CARTAS: Hedor a venganza moral
Hedor a venganza moral Señor Director: Hace pocos días el rector Carlos Peña escribió en este diario —a propósito de cierta querella política— un logrado párrafo que mereció, más allá de posiciones distintas sobre el tema de fondo, aprecio y elogios de parte de distintos lectores, según pude ver. Apuntaba a una cuestión de principios y por su actualidad me permito transcribirlo, para hacerme entender, con una mínima transmutación de conceptos, que tienen, ambos, bastante en común. Así, donde originalmente Carlos Peña usó la palabra "éxito", escribo aquí “placer”. Decía lo siguiente: "Esto es igual que en la vida personal. Nadie enseñaría a sus hijos que el placer importa en sí mismo. Le enseñaría más bien que el placer es valioso solo en la medida que se alcance de la forma correcta, homenajeando, al perseguirlo, los valores en que se cree.
De esa manera incluso si no se alcanza el placer, habrá valido la pena”. Con autoridad y obligación de enseñar —mucho más allá que en el acotado espacio y tiempo de cualquier papá o mamá—, la Iglesia, siendo madre, ha mostrado siempre a sus hijos y a todas las personas de buena voluntad que prácticas como la sodomía, el vicio solitario y otras muchas drogas, igual como en el discurso de Peña relativo al éxito, pueden producir efimeramente placer, pero como prácticas contrarias a la naturaleza, al fin matan el alma y el cuerpo. Como se dice del éxito, también el placer es duradero y constructivo si se alcanza o persigue en forma correcta.
En una observación holística del tema, como la que su mirada fácilmente podrá realizar, se convendrá que esa obligada enseñanza paterna o materna atravesará a veces contradicciones personales y, asimismo, que su validez y realidad solo se logran cuando alcanza a hacerse cultura en un pueblo o sociedad. Tampoco escapará a un hombre de cultura que dicho aprendizaje —tanto el del placer cómo el del éxito— pasarán inevitablemente por el tamiz de las pedagogías de cada época. Pero ello no altera el principio que él mismo esgrimió.
Agrego, finalmente, que transformar como mensaje de Chile al mundo, en un evento internacional del que somos los anfitriones, una canción como "Infernodaga” —máxime cuando aún no terminamos como nación de dejar atrás el "Inferno" que como "daga" nos amenazó todo el último lustro— hace que el episodio llegue, además, con el mal hedor de una venganza moral. JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE