Cuando la educación no alcanza
Cuando la educación no alcanza Durante años, creímos que la pobreza en Chile era una herida que comenzaba a cerrar. Hoy, la realidad nos sacude con crudeza: no es el 6,5%, sino casi el 20% de la población la que vive en condiciones indignas.
La nueva propuesta metodológica de la Comisión para la Actualización de la Medición de la Pobreza no solo corrige cifras: nos obliga a mirar de frente lo que, como país, habíamos preferido no ver. ¿Y la educación? Debería ser el puente hacia una vida más justa. Sin embargo, se ha transformado en un trayecto incierto, lleno de obstáculos, donde el destino depende del lugar donde naciste, no de lo que sueñas. A nivel macro, el Sistema de Educación Pública no ha logrado instalar un sello pedagógico que garantice aprendizajes significativos y equitativos.
La gestión centralizada, lenta y a veces ciega a las realidades locales, ha frustrado la esperanza de una escuela pública robusta. ¿Cómo exigir calidad cuando no se asegura ni lo básico? En lo medular, directivos y equipos técnicos siguen atrapados en una maraña burocrática. Administrar ha desplazado a educar.
Según la Agencia de la Calidad, más del 60% de los directores dedica la mayoría de su tiempo a tareas administrativas. ¿Quién lidera el aprendizaje cuando la escuela se transforma en una oficina? Y en lo micro, nuestros docentes, agobiados y muchas veces desmoralizados, buscan licencias como única forma de respirar. La vocación se ve empujada por la sobrecarga y la desilusión.
Según el estudio TALIS de la OCDE, Chile está entre los países donde los profesores sienten menor reconocimiento y menor impacto en sus estudiantes. ¿Qué mensaje le damos al futuro cuando quienes lo forman ya no creen en el poder de su labor? Y aún más hondo: muchas familias, urgidas por la sobrevivencia, han dejado de mirar la educación como una vía de movilidad. ¿Cómo hacerles sentir que el aula puede ser una semilla, y no una sala de espera para la frustración? La UNESCO lo ha dicho con claridad: sin educación de calidad no hay justicia social. Entonces, ¿qué estamos esperando? Urge un nuevo pacto.
Un pacto donde el Estado garantice condiciones dignas para aprender; donde las escuelas sean lideradas con foco pedagógico y no administrativo; donde el profesor recupere su lugar como guía y no como víctima del sistema; y donde las familias, todas, comprendan que educar es el acto más potente de amor y transformación. Cuando la educación no alcanza OPINIÓN Juan Pablo Catalán Académico Facultad de Educación y Ciencias Sociales Universidad Andrés Bello. - -