Autor: MISTERIO
TARAPACÁ ES COMO NAZCA, solo que no lo sabíamos
TARAPACÁ ES COMO NAZCA, solo que no lo sabíamos “Creo que vamos a subir rela y quienes vamos por acá”, dice Óscar Vacon él, en su camioneta pickup todoterreno, no tenemos más que obedecer. Estamos en medio del desierto de Atacama, en un punto inubicable de la Región de Tarapacá, y alrededor todo son cerros de arena suelta y enormes planicies de tierra que se pierden en el horizonte. Óscar tiene 88 años, es iquiqueño y prácticamente toda su vida ha estado recorriendo estos paisajes. Fue capitán de barco por muchos años y, además, acompañó innumerables veces a destacados arqueólogos como Lautaro Núñez o el fallecido Luis Briones en sus investigaciones en terreno. De hecho, fueron amigos en la infancia. Ahora, su objetivo es llevarnos al cerro Monos, un remoto lugar en la cordillera de la Costa, a unas tres o más horas en auto desde el aeropuerto de Iquique. Pero para llegar hay que salirse de los caminos principales y buscar huellas y pasos entre las dunas y los cerros, los mismos que Varela reconoce a simple vista y utiliza para orientarse.
“Mira, ahí hay unas chakanas y más allá, un lagarto, pero acerquémonos porque desde aquí no se ve”, dice Pablo Cañarte, 56 años, también iquiqueño, fundador de Latente, una consultora y creadora de contenido científico y patrimonial, y tercer integrante en esta expedición en la que vamos en busca de un auténtico tesoro: cientos de geoglifos o figuras hechas con piedras en los cerros y planicies por los antiguos habitantes del desierto y que, hasta ahora, no aparecían en los mapas de prácticamente nadie. Efectivamente, sobre la loma de un cerrito vemos de lejos lo que parece ser un enorme lagarto, con cuerpo ovalado, “manchas” y una cola extensa.
Y si giramos la vista a la izquierda se asoma otro panel lleno de figuras: hay cruces (la emblemática “chakana” del mundo andino), flechas, un hombre de piernas encogidas como un bailarín y otros símbolos geométricos de perfecto diseño. “Si lo viéramos desde arriba, o con un dron, se apreciaría mejor”, continúa Pablo Cañarte sobre estos hallazgos que él conoció recién hace unos años, y que lo siguen sorprendiendo.
Solo en este lugar, dice, se han registrado 334 figuras, pero si se considera toda la región la cifra es increíble: en Tarapacá existen más de 8.000 geoglifos, repartidos en distintos puntos de la cordillera de la Costa, la pampa del Tamarugal y en los Andes, un dato que posicionaría a Chile como el segundo lugar del mundo con mayor cantidad de geoglifos después de Nazca, Perú.
Y lo que es aún más insólito, prácticamente todos ellos ya habían sido identificados, fotografiados, dibujados, clasificados y geolocalizados por dos investigadores chilenos que hace cuatro décadas estuvieron recorriendo sistemáticamente estos lugares, pero cuyos nombres y sobre todo, su trabajo quedaron en el olvido. Hasta ahora. Entre 1977 y 1987, el médico Pablo Cerda Fernández y el dibujante técnico Sixto Fernández Fraile realizaron una investigación inédita.
Exploraron de punta a cabo la Región de Tarapacá para prospectar y registrar cada uno de los geoglifos que hay en este trozo de desierto, los que hasta entonces solo se conocían en estudios puntuales de ciertos sitios que antes habían realizado arqueólogos como Grete Mostny, Hans Niemeyer, Lautaro Núñez y Luis Briones.
Fue un trabajo que hicieron por su cuenta, como una forma de retribuir a la región de la cual se habían enamorado primero como viajeros (cuando la recorrieron junto un amigo iquiqueño de origen croata, el empresario industrial Ivor Ostojic) y luego como residentes: Cerda fue director del Servicio de Salud de Iquique entre 1980 y 1987, y Fernández trabajó para la Sociedad Minera La Cascada, ubicada en la cordillera de Tarapacá.
El resultado de esa prospección (que hicieron por tierra y aire, con apoyo de aviones y helicópteros de la FACH, y que los llevó a revisar toda la literatura sobre este tema y la cartografía regional) fue contundente: Cerda y Fernández lograron el mayor registro integral de los geoglifos del desierto de Tarapacá, y lo hicieron bajo una novedosa metodología de clasificación según forma, ubicación, correlación y otros conceptos que en 1987 incluso les valió una mención honorífica en los Premios Rolex, que se entregan a este tipo de investigaciones innovadoras. “Queremos dejar establecido que solo actuamos en prospección, siendo nuestro noreste de Huara, este sitio tiene geoglifos monumentales sobre la planicie, que se aprecian mejor desde el aire. TEXTO Y FOTOS: Sebastián Montalva Wainer, DESDE LA REGIÓN DE TARAPACÁ. HALLAZGOS. Óscar Varela lleva años recorriendo el desierto junto a arqueólogos del norte. Aquí, en un antiguo corral de la quebrada Mapocho, cerca de Pozo Almonte, que también está llena de geoglifos.
