COLUMNAS DE OPINIÓN: ¿Soldados, Mercenarios o Traidores?
COLUMNAS DE OPINIÓN: ¿ Soldados, Mercenarios o Traidores? Miguel Ángel Rojas Pizarro.
Profesor de Historia, Psicólogo Educacional y Psicopedagogo. @Soy_Profe_feliz miguelrojas. cl ¿ Soldados, Mercenarios o Traidores? ¿ Por qué traicionaste al pueblo por dinero? ¿ Qué más necesitabas si lo tenías todo? Cuando el uniforme sirve al narco y no al pueblo, la patria ya no se defiende: se vende. Chile está cruzando un umbral peligroso. Ya no hablamos de infiltraciones aisladas, sino de una fractura ética que hiere el alma institucional de nuestras Fuerzas Armadas. Junio de 2025: seis suboficiales del Ejército detenidos por transportar casi 200 kilos de cocaína. Julio: cinco miembros de la Fuerza Aérea sorprendidos con ketamina en un vuelo oficial. No es ficción. Es la realidad que vivimos. Estos casos no son solo delitos. Son síntomas de un sistema que ha perdido el norte moral.
Entre 2015 y 2019, más de mil uniformados dieron positivo al consumo de drogas (CIPER, 2020). ¿Qué está pasando en las filas de quienes juraron protegernos? Durante décadas, el uniforme fue una promesa para muchos jóvenes sin oportunidades: salario estable, salud, previsión, respeto social. En zonas extremas, para quienes no podían acceder a la educación superior, las Fuerzas Armadas eran un ascenso social legítimo. Pero cuando esa escalera se convierte en trampa, cuando la jerarquía prima por linaje y no por mérito, la desconexión con el pueblo es inevitable. La historia lo demuestra. Oficiales de Mar en la Armada, por ejemplo, pueden ser excelentes marineros, pero nunca alcanzarán el estatus de los egresados de la Escuela Naval. Un sistema de castas silencioso, donde incluso los más destacados saben que siempre estarán `un peldaño abajo'. El clasismo institucionalizado también corrompe. Y entonces surge la pregunta inevitable: ¿ por qué lo hiciste? Tenías una pensión privilegiada a los 20 años de servicio. El mejor sistema de salud del país. Tu familia protegida.
En un país que no ha tenido guerra en más de un siglo, el Estado te ofreció estabilidad como a pocos. ¿Qué más querías? ¿ Por qué vendiste tu juramento por billetes manchados con sangre? Lo más doloroso no es solo la traición al pueblo. Es la traición a tus compañeros, al conscripto que aún cree en el valor del honor. Al sargento que enseña que la lealtad va más allá del miedo. Traicionaste a tu historia, a tu madre que te vio desfilar con orgullo. Y traicionaste a los niños que aún creen que el soldado cuida, que el uniforme protege, no amenaza. Cambiaste la defensa de la patria por el negocio privado. Dejaste de ser soldado para convertirte en mercenario. No cualquier mercenario: uno que porta los símbolos de la nación mientras sirve al crimen organizado. Y lo que es peor: guardianes de las élites, no del pueblo. Es momento de hablar claro. Arturo Prat fue un joven humilde, becado por el Estado, no hijo de la aristocracia. Hoy, muchos como él serían excluidos del círculo de poder por no tener el apellido correcto. Si los verdaderos líderes del pueblo no llegan a la oficialidad, no sorprende que algunos se rindan ante la codicia. Desde la psicología humanista, Carl Rogers, Maslow y Frankl coinciden: todo ser humano necesita pertenencia, sentido y coherencia vital. La patria no se defiende porque lo diga un superior, sino porque se ama y se comprende. Como escribió Jodorowsky: «La verdadera patria no es un territorio, sino un estado del alma». No más fusiles contra estudiantes. No más tanquetas en poblaciones. No más obediencia al capital. A las nuevas generaciones de soldados les digo con respeto: no están condenados a repetir la historia. Sean guardianes de la justicia, no de los privilegios. Sean soldados del pueblo, no sus carceleros. Las Fuerzas Armadas deben recuperar su sentido original: servir, no dominar. Proteger, no amedrentar. Chile no necesita más discursos, necesita soldados que marchen junto al pueblo, no sobre él. Y si no se detiene la infiltración narco, si no se combate el clasismo interno, la institución caerá. No por enemigos externos, sino por pudrición interna. Aún hay tiempo. Con ética, conciencia de clases y compromiso real, se puede restaurar la dignidad perdida. Y entonces, al final, la pregunta vuelve: ¿ Qué hacemos con los traidores? ¿ Pena de muerte? ¿ Cárcel? Tal vez no haga falta. Ya están muertos en vida. Han perdido lo único que da sentido al uniforme: el respeto de su pueblo y de sus propios compañeros. No serán fusilados. Pero cargarán con la vergüenza. Y en cada cuartel, su nombre será el que no se debe pronunciar. No por miedo. Sino porque representa todo lo que no se debe ser..