Autor: Rodrigo Contreras Vergara
El tiempo no pasa en la Alameda
El tiempo no pasa en la Alameda en la Alameda C omo diría el filósofo del deporte, Aldo "Nosolo" Shiappacasse, tuve una polola a la que le gustaba pasear por la Alameda, sentarse en una de las bancas verdes, tan verdes como las hojas que nos cubrían la cabeza, y soñar despierta, mientras yo intentaba infructuosamente besarla. Es tan larga la Alameda que no me alcanza una crónica para relatarla. El profe Valderrama calcula que deben ser unas dieciocho cuadras. Un día reporteando en la Plaza de Armas, se me acercó un turista preguntando por lugares que visitar. Se me escapó, casi inconscientemente, el río Claro y me quedé buscando algo más en medio de un silencio incómodo. Para salir del paso le aconsejé el Museo O'Higginiano que estaba a la vuelta. No se me ocurrió decirle la Alameda. Qué estúpido. Pero la verdad no sé si el afuerino valore un lugar como la Alameda. Cuesta, de buenas a primeras, tomarle el peso, sentirla, olerla, esconderse en sus anchas cuadras, encerrarse incluso y viajar en el tiempo. Me faltarán páginas y me sobrarán hojas amarillentas. Aunque en la Alameda no sobra nada. Ni los plátanos orientales, ni las alergias. Ni las bancas, ni los arbustos, ni el césped.
Ni las esculturas, ni los monumentos. ¿Cuántos talquinos han recorrido todas sus cuadras? Sí, sí, todas, desde la 11 Oriente dejándose llevar por el ritmo de la tierra, el viento y el rumor del agua, hasta acabar subiéndose a los botes a decir una plegaria en nombre del río Claro. Yo lo he hecho. Varias veces. Me gusta caminar. He esquivado a los autos por la 11 Oriente y tras saltar el islote donde se levantan monumentos al Bicentenario y al pueblo judío, comienzo a caminar. Recuerdo que un día quise transmitirle a mi hijo, en esos años un adolescente inconformista, una versión mejorada de mí mismo, todo lo que la Alameda ofrecía. Fracasé. Ese día discutimos y seguramente el sabor que se llevó fue amargo. Pero el problema fue mío, no de la Alameda. Sigo caminando y ya no hay vuelta atrás. Me he metido en el oasis. No escucho el ruido de los autos, los bocinazos, las quejas de una ciudad que a veces ríe, grita y llora, indistintamente. Me detengo en el quiosco del mote con huesillos. Está cerrado, por supuesto. Aun así, huelo el aroma dulzón que en verano atrae a las abejas y abejorros. Es mediodía y los estudiantes de los liceos aún no se asoman. O'Higgins saluda y los adolescentes no responden. Me siento un rato a descansar. Levanto la cabeza y admiro el arco que forman las dos palmeras que dan la bienvenida al tramo de la 6 y 5 Oriente. Después, los resbalines y los juegos de agua. En la 2 Oriente la Alameda se pone zapatos para hacer fila y entrar al teatro y, de pasadita, saludar a la Victoria. Se los saca en la 1 Poniente. Se pone seria y saluda marcialmente a carabineros, tribunales y reos en tránsito. Un momento para una cueca y a encontrarse con la diagonal. De aquí en adelante como que vamos en bajada. Nos ponemos las zapatillas. Corremos, jugamos, gritan los hinchas la R con A. Jugué pichangas en una cancha de baldosas. Fui al Fiscal a ver al Rangers del "Dunga" Pinto, Erwin Concha, Eladio Rojas, el "Choper" Castillo y en la banca Raúl Toro. Me cuesta cruzar la Circunvalación. Llego al remodelado Parque Río Claro. El broche de oro. Nada más bonito que la Alameda se arremangue a la orilla del río y descanse y tome aire.
Propongo que todos los fanáticos de la Alameda nos juntemos los domingos en la 11 Oriente y hagamos este mismo recorrido, un homenaje a un espacio único, una pausa, un oasis en medio de la locura moderna. Este tradicional punto urbano mantiene su espíritu de pulmón verde por donde respira una ciudad a veces desbordada.
Al recorrerla uno se da cuenta del valor de una pausa en medio de un mundo demasiado moderno A su vera Desde sus orígenes, ese oxigenante pulmón verde ha sido escenario de cotidianos sucesos, desde las travesuras de los pequeños alumnos del Colegio de Nobles, pasando por las primeras lecturas del Abate Molina, hasta los ejercicios militares del Batallón Talca. En 1902 se celebró en Alameda la Primera Exposición Industrial, predecesora de la Feria Internacional de Talca -FITAL-; y en 1905 se realizó la Exposición Industrial y Agrícola de Talca.
A su vera se instalaron prestigiosos establecimientos educacionales: Liceo de Hombres, Liceo de Niñas, Instituto Superior de Comercio, Liceo Blanco Encalada (hoy Lasalle) y otros; además de servir de columna vertebral para abastecer de agua potable a la ciudad. Finalmente, la mayor cantidad de monumentos públicos se encuentran desperdigados a lo largo de sus aproximadamente 18 cuadras. Jorge Valderrama Gutiérrez Damas de la sociedad talquina, en la Exposición Agrícola e Industrial de 1905..