Autor: José Sandoval Díaz
Columnas de Opinión: (Des)Aprendizajes tras el 27F
Columnas de Opinión: (Des)Aprendizajes tras el 27F OpiniónEl aumento de incendios forestales ha reactivado el debate sobre la errónea concepción de los desastres como eventos “climáticos” o como el resultado de acciones individuales aisladas. Estas perspectivassimplifican los procesos de riesgo, omitiendo los factores sociohistó-ricos que configuran escenarios dedesastre. Además, refuerzan la idea de que estos eventos son imprevisibles e inevitables, cuando en realidad sus causas profundas pueden mitigarse con una gestión adecuada. En un contexto de crisis climática, el aumento de temperaturas, las sequías y los cambios en los regímenes de precipitación crean condiciones propicias para incendios de alta severidad. Sin embargo, estos factores se combinan con dinámicas territoriales como la expansión urbana en zonas de interfaz, el modelo productivo forestal y la ocupación de suelo sinplanificación ni regulación. La faltade normativas efectivas y una respuesta institucional centrada en la emergencia perpetúan este ciclo de vulnerabilidad. El terremoto y tsunami del 27F(re)evidenciaron que el impacto de los desastres no depende solo de su magnitud, sino también de la vulnerabilidad preexistente, el ordenamiento territorial y la capacidad de respuesta.
En el caso de los incendios forestales, la experiencia en Ñuble ha mostrado que la escasa preparación poblacional, la limitada gestión del combustible vegetal y la priorización de respuestas post-emergencia sobre estrategias de adaptación han agravado sus efectos. A pesar de la evidencia, persistendéficits en la integración de un enfoqueproactivo de resiliencia comunitaria. La gobernanza del riesgo sigue fragmentada, con escasa articulación entre actores locales, públicos, privados y la academia, además de una baja inversión en adaptación. La concentración de recursos en acciones post-desastre, aunque necesaria, no aborda las causas estructurales de la vulnerabilidad ni fortalece la capacidad de las comunidades para anticipar y gestionar estos eventos. Transformar la gestión del riesgo requiere avanzar hacia una resiliencia efectiva, lo que implica implementar sistemas comunitarios de alertatemprana, fortalecer la educación en capacidades y consolidar redes de gobernanza interinstitucional.
Sin embargo, estas estrategias solo serán efectivas si se enmarcan en políticas de reducción de vulnerabilidades estructurales, asegurando que la resiliencia no se limite a “adaptarse” a la incertidumbre ambiental, sino que impulse cambios transformativos en las desigualdades estructurales y en los modos de vida urbanos y rurales. El 27F dejó claro que la reducción del riesgo no puede depender solo de infraestructuras físicas o medidas tecnocráticas, sino que debe integrar la dimensión psicosocial y territorial de la resiliencia comunitaria. La participación activa de las comunidades y la incorporación del conocimiento local son claves para transitar de un enfoque reactivo a uno preventivo. Hoy, Ñuble enfrenta el desafío de transformar la gestión del riesgo desde una lógica post-desastre hacia un modelo preventivo, con la resiliencia comunitaria como eje central. Como nos enseñó el 27F, los desastres no son naturales, sino consecuencia de nuestras decisiones o de la falta de ellas. Director Centro de Estudios Ñuble UBB. Opinión