El legado vivo de Mons. Fernando Ariztía
El legado vivo de Mons. Fernando Ariztía rales sencillas pero profundas, que abordaban temas actuales como la minería, los jóvenes, las mujeres, los derechos humanos, la educación y la política. “Si hoy vuelves a leer esas cartas, siguen vigentes.
Era un hombre adelantado a su tiempo, que entendía que la política debía ser para servir, no para servirse”. También recuerda con cariño su lado humano y sencillo: cuando iba a las casas de la gente, se sentaba a tomar té, picoteaba del plato de otro, conversaba como un vecino más. “Eso hoy no se puede hacer por temas de salud, pero en ese tiempo la gente lo valoraba mucho. Se sentían en confianza, cercanos a él”. Del mismo modo, Ximena Cáceres siente que haber trabajado a su lado fue una bendición. “Fue un regalo del Señor. Todo lo que aprendí, lo aprendí de él.
Me enseñó a ver la vida diferente, menos egoísta”. Y al mirar su legado, no duda: “Don Fernando fue un pastor completo, un líder que supo enfrentar momentos difíciles, que amó a Atacama profundamente, que eligió quedarse aquí para siempre”. Hoy, tanto el padre Juan Barraza como su exsecretaria Ximena Cáceres coinciden en que su figura sigue viva. “Don Fernando no está muerto”, recalca Barraza.
“Su cuerpo descansa en la cripta de la catedral, pero su magisterio, su enseñanza, su preocupación por los pobres siguen vivos”. Ximena, por su parte, sostiene que su visión es aún necesaria en tiempos actuales: una Iglesia que no tema ser profética, una sociedad organizada y comprometida con el bien común. Quizás, como sugiere el Padre Juan Barraza, sea momento de empezar a rezar para que algún día Mons. Fernando Ariztía sea reconocido oficialmente por la Iglesia como santo.
Mientras tanto, su vida y obra siguen inspirando a construir una Atacama y un Chile donde, como decía su lema episcopal, todos tengan “vida, y vida abundante”. UN PASTOR AL ESTILO DE JESÚS: te, y su conducción en mi vida siempre fue maravillosa. Un verdadero pastor al estilo de Jesús”. Por años, Mons. Fernando Ariztía fue mucho más que el obispo de Copiapó: fue un referente humano, social y espiritual, no solo para la Iglesia, sino para toda la región de Atacama y el país. Quienes lo conocieron lo recuerdan como un hombre sencillo, profundamente comprometido con su gente, su tierra y, sobre todo, con los más pobres y desposeídos. Hoy, su memoria sigue viva a través de quienes compartieron su caminar. Más allá de los títulos y cargos, lo que marcó profundamente al Padre Juan fue la amistad y la fraternidad con don Fernando. “Siempre lo ayudé a que sus intuiciones llegaran a los presbíteros, a los religiosos, a los laicos. No era solo una amistad superficial, era una relación enraizada en el Evangelio.
Yo traté de colaborar con él para que su mensaje llegara a todas partes”. Una de las anécdotas que compartió es cuando, recién llegado a Vallenar, Monseñor lo llamó y le pidió repartir ayuda a los cabreros afectados por la sequía. “Le dije que no sabía dónde estaban. Y me respondió: Búscalos. Eso me hizo llegar a lo último, a los más olvidados. Don Fernando conocía su diócesis como la palma de su mano”. Aún más significativo era cómo la gente respondía a su paso. “Cuando iba dejando lo que él mandaba, algunas personas me decían: Por aquí pasó don Fernando. Eso te dice todo”. Para el Padre Juan, colaborar con él fue un regalo de Dios. “Decía que yo tenía la penúltima palabra, que la última la tenía él. Siempre con humor, pero también con claridad. Sabía conducir”. PRESENTE El Padre Juan destacó que don Fernando no está muerto. “Su cuerpo descansa en la cripta de la catedral, pero su magisterio, su preocupación por los pobres, sigue vivo. Me gustaría que siempre lo recordáramos como un guía, para la Iglesia, para los obispos, para los sacerdotes, para los laicos.
