Ironías del individualismo
Ironías del individualismo COLUMNA DE OPINIÓNHace ya ochenta años apareció publicada una charla que dictó Friedrich Hayek en el University College de Dublin, titulada “Individualism: True and False”. Aquí distingue dos vertientes individualistas. Por un la-do, un individualismo verdadero que parte con John Locke y continúa con David Hume, Adam Ferguson, Adam Smith y Edmund Burke. Y por otro, uno falso que se inició con Rousseau. El individualismo verdadero, que descansa en la tradición liberal clásica, no considera al hombre como un “in-dividuo” separado o escindido de la sociedad. No vivimos aislados o ensimismados en nosotros mismos. Al contrario, elhombre vive en sociedad. Y el progreso de la sociedad, reconociendo la realidad de la naturaleza humana, exige el rule of law. En ese ensayo, Hayek también sostiene que el individualismo falso está representado por los que creen en la Razón con erre mayúscula. En una época en que la economía central planificada y la idea del hombre nuevo prometían el paraíso en la tierra, las palabras de Hayek fueron realistas y premonitorias. Estaban los dueños de la verdad y un puñado de liberales que, contra la corriente, creían en la libertad y no en la Razón de los evangelistas de la igualdad y la solidaridad. Hayek sostenía que habíauna gran diferencia entre “tratar a los hombres como iguales e intentar hacerlos iguales”. Lo primero exige respeto y tolerancia. Lo segundo, la imposición de la Razón de unos pocos sobre los demás. Para el individualismo verdadero, la realidad es más compleja y la razón tiene sus limitaciones. Esa humildad liberal es contraria al dogmatismo del que siempre está seguro de saber lo que es mejor para la sociedad. El dogmático, como en cualquier religión, solo cree en su Razón. Esto lo puede convertir en árbitro de lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. Algo de eso aprendimos. Muchos jóvenes de nuestra nueva élite políticaQuién hubiera imaginado al Frente Amplio liderando el renacimiento del neoliberalismo. Milton Friedman debe estar celebrando. se trasformaron en intermediarios de la moral: juzgaron y jugaron con más certezas que reflexión. Un título universitario ungía a algunos privilegiados de una inteligencia superior. Y los que tuvieron la oportunidad de estudiar en alguna prestigiosa universidad extranjera aprendieron un par de cosas, pero creyeron saberlas todas. Si hay algo que marcó a gran parte de la generación del Frente Amplio fue su arrogancia, el creerse dueños de la verdad. Basta recordar por unos segundos sus prendidas declaraciones. Nuestros elegidos estaban llamados a transformar a Chile y mucho más. Una relectura del programade gobierno revela sus elevadas aspiraciones. La política exterior sería turquesa. Y la economía, circular. El objetivo político era asumir un liderazgo latinoamericano para cambiar al mundo. No era la vieja marea rosa. Tampoco esa vilipendiada Concertación. Boric y su gobierno encarnarían una nueva izquierda. Esos grandes sueños se desmoronaron. Todo partió con el masivo Rechazo. En seguida apareció Milei. Y para rematar, fue elegido Trump. El trío Boric, Jackson y Vallejo jamás hubiera imaginado la cadena de ironías que les deparaba el destino.
Sigue vigente la Constitución de Pinochet, no fue el fin de las AFP, los carabineros hoy son héroes, Boric firma una nueva ley antiterrorista y el c r e c i m i e n t o e c o n ó m i c o un término que brillaba por su ausencia en el programa de gobierno ahora es prioridad.
Y por si fuera po-co, José Piñera celebró la reforma de pensiones con un escueto y potente “larga vida al sistema de capitalización individual”. Hoy el Frente Amplio, bajo el pesado y mojado paraguas del Apruebo Dignidad, debe celebrar logros no deseados. Afortunadamente el individualismo ¿ verdadero o falso? que acompaña al poder fue más fuerte que todos sus dogmas. Quién hubiera imaginado al Frente Amplio liderando el renacimiento del neoliberalismo. Milton Friedman debe estar celebrando. Y los Chicago Boys, sonriendo. Si desea comentar esta columna, hágalo en el blog. COLUMNA DE OPINIÓN Por Leonidas Montes