Autor: CARLOS PEÑA
La moral de Piñera
La moral de Piñera ¿ Merece el expresidente Sebastián Piñera una estatua, como sugiere una idea aprobada, entre otros, por el senador Insulza, o carece de calidad moral para merecerla, como sugirió la senadora Vodanovic? Desde luego y para despejar un equívoco frecuente, hay que distinguir entre ejemplaridad y calidad moral. Una vida ejemplar es una vida digna de ser imitada en todos, o casi todos sus aspectos. Ella rezuma virtudes cotidianas y públicas, y es posible exhibirla como un modelo, un paradigma de cómo hay que vivir. “Tienes que ser un ejemplo”, decimos a nuestros hijos, o decimos al profesor “no olvides que eres un ejemplo”. Ser ejemplar o comportarse ejemplarmente es realizar el arquetipo de lo digno de ser imitado. Es probable que ese tipo de vida sea la de los santos, religiosos o seculares, poco importa. Tener calidad moral es algo distinto. Está en un escalón, por decirlo así, más bajo en la escala de las virtudes. Puede haber vidas que no son ejemplares, pero que poseen calidad moral. Es, como se verá, el caso del expresidente.
Si bien en una democracia plural existen muy diversos puntos de vista acerca de aquello que confiere calidad moral, acerca de los bienes que debemos perseguir o las acciones que es correcto ejecutar, y aquellas que, en cambio, deben omitirse, en ellas existe un cierto baremo moral.
Ese punto de vista moral compartido por todos (o que todos tenemos derecho a esgrimir para evaluar nuestra conducta) y en base al cual debiéramos juzgar nuestro comportamiento en la esfera pública o política es la disposición a respetar los derechos humanos, el coto vedado al poder.
Parece evidente que Pinochet careció de la calidad moral así entendida, y no cabe duda de que Patricio Aylwin la poseyó con creces. ¿La poseyó el expresidente Piñera? El expresidente Piñera fue un opositor a la dictadura, entre otras cosas, no porque disintiera del modelo económico, precisamente. Se opuso a ella porque el régimen violaba de manera sistemática los derechos humanos. Más tarde fue, desde la derecha, un impulsor de los acuerdos y los diálogos que se llevaron adelante durante la transición. Durante su primer gobierno, y arriesgando la enemistad de las fuerzas políticas que lo apoyaban, condenó a quienes denominó “cómplices pasivos” de la dictadura.
En su segundo gobierno (porque, mal que pese, ganó dos veces la confianza ciudadana) se superó la grave conflictividad que entonces se vivía gracias al camino institucional al que él, desde la presidencia, y resignándose a un papel entonces secundario, apoyó.
Y sí, es cierto, agentes estatales violaron objetivamente los derechos humanos durante los acontecimientos de octubre del 19, durante su segundo gobierno. ¿Despoja ese hecho de calidad moral al expresidente? Si él hubiera promovido esos atentados a los derechos básicos de los ciudadanos, o si pudiendoevitarlos se hubiera omitido, o si a sabiendas de que se cometieron los hubiera cohonestado, entonces no hay duda de que carecería de calidad moral, como dijo la senadora Vodanovic, y habría que perseguirlo por cielo, mar y tierra incluso después de muerto, como insinuó el Presidente Boric en esos días en los que aún no habitaba del todo el cargo.
Pero cuando se echa la vista atrás hacia esos días encendidos, se cae en la cuenta de que el expresidente no hizo nada de eso y en cambio se aferró a los retazos institucionales que entonces sobrevivían, mientras sus partidarios estaban silentes por el miedo, los más callaban esperando saber quiénes serían los vencedores para situarse a su lado, y otros, inflamados de pasión revolucionaria, atizaban la hoguera (y esto no es un decir). De manera que no hay que dejar que las preferencias políticas traicionen la apreciación objetiva de los hechos el expresidente, sin duda, tiene calidad moral y solo resta discutir si basta eso para ser merecedor de una estatua. Pero si la calidad moral así entendida bastara, no cabe duda de que merece se le erija una. La suya no es una vida ejemplar, pero tienecalidad moral.
Y para quien sienta la tentación de negársela sosteniendo que lo ocurrido en octubre del 19 lo despoja de calidad moral, hay que repetirle la pregunta que solía hacerse a sí mismo Raymond Aron. ¿Qué habría hecho usted puesto en su lugar, en medio de esos días encendidos, cuando se pretendía asaltar el poder, la herida de la desigualdad lo justificaba todo, y en la algarabía violenta del carnaval se vivía la fantasía de que las instituciones no importaban y se decía que el anhelo de orden no era más que una superstición conservadora? No hay duda.
Podrá decirse que la suya no fue una vida ejemplar en el sentido que son ejemplares las vidas de los santos (¿ qué figura política actual o pasada podría exhibir una de esas? ¿ Allende? ¿ Alessandri? ¿ Frei?); pero si se la examina desapasionadamente y al margen de las preferencias políticas, Piñera tuvo esa calidad moral que es la única que se puede exigir en una sociedad plural y democrática.
Otra cosa claro está es si basta la calidad moral así entendida para merecer una estatua. nNo hay que dejar que las preferencias políticas traicionen la apreciación objetiva de los hechos; el expresidente, sin duda, tiene calidad moral y solo resta discutir si basta eso para ser merecedor de una estatua. Pero si la calidad moral así entendida bastara, no cabe duda de que merece se le erija una..