EE.UU., un debate sin contenidos
EE.UU., un debate sin contenidos Más allá de las repercusiones políticas y electorales que pueda tener el reciente debate presidencial en Estados Unidos, entre Donald Trump y Kamala Harris, lo cierto es que, desde el punto de vista de los contenidos, fue decepcionante. Ninguno de los candidatos entró de lleno en los temas fundamentales que afectan a los votantes norteamericanos y al resto del mundo, y el intercambio más bien pareció un concurso de personalidades. Sin contenidos, la dureza y agresividad de Trump aunque se haya visto relativamente controlado se vieron contrastadas por la jovialidad y carisma de Harris.
Que el probablemente único debate presidencial en la principal economía del mundo haya estado lleno de descalificaciones y falto de contenido es lamentable, y da cuenta de la polarización queese país y muchos otros están experimentando.
Claro, que el fenómeno suceda en la nación más poderosa del planeta es más impactante (y peligroso por sus repercusiones), pero son muchas las democracias occidentales donde también son las personalidades, las promesas populistas y las descalificaciones las principales protagonistas de la contienda política. Esto, mientras en regímenes menos democráticos las diferencias son simplemente acalladas por el aparato estatal. Es cierto que la personalidad y atractivo de los candidatos han sido siempre elementos importantes en los pro-cesos electorales, pero pareciera que hoy las cuestiones de fondo fuesen perdiendo relevancia.
Hay, con todo, una cierta paradoja en esta observación, toda vez que la polarización estadounidense sí está fuertemente determinada por diferencias en asuntos trascendentes, como los temas valóricos o el rol del Estado en la vida económica y social de las personas. El punto es que esas materias hoy no se trasladan a un debate político racional y con altura, sino que derivan en un intercambio de eslóganes y descalificaciones para minar la credibilidad del oponente.
Las críticas a la ausencia de un plan económico meridianamente claro por parte de Harris son válidas, especialmente porque su historial como fiscal y legisladora es poco informativo, y su rol como vicepresidenta ha sido discreto. En el caso de Trump, su prin-cipal carta de presentación es su desempeño en su primer mandato presidencial, del que la guerra comercial con China y las rebajas de impuestos constituyen sus principales legados. Hacia adelante, aparte de la aguda (y quizá inviable) visión sobre la inmigración, tampoco ofrece un plan claro. No cabe descartar que, en algún momento, conforme avance la campaña, las descalificaciones pierdan centralidad y den paso a un debate en torno a propuestas más razonables y bien pensadas. La dinámica que hasta ahora ha prevalecido, sin embargo, impide abrigar demasiadas esperanzas. Materias de alta relevancia han terminado reducidas a un intercambio de eslóganes y descalificaciones..