Columnas de Opinión: Desregular para liberar: Educación más allá de la burbuja social
Columnas de Opinión: Desregular para liberar: Educación más allá de la burbuja social Marcelo Trivelli La discusión sobre la selección en los establecimientos escolares en Chile ha estado mal enfocada. No se trata solo de justicia o mérito.
En el fondo, lo que subyace es una lógica perversa: que la calidad de la educación es el resultado del nivel socioeconómico y cultural de quienes asisten a una escuela más que por el proyecto pedagógico o la capacidad docente. Así, las familias buscan "mejores escuelas", pero lo hacen siguiendo mapas de segregación social.
La pregunta que debemos hacernos es profunda y urgente: ¿ qué viene primero, agrupar segun origen social o nivelar hacia arriba el sistema completo? Mientras no tengamos el coraje de reformar desde lo estructural, seguiremos atrapados en esta trampa: la calidad se asocia al entorno, no al contenido ni al proceso. ¿ Por qué no preguntarnos por que hay tan pocas buenas escuelas en los sectores más vulnerables? ¿ O por qué permitimos que la educación se organice como un mercado de estatus y no como un derecho universal? El currículum chileno, además, contribuye a esta distorsión. Está saturado de asignaturas, objetivos y contenidos. No deja espacio para la reflexión, la creatividad, el trabajo en equipo, ni el pensamiento crítico.
Lo confirma la evidencia y la experiencia: durante la pandemia, cuando el Ministerio de Educación redujo las exigencias curriculares y otorgó mayor libertad a los equipos docentes, muchos informes reportaron que el aprendizaje fue más profundo y significativo. Cuando se desregula se confía en el criterio profesional, florece la educación real.
Entonces, ¿por qué volver a la camisa de fuerza del currículo tradicional? La respuesta está en la estructura burocrática y centralista del sistema, que no solo regula contenidos, sino que asfixia a los docentes con tareas administrativas inútiles. Convertimos a profesores y profesoras en oficinistas que deben llenar formularios, registrar planificaciones y rendir cuentas constantemente. Esa es la "calidad" que exige el sistema: control, no aprendizaje. Desregular no significa dejar sin orientación. Significa definir un mínimo común desde el Ministerio, y desde ahi, confiar en los equipos docentes para diseñar proyectos pedagógicos que respondan a su entorno, sus estudiantes y su comunidad. La creatividad educativa no se decreta desde Santiago. Se cultiva en la sala de clases, cuando se confía y se libera.
La experiencia de escuelas como la Básica Unidocente G-47 El Guayacán en Cabildo, donde el premiado profesor Patricio Vilches ha demostrado cómo la autonomía docente y la conexión emocional con los estudiantes generan felicidad y aprendizaje, es una señal clara: necesitamos menos rigidez y más confianza. Chile no necesita más simulacros de calidad construidos sobre rankings, pruebas estandarizadas y segregación. Necesita comunidades educativas diversas, apoyadas, felices y empoderadas. Eso solo será posible si dejamos de administrar la educación desde el miedo y comenzamos a hacerlo desde la confianza. Es tiempo de devolver la educación a quienes realmente la sostienen: los y las docentes. Desregular es liberar. Y liberar es educar de verdad. Opinión.