La novedad de los libros viejos
La novedad de los libros viejos clave del abuelo en su casa de Quillota y la torpeza y ausencia del padre. La manera en que Eduardo Barrios (1884-1963) revela la psicología de los personajes, empezando por el protagonista y su delicada alma, es una poderosa razón para considerarlo entre los autores injustamente olvidados. De ese título salté a Los cuatro grandes de la literatura chilena, de Alone, firmado así, con seudónimo, por el crítico Hernán Díaz Arrieta. Un libro que seguramente ya tengo pero que tampoco dudé en comprar. Sabido es que para Alone los "cuatro grandes" eran Augusto D'Halmar, Pedro Prado, Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Y quién podría discutirlo. Pero Eduardo Barrios fue un digno candidato a sumarse a la lista. De Neruda, como es habitual, se podía encontrar de todo. Así, por ejemplo, una edición de Los veinte poemas de amor... dedicada con su característica tinta verde a Salvador Allende y expuesta en una mesa vitrina junto a otras joyas bibliográficas. Señuelo para coleccionistas, pero lo que más me interesó fue saber cómo había llegado a este librero, que lamentablemente no estaba presente. Pero de Neruda también había algo reservado para mí, y se produjo el feliz hallazgo. La revista Anales de la Universidad de Chile de enero-diciembre de 1971, dedicada íntegramente al poeta chileno que ese año fue reconocido con el Premio Nobel de Literatura. Estudioso de su obra y amigo de Neruda, Hernán Loyola estuvo a cargo de la edición, lo que le acarreó un mal rato con el homenajeado.
Con colaboraciones de distintos especialistas, textos del propio Neruda, un Uno de los tantos panoramas que ofrece Santiago en verano, cuando la ciudad desacelera en alguna medida su ritmo, es la tradicional Feria del Libro Usado que organiza la Universidad Mayor a principios de febrero en su sede de calle Santo Domingo. Este año estuvo dedicada a los escritores de Magallanes, con una exposición de fotografías y de ediciones de sus obras que se podía apreciar en pocos minutos. Antes o después de emprender el recorrido por los numerosos stands, para lo cual siempre es recomendable disponer de bastante tiempo. Aparte de hojear los libros, hay que considerar las amenas charlas que pueden darse con los locatarios. Así me encontré con Un perdido, en una edición de bolsillo, con hojas quebradizas y a un precio extremadamente módico. Fue el primer título que reservé con su dueña, mientras buscaba otros en el mismo stand. Y fue el primero que tomé al revisar mi botín, ya dispuesta a la lectura. Sabía que la segunda novela de Eduardo Barrios me había impactado a mis 13 o 14 años, pero no por las razones que ahora descubría en sus primeras páginas. Publicada en 1918, logró lo que no había conseguido la primera. A pesar de ser más breve, El niño que enloqueció de amor (1915) me pareció tediosa y absurda. Un perdido, en cambio, que no era texto obligatorio en el colegio y sospecho que tampoco era recomendado para la edad que tenía entonces, me abrió un camino nuevo. Lo estoy releyendo de a poco, con cuidado de que no se deshaga en mis manos y sorprendiéndome con las descripciones y detalles. Pero es otro libro, porque también yo soy otra.
Y si de esa lectura de mi preadolescencia recuerdo el dramático declive de Luis Bernales, ahora me encuentro con el niño que fue antes, con su extrema sensibilidad y su incomprensión del mundo, con la figura conjunto de fotografías y otros materiales, fue un testimonio personal el que desató la ira momentánea con el editor y el enojo de por vida con Hernán Valdés, autor de esas líneas que tituló "Navegación con Neruda y conflictos de la admiración". El sarcasmo habitual del autor de Tejas Verdes.
Diario de un campo de concentración en Chile (1974), que murió hace dos años en Kassel, Alemania, superó la tolerancia del Nobel, para quien la admiración hacia él debía ser absoluta. "Neruda habla con los ojos semicerrados, sin mirar de frente, como ante una grabadora (... ). Habla como para sí mismo y de sí mismo, y solo muy rara vez se interesa por saber lo que sucede en la conciencia del otro", lo describe Valdés.
El tercer tomo de las Obras Completas de John Steinbeck, con Al Este del Edén y otras dos novelas reunidas en la edición de Luis de Caralt (Barcelona, 1960) me creó la necesidad de encontrar los otros tomos, aunque lo más probable es que tenga que esperar hasta el próximo año, cuando la feria invite nuevamente a visitarla y sorprendernos con esos libros que nos ponen frente a los lectores que fuimos o a las muchas lecturas que tenemos pendientes. La cosecha fue aumentando en el recorrido, por ejemplo, con Chilena, casada, sin profesión, de Elisa Serrana, de la que también tengo más de una edición.
Al momento de partir, encontré en la Historia de la Literatura, de Klabund (Editorial Labor, 1937) estas líneas: "La literatura de un país es comparable a un árbol de profundas raíces que se nutren en el suelo propio, pero cuyo tronco y ramaje ayudan a sustentar el cielo universal. Tierra nacional no hay más que una. Pero el cielo es común a todos los pueblos". No me quedó más que sumar el libro a mis ya pesadas bolsas.
La manera en que Eduardo Barrios revela la psicología de los personajes en Un perdido es una poderosa razón para considerarlo entre los escritores injustamente olvidados. la columna de María Teresa Cárdenas El encuentro con los libros viejos nos pone frente a los lectores que fuimos y a las muchas lecturas que tenemos pendientes..