Al lado, el letrero que “protege” el sitio de Ariquilda. objetivo poner a disposición de los especialistas científicos y técnicos que corresponda, la información que generamos”, escribieron en 1983 para el Congreso de Arte Rupestre de Chile, en uno de los pocos informes de adelanto que lograron publicar: Pablo Cerda murió en 1993 y Sixto Fernández, en 2005. Debido a esto, todo ese enorme trabajo cientos de páginas de escritos, notas de campo, diapositivas, ilustraciones, mapas y citas bibliográficas estuvo perdido durante más de 40 años. “Fue entonces cuando Ivor Ostojic me encomendó la tarea de contactar a los familiares y reunir este material, parte del cual se lo había dejado su amigo Sixto Fernández antes de morir.
Luego encontramos algunas publicaciones que hicieron, las que aparecían en los últimos resultados de Google”, dice Pablo Cañarte, que en 2018 se hizo cargo de este proyecto, con el primer objetivo de hacer realidad el sueño de Cerda y Fernández: publicar un gran libro de divulgación, que gatillara nuevas investigaciones científicas en esos sitios, y así contribuir a su conservación y puesta en valor, por ejemplo, a través del turismo.
El proyecto ya está bastante avanzado: se trata de un libro de gran formato que recopila la investigación de Cerda y Fernández (textos, fotos y dibujos digitalizados, mapas y tablas de clasificación, y más de 600 citas bibliográficas) y que está a la espera de financiamiento.
En la edición también participa el arqueólogo chileno Mario Rivera Díaz, especialista en el desierto de Atacama, académico de la Universidad de WisconsinMadison en Estados Unidos y asesor del Centro de Patrimonio Mundial de la Unesco. “Conocí a Pablo y Sixto personalmente y siempre me comentaban del enorme caudal de geoglifos en la zona norte de Chile, pero nunca imaginé que llegaran a esa cantidad”, dice Rivera. “En el último tiempo hemos constatado que en realidad puede haber incluso un número muy superior a los 8 mil que ahora aceptamos. Los geoglifos de Tarapacá son comparables a los de Nazca, pero en mayor cantidad, y además corresponden a una situación ambiental totalmente distinta, entonces los complementan.
He ahí su importancia”. Hace unos días Mario Rivera estuvo recorriendo varios de estos sitios junto al arqueólogo alemán Markus Reindel, uno de los principales investigadores de las líneas de Nazca en la actualidad, y lo que vio lo dejó fascinado. “Es primera vez que veo los geoglifos de Chile y mi primera impresión es que definitivamente son comparables con los de Perú, solo que están menos estudiados. Se dice siempre que los geoglifos del Perú son únicos, pero yo diría ahora que los geoglifos de la zona sur andina son únicos.
Habría que incluir a los de Chile”, dice Reindel al teléfono desde San Pedro de Atacama, donde por estos días participó en la reunión anual del Comité Científico Internacional para la Gestión del Patrimonio Arqueológico (ICAHM). “Veo sí que las formas y la tipología son SIMILAR.
Este es uno de los geoglifos más llamativos de Ariquilda, “el Nazca chileno”. un poco diferentes que los de Nazca: allá, lo que más salta a la vista son los geoglifos geométricos, hechos en planicies, pero se encuentran relativamente pocos geoglifos figurativos. En contraste, en Chile casi todos los geoglifos que he visto son personas humanas, animales, aunque también hay geométricos. Es una tipología muy diversa.
Ahora, en Perú también están los geoglifos de la cultura Paracas, que son más antiguos que los de Nazca, y estos son siempre figurativos y se encuentran en laderas, características que se asemejan más a los de Chile. Por la tipología yo creo que hay muchas fases sucesivas y casi me atrevo a decir que probablemente los geoglifos más antiguos en Chile son más antiguos que los del Perú. Pero esto lo digo con mucha cautela. Hay aspectos interesantísimos que habría que estudiar”. En el cerro Monos la mayoría de los geoglifos, efectivamente, se encuentra sobre las laderas de los cerros.
Unas horas antes de estar allí, junto a Óscar Varela y Pablo Cañarte habíamos llegado a otro remoto y desconocido sitio, el salar de Soronal, donde antiguamente funcionó la oficina salitrera Gloria, de la que solo quedan ruinas de piedra y un cementerio, y también vimos figuras sobre los cerros: chakanas, círculos, cuadrados, llamas.
Entre el traqueteo de las piedras, el calor y las largas horas de viaje que implica ir de un punto a otro incluso dentro de la misma región, poco a poco uno podía darse cuenta de que, en realidad, en Tarapacá hay geoglifos por todas partes: solo basta afinar la vista.