Si queremos aprender a servir a Jesús, debemos acudir a su enseñanza, alimentada en la oración, en la Palabra de Dios y en el rostro de los más pobres”. Aseguró que don Fernando fue un verdadero discípulo de Jesús. “Arriesgaba su vida por amor. No era de los que se cuidaban, como decimos ahora. Él se entregaba. Incluso cuando corregía, lo hacía con cariño, con caridad. Fue un hombre que dejó que Jesús pasara por su vida, y lo transmitía en cada gesto”. PROFÉTICO Y POLÍTICO El legado de don Fernando también se extiende al ámbito social y político. “Él siempre decía: Servir, no servirse. Le interesaba mucho que hubiera servidores públicos honestos, comprometidos con el bien común. Sabía que por la política se construye un país. Por eso, impulsaba que los cristianos entraran en el mundo político con espíritu de servicio, sin buscar el poder por el poder”, recuerda el Padre Juan. Aún hoy, muchas de sus enseñanzas siguen siendo profundamente vigentes. Hablaba de descentralización, del valor de la educación, de la necesidad de construir un país donde nadie sobre. “Nos invitaba a organizarnos como pueblo, a no vivir aislados. A que las organizaciones populares volvieran a tener vida, para resolver juntos nuestras necesidades”, explicó el párroco. Una imagen entrañable lo retrata viviendo en una población en Santiago, en una toma llamada Digna Rosa. Su casa tenía la única ducha, en el patio, y en las mañanas se formaba una fila de vecinos con toallas al hombro. “Cuando hablo con la gente de allá y pregunto por él, me dicen: Era un vecino. Eso era lo más bonito: su cercanía, su humanidad”. Don Fernando recibía autoridades en la mañana, y por las tardes salía a visitar a la gente. “Cuando uno pasaba, decían: Don Fernando anduvo por aquí, vino ENTRAÑABLE El Padre Juan Barraza, sacerdote de Caldera, recuerda con emoción y gratitud su profunda relación con Monseñor Fernando Ariztía. “Fue y sigue siendo una hermosa guía para la Iglesia, para el país, para el mundo”, señaló. El actual párroco de Caldera fue mucho más que un colaborador cercano; para él, Fernando Ariztia no solo era un guía y líder espiritual, sino también un amigo entrañable. En una entrevista alrededor del año 2000, Monseñor Fernando expresó en varias ocasiones que consideraba al Padre Juan un gran amigo. “Para mí, eso es un regalo enorme”, afirmó con emoción el sacerdote de Caldera.
Para él, don Fernando no solo fue el obispo de Copiapó, sino también un hombre con una huella imborrable a nivel nacional e internacional: presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, participante activo en las conferencias de Puebla y elegido en varias ocasiones para los sínodos en Roma de las Américas, de los jóvenes, de los laicos y de las religiosas. “Un hombre que por amor a Jesús dejó muchas huellas”, dice el Padre Juan. Esa entrega total se reflejaba también en lo cotidiano. “Tenía humor, cercanía, profundidad. Fue quien me ordenó sacerdoa tomar tecito.
Esa sencillez sigue siendo profética”. UNA VIDA QUE INVITA A VIVIR EN ABUNDANCIA “Don Fernando nos enseñó que no se trata solo de sobrevivir, sino de tener vida abundante”, afirma el Padre Juan, recordando su lema episcopal. “Todo lo que hizo fue para el bien de Chile, para construir un país más justo, más humano.
Ese es el desafío que nos deja: seguir construyendo un mundo donde todos quepamos, donde haya justicia, fraternidad y verdadera vida en Jesús”. Por su parte, Ximena Cáceres Maturana, secretaria del Obispado y canciller, trabajó 12 años junto a Mons. Ariztía. “Fue mi primer jefe, pero más que jefe, era mi pastor”, cuenta emocionada.
Ella destaca su sencillez, austeridad y cercanía: vivía en una pequeña pieza anexa a la biblioteca del obispado, dormía ahí por 26 años, compartía siempre un café preparado por él mismo con su equipo, y nunca buscó acumular riquezas ni comodidades.
“Era muy desprendido de todo, muy amoroso, muy delicado”. Ximena Cáceres recuerda detalles íntimos y cotidianos: su amor por Condorito, sus cartas pastorales escritas a mano con su clásico lápiz rojo Parker, su participación activa en las parroquias por las tardes, donde se sentaba con grupos de señoras a conversar y compartir. “Él conocía a la gente y la gente lo conocía a él. Hacía sentir a cada persona como única, les daba espacio, atención”. Uno de los aspectos que más le impactó fue su capacidad para enfrentar desafíos nacionales, especialmente en temas de derechos humanos.
“Era muy tímido, pero supo enfrentar esa timidez para alzar la voz en momentos duros, en defensa de los detenidos y desaparecidos”. Según ella, su figura trascendió lo eclesial y se convirtió en un símbolo para la región: no solo para los católicos, sino también para personas de otros sectores, incluso de partidos no creyentes, quienes reconocían su aporte social.
“Por ejemplo, si hablas con alguien del Partido Comunista, hablan maravillas de él, porque ayudó a todos sin distinción”. Además, destacó su habilidad para traducir grandes ideas en cartas pastoUN VECINO, UN HERMANO, UN HOMBRE DEL PUEBLO EL TESTIMONIO DE XIMENA CÁCERES: UN JEFE, UN PASTOR, UN AMIGO UN LEGADO QUE SIGUE UN COMPROMISO EL TESTIMONIO DEL PADRE JUAN BARRAZA: UN GUÍA, UN MAESTRO Y UN AMIGO.