Y entonces Teresa
Y entonces Teresa COLUMNA DE OPINIÓN“ Y e n t o n c e s Teresa” es la última novela de Arturo Fontaine.
Retrata a T e r e s a W i l m s Montt, la belleza chilena que, en la década de 1910, tiene un apasionado romance con Vicho Balmaceda, primo de su marido, Gustavo Balmaceda. Fontaine envuelve el romance en una magnífica prosa muy musical y a veces muy sensual, a la que contribuyen distintas voces: los protagonistas se turnan como narradores. Nos hacen querer a Teresa, por caprichosa que sea. Y Fontaine la quiere también. La quiere como quizás perdónenme las feministas solo un escritor masculino la podría querer. Y es notable cómo él se mete en su mente y cuerpo, describiendo sus apasionados deseos, o la forma en que se viste y des-viste, se peina o maquilla. Es probable que este verano los lectores también se enamoren de ella, y las lectoras de Vicho, así como los rusos se enamoraban de Ana Karenina y las rusas de su amante Vronsky. “No te me vengas a creer la Ana Karenina chilena”, le dice su amigo Joaco Joaquín Edwards Bello a Teresa cuando la visita en el convento de la Preciosa Sangre, donde la recluyen por adúltera.
Se lo crea ella o no, uno piensa mucho en Karenina al leer la novela, eso que hacia 1914 Chile es más brutalmente intolerante que el San Petersburgo de 1878: no podemosimaginar a Ana encerrada en un convento. No es por nada que Teresa se vuelve feminista. Leyendo la novela me acordé de la Alicia de Lewis Carroll cuando se pregunta cómo será la llama de una vela una vez que está apagada. Fontaine se dedica a imaginar esa llama. Rescata minucias de un pasado que se apagó. Rescata hasta el lenguaje que se hablaba, en Santiago, en la hacienda cordillerana de Vicho, o en Iquique en pleno boom salitrero. Y de ese pasado hay ocasionales visiones de futuro. Así Cuevitas después Marqués de Cuevas observa las piernas de Adèle Coussirat, antecesora de Teresa como amante de Vicho. Son “algo más musculosas y duras de lo corrienteMe acordé de la Alicia de Lewis Carroll cuando se pregunta cómo será la llama de una vela una vez que está apagada. Fontaine se dedica a imaginar esa llama. entre las mujeres”, piensa. Son de “una belleza funcional y moderna las piernas del futuro”. A Cuevitas le preocupa la fragilidad de la belleza de Teresa. En un sombrero que lleva hay un botón de rosa. “El botón prometía abrir. Pero, a la vez, en sus bordes, se insinuaba un ocre, un anuncio de lo fugaz que sería su existencia”. La belleza, piensa, es “un reflejo del tiempo”. Es pasajera. A Teresa lo pasajero la exaspera. Wagneriana, quisiera que cada instante de felicidad se eternizara. Su problema con Gustavo es que los instantes se disolvieron. “Somos felicesporque fuimos felices”, le dice a Cuevitas, y para ella eso no basta, ni cerca. En el convento descubre a Santa Teresa, para quien el único amor que vence a lo pasajero es el de Dios. Teresa va tentándose con esa muerte que Santa Teresa tanto anhelaba. Finalmente, la risa. ¡Cómo se ríen en la novela! Con una risa que es pura vida, pero también metáfora.
Cuando al comienzo Teresa y Vicho se ríen juntos, se produce una “complicidad maldita”. Sus risas “evaporan su sentido de responsabilidad de mujer casada”. A Vicho, que “masca” sus carcajadas, le sale una “risa arrastrada”, una que a Teresa le entra en la piel, y ella se ríe “como con cosquillas”. Cuando le confiesa su amor a su amiga Pauline, esta encuentra, asustada, que Teresa está lanzando unas “carcajadas raras”. “Antes no te reías así”, le objeta. Teresa contesta que así se reía Eva cuando se sintió por primera vez desnuda en el paraíso. En contrapunto están las alegres risas de sus niñitas, cuyo alejamiento será el terrible costo que pagará, como Ana Karenina con su hijo Sergei. Después, las risas que marcan el duro paso del tiempo. Cuando Cuevitas se encuentra con una disminuida Teresa en París, le escribe a Pauline que le oyó carcajadas frías. A Vicho, muy enfermo en Chile, lo visita Pauline y él la recibe con una carcajada gélida. A Teresa y Vicho los lleva la muerte que, como a Tristán e Isolde, ojalá los una en una apasionada carcajada eterna. Si desea comentar esta columna, hágalo en el blog. COLUMNA DE OPINIÓN Por David Gallagher