NO HAY PARECIDO ENTRE LAS SOLEDADES
NO HAY PARECIDO ENTRE LAS SOLEDADES + Cartografía de la soedad contemporánea 12 NO HAY PARECIDO ENTRE LAS SOLEDADES:. NO HAY PARECIDO ENTRE LAS SOLEDADES En la conciencia individual la soledad florece de una manera radicalmente singular. No hay denominador común. Cada soledad deleita o mortifica a su propio modo, trazando su geografía inclasificable.
POR NIELS RIVAS I)ECAN() FAC1ITAI) DE ARTES LIBERALES Todas las familias felices se parecen; cada &milia infeliz lo es a su propio modo”. El inicio de Ana Karenina es uno de los más sugestivos que nos ofrece la historia de la literatura. La sentencia de Tolstoi me ha rondado persistentemente en estos días en que he buscado la forma más apropiada -más genuinade escribir sobre la soledad. La primera idea que ella trajo a mi mente tiene que ver con las razones que desencadenan esta experiencia. En ese plano, pensé, las similitudes abundan. Las razones de la soledad siempre se parecen, como ocurre con las familias felices en que pensaba Tolstoi.
La enfermedad, la vejez o la falta de comunicación pueden llevarnos, sin distinciones, a la soledad; la necesidad de entenderse o descubrirse a uno mismo, el impulso hacia la contemplación, la tristeza que a veces nos desborda y aniquila aniquila nuestro lenguaje... Todas estas razones posiblemente nos resultan familiares: todas ellas, para nuestra satisfacción satisfacción o nuestro pesar, nos impulsan a retirarnos, a poner en suspenso nuestros vínculos e incluso, en último término, nuestra conexión con el mundo. Pero otra cosa muy distinta es la forma en que la soledad se despliega en cada persona, en cada subjetividad. En la conciencia individual la soledad florece de una manera radicalmente singular. No hay denominador común. No hay parecido entre las soledades. Cada una deleita o morrifica a su propio modo, trazando su geografia inclasificable. Esta condición de la soledad me ha llevado a pensar en el título La vegetariana, de la reciente Nobel de Literatura, Literatura, Han Kang. Mirada desde cierto ángulo, esta novela no consiste en otra cosa sino en el relato de la manera excepcionalmente singular en que la protagonista da forma a su soledad.
Su experiencia, en este sentido, puede ser vista como un acto creativo: en sus manos la soledad traza figuras inéditas y desconcertantes. ¿Cómo puede calificarse si no su férrea voluntad de disolverse, de reabsorberse en la tierra o en la lluvia, de frmndirse con la materia cruda del mundo? Tal es, por cierto, la particular ruta que sigue la soledad de Yeong-hye, ese es su nombre.
La monotonía de la vida conyugal y una propensión a sentirse extranjera en el mundo -nada muy nuevo, nada que no se parezca a muchas otras vidasdesencadenan en la protagonista el drástico reconocimiento de su soledad. Los sueños -cómo nodan el primer aviso: “Era un bosque oscuro. No había nadie.
Creo que estaba en compañía de otras personas, pero parece que me perdí... “. Y tras esto, vemos el primer gesto, el primer trazo tangible de su soledad: la mujer se levanta en la mitad de la noche, va a la cocina y tira a la basura la comida que había en el refrigerador. refrigerador. No volverá a comer carne. Por cierto, rápidamente entendemos que esta decisión va mucho más allá de lo aparente. No sólo se trata de un gesto de ruptura con su entorno familiar y social -todos comen carne y todos cuestionan su decisiónsino del anuncio de otra ruptura inmensamente mayor. El aislamiento de Yeong-hye es inseparable de la angustia: la sensación de tener atascado algo en la boca del estómago la acompaña permanentemente. Pero no es la soledad la que resulta dolorosa. El dolor y los momentos de autodestrucción autodestrucción que experimenta provienen, más bien, de la tenacidad tenacidad -y brutalidadcon que el mundo exterior intenta imponerle sus parámetros. Porque en su volcamiento hacia la soledad, Yeong-hye se sale por completo de los márgenes establecidos, trazando una ruta tan perturbadora como cautivante. Volverse inhumana, tal es su secreta manera de desplegar la soledad. Renunciar a los vínculos, renunciar al alimento, renunciar al lenguaje. Mular el pensamiento. Mular la individualidad, esa ilusión humana. Y volverse enteramente materia, tierra, agua.
Ser una vibrante sustancia sustancia vegetal: “Yo estaba cabeza abajo... Me crecían las hojas en el cuerpo y de las manos me brotaban las raíces... Estas se metían bajo la tierra... más y más... Sentí que me iba a salir una flor en el pubis, así que abrí las piernas”. La pregunta que uno puede hacerse llegado ese punto crítico de la narración tiene que ver con el destino de la soledad. ¿Hacia dónde o hacia qué se dirige una persona que renuncia tan radicalmente a toda compañía, que se retira súbitamente de la vida social y que, en un gesto de superlativa convicción Qo extravío?), opta por abandonar las formas humanas de existencia? “Muy pronto dejaré de hablar y de pensar. Falta muy poco. De verdad que será muy pronto”, dice Yeong-hye, dejando entrever su enigmático objetivo.
Una vertiginosa e irrefrenable espiral de soledad puede ser un camino hacia la desintegración (basta recordar a un solitario por excelencia, Bartleby, el personaje de Melville, apoyado contra un frío muro, inmóvil y consumido por la radical negación que interpone entre sí mismo y el mundo), pero también puede conducir a un destino exactamente opuesto: la soledad como pasaje hacia una superlativa experiencia de comunión.
Esta condición paradójica de la soledad ilumina oscuramente los pasos de Yeong-hye, su incontenible voluntad de desprenderse de todo, de renunciar renunciar a todo, no para abismarse en su aislamiento sino, por el contrario, para liberarse definitivamente de él. No en vano, estando cerca del final, dice en voz baja y tono tranquilo: “todos los árboles del mundo me parecen mis hermanos”. 13 Pl 2-13 NIELS. indd 13 04-06-25 00:36.