Contra las candidaturas
Contra las candidaturas El espacio público chileno amenaza con anegarse de candidaturas presidenciales. ¿Eso es bueno o malo? Es malo. Sin duda.
La competencia presidencial es una lucha por hacerse en lo inmediato del poder del Estado; pero es también una forma de ir modelando las expectativas ciudadanas y un ejercicio, por llamarlo así, pedagógico de lo que significa hacer política en una democracia.
Cuando los candidatos discuten, formulan ideas, se reprenden unos a otros, se alían o se distancian, están diseñando la esfera pública que es, a fin de cuentas, la forma en que convivimos, dialogamos y afrontamos los problemas comunes. Ningún rasgo de la vida pública aparece sin más: todo lo ha preparado con antelación el diálogo de que seamos capaces o la falta de él que padezcamos.
Por eso una competencia presidencial encendida de excesos, en los que cada partícipe compite por acuñar el mayor simplismo, por reducir la vida en común a una o dos pulsiones, siempre acaba dañando la vida democrática.
A ese peligro --donde el simplismo y la desmesura aparecen de este lado y del otro-casi siempre contribuye la abundancia de candidaturas. ¿Qué decir para desalentar a quienes, de este lado y del otro, añoran sumarse a la competencia? Pues lo obvio.
Uno de los mayores peligros que afrontan los seres humanos es la discordancia o la distancia que media entre la forma en que cada uno se ve a sí mismo, los atributos que se atribuye, y la realidad que a los ojos de todos los demás posee o representa.
La manera en que cada uno se ve a sí mismo desde el punto de vista Contra las candidaturas CARLOS PEÑA OPI NIÓN En la abundancia de candidaturas de este lado y del otro que por estos días se insinúa, asoma un juego de audaces, propensos al riesgo, cada uno cargando las tintas y exagerando los problemas hasta la desmesura y ofreciendo la solución a ellos con el más ligero de los simplismos. ¿No será mejor nada más Tohá de un lado y Matthei del otro? interno suele discordar de manera dramática con aquello que ven los demás. Freud observaba que una de las fuentes del ridículo en que se suele incurrir, lo constituye la forma en que cada uno se siente y la forma en que los demás lo ven. La observación vale también para la política.
No basta ser un alcalde popular, ni dirigente de un partido regional, ni presidente de otro partido casi exánime, ni ministra de la Mujer, ni exdirigente deportivo, ni embajadora fortuita, para ser candidato a la presidencia. No todos quienes quieren sumarse a la competencia tienen la trayectoria, la formación, la inteligencia cívica, la capacidad discursiva para hacerlo. Esa capacidad, guste o no, la tienen sin duda Matthei y Tohá; pero no la tienen muchos de quienes se disponen por estos días a competir.
Ni los dirigentes deportivos (Mayne-Nicholls), ni los líderes de pequeños partidos (Mulet, Undurraga, Kaiser, Mirosevic), ni los alcaldes populares (Vodanovic), ni los diputados audaces (Winter), ni las embajadoras sorpresivas (Beatriz Sánchez), ni la ministra de la Mujer por inteligente que sea (Orellana), poseen los atributos o la trayectoria para ser candidatos.
Sí, es cierto que hay casos sorpresivos (el más obvio el del Presidente Boric), pero son ese tipo de casos los que justamente aconsejan tomar las cosas con calma y recordar que, después de la experiencia reciente, una candidatura debe ser una forma de premiar la excelencia y el ascetismo racional en los políticos, no una circunstancia arriesgada y azarosa.
No se trata de desmerecer o menoscabar a nadie, sino de situar a cada una de las figuras del espacio público en una perspectiva razonable: lo que es indudablemente meritorio y virtuoso en una esfera (el deporte, la formación de pequeños partidos, el manejo de un municipio, la agitación parlamentaria, la promoción de derechos) no es necesariamente virtuoso, y al revés, puede rozar lo irrisorio cuando se trata de una esfera distinta. En la competencia presidencial, más que en otros ámbitos del quehacer humano, la distancia entre lo sublime y lo ridículo es muy breve. Todo lo anterior descontando que uno de los grandes peligros de las siguientes elecciones presidenciales es la abundancia de candidatos, porque entonces bastaría una pequeña porción de votos para pasar a la segunda vuelta.
De ser así, la competencia presidencial se transformaría en un juego de audaces, propensos al riesgo, cada uno cargando las tintas y exagerando los problemas hasta la desmesura y ofreciendo la solución a ellos con el más ligero de los simplismos. Por eso es mucho mejor para la vida cívica y la elección democrática que la derecha lleve una sola candidata como Matthei y la izquierda una sola como Tohá. Con Tohá la izquierda puede recuperar el enfoque universalista y socialdemócrata que tradicionalmente la caracterizó. Y con Matthei la derecha elaborar un discurso liberal asociado a la modernización, que prometa salir del marasmo que muchas veces con razón diagnostica.
La ciudadanía tiene derecho a esperar de una competencia presidencial un enfrentamiento racional de diagnósticos, de ideas y de narrativas acerca de la propia trayectoria, en vez de un concurso de desplantes y de excesos como los que se han presenciado en otras ocasiones, no muy lejanas, en las que cualquier político o política suficientemente audaz se erigió a sí mismo como líder nacional confirmando aquello que decía Freud de esa disociación entre la imagen que devuelve el espejo de la subjetividad y aquella otra que se adivina en la mirada de los demás. n.