Más allá de los sitios conocidos y restaurados en la región, como Pintados, cerro Unitas (donde está el Gigante de Atacama) o el espectacular panel de llamas y pastores sobre la quebrada de Tiliviche, cerca de la Ruta 5 Norte, también hay geoglifos en sitios apenas conocidos como el cerro Figuras, en cuyas cercanías hoy se instala una gigantesca red de tuberías para la minería del yodo, la quebrada Mapocho o el sector de La Calera, cerca de Pica. Son los lugares que uno como viajero esporádico alcanza a recorrer en dos o tres días, pero hay decenas dentro de la misma región. Si bien cada uno de ellos fue exhaustivamente registrado por Pablo Cerda y Sixto Fernández durante los 10 años que duró su trabajo, apenas se han investigado.
Solo se sabe que muchos están en medio de antiguas rutas caravaneras de comercio entre la sierra y la costa, algunas de las cuales todavía se logran apreciar a simple vista, y que la presencia humana en esos lugares se explica porque el desierto de Atacama no ha sido siempre un lugar árido: estudios científicos han demostrado que hace 10 mil años aquí hubo lagunas, bosques y humedales. Lo que sí es evidente es que varios de estos sitios de incalculable valor arqueológico y patrimonial están a punto de desaparecer. Eso no solo debido a la erosión natural, sino sobre todo a causas humanas: hay huellas de jeeps y motos por todas partes, y varias de ellas atraviesan los mismos geoglifos. “No costaría nada proteger este lugar, poner una banderitas que indiquen donde hay geoglifos o hacer senderos para no pisarlos”, dice Pablo Cañarte mientras caminamos por uno de los sitios más espectaculares: Ariquilda.
Unos 60 kilómetros al noreste de Huara, Ariquilda podría ser perfectamente descrito como “el Nazca chileno”. A unos 1.000 metros de altura, sobre la planicie del desierto, tiene un conjunto de geoglifos de perfectas formas geométricas, pero también zoomorfas y antropomorfas, que desde lo alto logran apreciarse mejor: algunas son monumentales, como las de Perú. Pablo Cerda y Sixto Fernández contabilizaron 224 figuras en Ariquilda. Entre ellas, dos grandes líneas paralelas que miden 164,7 metros de largo, y que cualquier apresurado describiría como una pista de aterrizaje.
También hay grandes espirales y cuadrados, figuras como una que se asemeja al ícono de energía nuclear (con cuatro aspas en vez de tres) y, quizás la más fotogénica, una que parece representar dos filas de “olitas”. Sin embargo, pese a la belleza y misterio que esconden sus figuras, este lugar hoy está absolutamente abandonado. Aunque no hay letrero que indique su ubicación, el sitio está lleno de huellas vehiculares que han pasado sobre los geoglifos, destruyendo algunos casi por completo. Solo sigue en pie un rústico letrero donde pintaron de mala gana, con spray, la palabra “cuidado”, pero el escenario actual es triste. Vergonzoso.
Hace cuatro décadas, los investigadores Pablo Cerda y Sixto Fernández ya alertaban sobre el estado de estos sitios y la necesidad de documentarlos, “antes de que sea demasiado tarde”. “Más que restaurar las figuras, sin un conocimiento cabal de ellas, nos parece necesario protegerlas de la erosión antrópica, único campo en el que se puede actuar, ya que no hay acción posible contra los cambios climáticos, la acción eólica ni la contaminación por anhídrido carbónico”, escribieron en su informe de 1983. ¿Es posible recuperar estos sitios tan degradados y convertirlos quizás en nuevos hitos para el turismo en el norte de Chile? El arqueólogo alemán Markus Reindel dice que sí. “Para protegerlos, lo primero es identificar los sitios, hacer un catastro con técnicas modernas de documentación. Luego habría que estudiarlos y desarrollar un plan de manejo de geoglifos.
Es un trabajo de concientización de la población, de señalización y protección”, explica Reindel y agrega: “Pero hay que destacar muy claramente que este patrimonio es único en el mundo, que es el pasado de las comunidades que viven allí y que cuando se pierda, nunca más lo van a recuperar.
Yo diría que los geoglifos de Chile tienen el mismo valor histórico y patrimonial que los de Perú, y la meta debe ser, a mediano plazo, documentarlo para inscribirlo como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Le veo buenas posibilidades”. D. Esta figura en Ariquilda es una de las 8.000 registradas por Pablo Cerda y Sixto Fernández entre 1977 y 1987, trabajo que ahora espera ser publicado como libro. Al lado, alrededores del cerro Figuras, donde se instalan tuberías par Dos investigadores chilenos realizaron el mayor registro de geoglifos en el desierto de Tarapacá y el resultado impresiona: encontraron más de 8.000 figuras. Pero su trabajo estuvo olvidado por cuatro décadas y ahora, recién recuperado, podría posicionar a Chile al nivel de destinos arqueológicos mundialmente famosos como Nazca. SORPRESA.
“Definitivamente son comparables con los de Perú y tienen el mismo valor histórico y patrimonial”, dice el arqueólogo alemán Markus Reindel, uno de los principales investigadores de la líneas de Nazca, sobre los geoglifos de Tarapacá. A la izquierda, algunas figuras del cerro Monos. Al lado, el panel de llamas de Tiliviche, que fue restaurado por el arqueólogo Luis Briones.. Ubicado al a del yodo. C a la minerí