Odiosos contrastes
Odiosos contrastes S on las 17 horas de un viernes y el patio de comidas del Mercado Urbano de Tobalaba (MUT), en Las Condes, está lleno.
No es el lugar típico que se encuentra en todos los malls del país, sino que una opción más sofisticada y gourmet: las preparaciones van en platos de loza, algunos locales utilizan recipientes de cartón y casi no se ven plásticos de un solo uso. Además, hay contenedores para separar los desechos, y. ¡ sorpresa! están limpios y utilizables.
El menú es diverso: hay novedosos sandwiches, comida thai, opciones veganas, platos tradicionales chilenos, pizzas, papas fritas con distintos toppings, una cevichería, un lugar donde solo venden canolis (tal vez recuerdan la escena cuando Vito Corleone dice "¡ que traigan los canoli! " en "El Padrino") y un local especializado en cervezas artesanales de distintas partes del país. Yo elegí una Cuello Negro de Valdivia, para mí la mejor pilsen del país. El MUT realmente es de otro mundo, de uno que está a años luz de Valparaíso. Pero tampoco tiene algo que ver con los centros comerciales y gastronómicos del centro de la capital, siempre abarrotados, inseguros, pero también ricos en diversidad cultural.
Por acá decimos "Santiago es Chile", pero allá tienen sus propias y evidentes desigualdades: el barrio alto es otro país -uno que crece y crece hacia la Cordilleray las comunas populares no son demasiado diferentes al plan de nuestra comuna, o incluso peor. Junto a unas amigas nos fuimos el viernes a Santiago. Nos queríamos dar un gusto y reservamos en un pequeño hotel en Providencia, cerca del metro Los Leones. Antes nos alojábamos en el barrio Lastarria o por el Parque Forestal, pero esta vez la sensación de inseguridad fue mayor, así que cambiamos el destino. La idea era pasear-qué agrado caminar por calles sin ambulantes-, ir a la Furia del Libro en la Estación Mapocho, comer rico y vitrinear. El sabado nos levantamos temprano y partimos a la Furia, encuentro organizado por un grupo de editoriales chilenas independientes y que en esta ocasión tuvo invitados de Perú, Uruguay, Argentina y España. El centro cultural, que es muy amplio, estuvo lleno de personas mirando libros y conversando sobre literatura; de ficción y no ficción; de arte, cómics, manga, política, fútbol y filosofía. Una delicia con entrada liberada. Cuando nos dio hambre, decidimos buscar algo en el bario La Chimba. Cruzamos el Mapocho y nos encontramos con un ambiente más cercano a nuestra realidad porteña.
Muchos ambulantes -la mayoría migrantesque venden de todo: artículos de aseo, chicha morada, platos peruanos, ropa usada, dulces venezolanos, papas rellenas e incluso, patos y gallinas, que exhiben amarrados de sus patas, desplumados y bien amarillos.
No podía dejar de mirarlos, a pesar de que me dieron mucho asco. ¿ Serían de un corral? ¿ quién los compra? ¿ hace cuánto estaban así, en una canasta y a pleno sol? Tambien observe a los vendedores, uno era rasta y llevaba un gorro de lana con los colores de la bandera de Jamaica, y la otra era una señora delgada mirando al vacío que ni siquiera ofrecía la mercancía. Medio mareada ya con tantos estímulos (costaba avanzar y la mezcla de olores era muy desagradable) ingresamos al mercado Tirso de Molina. Fue un oasis en medio del caos. Adentro estaba todo ordenado, limpio, con guardias y puestos que daba gusto mirar. El segundo piso alberga pintorescas cocinerías muy cosmopolitas: en un mismo restorán ofrecían pastel de choclo. bandeja paisa, ceviche y pollo con papas fritas. Nos llamó la atención donde se hacía fila para entrar. "Debe ser bueno", me comentó una amiga, pero ella tenía el dato de una picada en la Vega Chica que está al frente. Otra vez nos tuvimos que mezclar con el gentío y los ambulantes e ingresamos por el sector de las carnicerías. Rápidamente salí de ahí y preferi avanzar por el lado de los pescados y mariscos. Así llegamos a Donde la Tita por unas humitas con ensalada de tomate. La garzona, sin experiencia, se tomó su tiempo; pero no teníamos apuro y valió la pena la espera. Después de todo ese barullo volvimos a Providencia. Estaba todo el comercio abierto; buscamos una tienda que vende solo ropa negra usada, pero no encontramos nada que nos gustara y nos metimos al Portal Lyon a mirar otakus y kpopers. Pasamos por una calle donde conté cuatro restaurantes de ramen y elegimos un café para descansar un rato.
Obviamente la conversación giró en torno a nuestra aventura, a la gran cantidad de alternativas para el ocio que ofrece Santiago y que menos mal el Metro nos lleva a todos lados (justo al día siguiente Gabriel Boric anunció una línea hacia el aeropuerto). Miramos a las personas caminar, las vestimentas, los peinados, los distintos colores de piel. Pensé en las mezclas, en las diferencias culturales y en la desigualdad brutal. O El MUT realmente es de otro mundo, de uno que está a años luz de Valparaíso. Pero tampoco tiene algo que ver con los centros comerciales y gastronómicos del centro de la capital, siempre abarrotados, inseguros, pero también ricos en diversidad cultural.