen, transforman y perduran. “... Los adolescentes de enseñanza media frecuentemente se sienten incomprendidos por sus padres, especialmente en lo relativo a salud mental. Por su parte, los padres suelen interpretar síntomas depresivos como pereza o falta de voluntad... ”..