La tiranía del sentido común
La tiranía del sentido común Por Gonzalo Blumel Por Gonzalo Blumel l inicio de la campaña presidencial ha venido mostrando cosas que sorprenden.
Por el lado de la izquierda, tenemos una candidata comunista que se viste de moderada y que reniega de quien fuera hasta hace poco el principal referente del PC, un candidato frenteamplista que no se saca la corbata y que promete más policías en las calles y mano dura contra la delincuencia, y una candidata del socialismo democrático que hace suya la batalla por el crecimiento económico y la permisología. Nadie propone asambleas constituyentes, estrategias de decrecimiento o plurinacionalidades, todos temas que eran grito y plata en el sector. Ni hablar de refundar Carabineros. Por el contrario, hoy parecieran tener sangre verde en las venas. En la derecha, pasa algo parecido. En el bando republicano parecen haber olvidado la idea de suprimir el Ministerio de la Mujer o derogar el aborto en tres causales. En el caso de los libertarios es menos claro, pero al menos abandonaron la pretensión de eliminar el Banco Central. Se ha terminado por imponer la tiranía del sentido común, virtud democrática muy descuidada en los últimos años. Han vuelto a ser populares banderas que representan la esencia de nuestra naturaleza humana: el deseo de autopreservación, la búsqueda del bienestar, el afán por la libertad y una convivencia ordenada. En simple, vivir bien y en paz junto a los propios. Es cosa de ver la última encuesta del Centro de Estudios Públicos.
Cuando se pregunta a las personas por las prioridades para los próximos diez años, la respuesta es categórica: primero, orden público y seguridad (47%) y, segundo, crecimiento económico (44%). En ambos casos, 20 puntos más que lo registrado una década atrás.
Asimismo, entre las cuatro instituciones mejor evaluadas, tres corresponden a órganos responsables de la ponden a órganos responsables de la Horizontal. seguridad (PDI, Carabineros y Fuerzas Armadas). Tal es el retorno a lo fundamental, que el 80% considera que la obediencia y el respeto por la autoridad son los valores más importantes que los niños debieran aprender, casi el doble que en los meses posteriores al estallido social. Ciertamente, el sentido común no es una ideología particular que pueda expresarse en un conjunto sistemático de principios, ni tampoco un barco a la deriva que únicamente persigue los vaivenes del humor colectivo. Es tan solo esa capacidad, a menudo silenciosa, de distinguir lo razonable de lo absurdo, lo importante de lo accesorio, lo justo de lo excesivo. Es, como decía Hannah Arendt, lo que nos permite "compartir un mundo con otros", encontrar un piso común para la deliberación pública. Ese piso compartido hoy se encuentra resquebrajado. Fue secuestrado por los eslóganes baratos y el simplismo ramplón de los extremos, que reducen todo a un problema de falta de voluntad o de ausencia de carácter. Y en el camino olvidamos lo básico: que el progreso requiere rigor analítico, responsabilidad en las conductas y una mínima capacidad de concordar lo esencial. Repararlo requerirá algo más que propuestas llamativas vaciadas de contenido. Exigirá saber escuchar, construir confianzas, formar equipos, arribar a acuerdos y mantener la templanza para no caer en el facilismo ni rendirse frente a los rigores del cortoplacismo. Porque los graves problemas que enfrentamos no se van a resolver ni en 10 días, ni en 10 semanas, ni en 10 meses; tomarán tiempo y demandarán mucha transpiración. La democracia necesita más que nunca del sentido común. No como dogma, sino como antídoto. Frente a los radicalismos de turno, orienta. Frente a las fake news, filtra. Y frente a los paternalismos, reivindica a los ciudadanos no como súbditos ni clientes, sino como agentes capaces de juicio..