Realismo con renuncia
E debe a la ex Presidenta Bachelet haber incorporado al lenguaje de la política chilena —cada país dispone de su propia retórica— el concepto de “realismo sin renuncia”; la exmandataria debió reconocer, en julio de 2015, que los objetivos más ambiciosos de su administración debían ajustarse a las capacidades del Estado y la evidencia de la coyuntura.
Desde entonces, la fórmula ha sido recurrente para evaluar la distancia entre los programas y las posibilidades de materializarlos; en tal sentido, la reciente cuenta pública del Presidente Boric ante el Congreso Pleno es un paradigma de aquella brecha.
El programa original del mandatario, levemente matizado luego de la integración del socialismo democrático, contemplaba un conjunto de transformaciones inspiradas enla idea de una sociedad que, movilizada a partir del 18-0, había abierto paso a una nueva Constitución para construir “un país distinto”. Más de la mitad del mandato—y con abstracción de la conveniencia o no de los cambios propuestos—, es claro quelas principales reformas postuladas, en los órdenes económico, social, institucio- “Es difícil no advertir que la realidad ha llevado al Gobierno a jugar en una cancha que no escogió ni le acomoda”. Nal y cultural, no se cumplirán, O quelo harán de manera muy limitada y contenida.
Una serie de razones lo explican: el maximalismo de las medidas, muchas de las cuales solo podrían haberse desarrollado en un tiempo mucho más extenso que un período presidencial y, además, sujetas a amplios acuerdos; la falta de habilidad en la gestión y la debilidad de los cuadros políticos y técnicos, las tensiones internas en la alianza, la situación de minoría de la izquierda en el Congreso, un frente opositor también más crispado y la derrota oficialista en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022.
A las causas propias de la política se suman las modificaciones de percepción que han causado, en el ánimo de la población, el desorden migratorio y la irrupción de la inseguridad ciudadana y del crimen organizado.
El discurso presidencial apuntó a destacar que el país ha recuperado la estabilidad, en particular en materia económica, con el control de la inflación y los “brotes verdes” del crecimiento, y la lucha contra la inseguridad através de una frondosa legislación. Con todo, se trata de resultados que no se corresponden con el ethos de la coalición que elaboró el programa. Es difícil no advertir que la realidad ha llevado al Gobierno a jugar en una cancha que no escogió ni le acomoda.
En la cuenta el Presidente, y previo a establecer un hilo histórico que remonta a O'Higgins, afirmó que “un gobernante no elige los desafíos, hace suyos los desafíos que la patria le pone por delante”. En este contexto se ha subrayado que, en el complejo armado de contrapesos del discurso, los anuncios en materia de aborto legal, eutanasia y negociación laboral multinivel apuestan a recuperar propuestas del programa que difícilmente pasarán el filtro del Congreso, pero que pueden ayudar a galvanizar la alianza gubernamental y desafiar a la derecha.
De cualquier modo, y más allá de las cualidades formales del texto, la tercera cuenta pública del Presidente—la última en que podían plantearse metas, según dijo el propio Boric— ha sido el reflejo de una administración que, forzada por múltiples circunstancias, ha debido transitar a una versión de “realismo con renuncia”.