Una invitación a la esperanza
Una invitación a la esperanza El papa Francisco inauguró el Año Jubilar que se extenderá hasta enero de 2026 para profundizar en la virtud de la esperanza. La esperanza nos habla de lo que no está, pero al mismo tiempo está presente en cada proyecto y actividad: está en la base de la posibilidad de luchar por lo que nos importa. Giovanni Cucci S.J. Psicólogo, doctor en Filosofía La bula con la que el papa Francisco ha convocado al Año Jubilar 2025, Spes non confundit (La esperanza no defrauda), está acertadamente dedicada al tema de la esperanza.
En ella, dirigiéndose a todas las categorías de personas y situaciones en las que la vida está amenazada, el Papa resalta el valor perenne de esta virtud indispensable, presente en todos y en todas las circunstancias, y que, al mismo tiempo, también es fuente de incertidumbre y sufrimiento, ya que está ligada a aquello que el ser humano no puede controlar: Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad delfuturo hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda.
Encontramos con frecuencia personas desanimadas, desanimadas, que miran elfuturo con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. (sNc i) La convocatoria del Jubileo es, para el Papa, una invitación a renovar la esperanza, especialmente en los momentos de prueba, haciendo suyo el pasaje de san Pablo que da título al documento: «La esperanza no defrauda» (Km 5,5). El llamado a esta dimensión fundamental de la vida cristiana constituye también una advertencia frente al clima cultural actual, marcado por una progresiva y preocupante ausencia de esperanza.. Una invitación a la esperanza El 24 de diciembre, el papa Francisco inició el Jubileo 2025 con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro y con la misa de la Natividad. Una virtud incómoda «La fe que amo más, dice Dios, es la esperanza.
I La fe no me sorprende. / No me resulta sorprendente. / Resplandezco Resplandezco tanto en mi creación. / En el sol yen la luna y en las estrellas. / En todas mis criaturas [... ]/ La caridad marcha desgraciadamente sola. Para amar a su prójimo, no hay sino que dejarse ir, no hay sino que mirar tanta miseria. []I Pero la esperanza, dice Dios, sí que me sorprende. I A mí mismo. / Sí que es sorprendente. f Que esos pobres niños vean cómo pasa todo eso y crean que mañana irá mejor. Sí que es sorprendente y seguro la más grande maravilla de nuestra gracia. / Yo mismo me quedo sorprendido»2. Es lo que escribía Charles Péguy el 22 de octubre de igii en el célebre pasaje de El pórtico del misterio de la segunda virtud. En estas líneas impactantes, el autor francés expresa expresa toda la grandeza y la dificultad de esta virtud, tanto que parece que el mismo Dios se asombra de su existencia.
La esperanza nos habla, en efecto, de lo que no está, pero que al mismo tiempo está íntimamente presente en el tejido de cada proyecto y actividad: reclama su cumplimiento, está en la base de la posibilidad de cambiar las cosas y de luchar por aquello que nos importa. No se limita simplemente simplemente a señalar lo que falta, sino que también da la fuerza para afrontar las dificultades. Péguy lo sabía muy bien.
El pórtico del misterio de la segunda virtud fue escrito en uno de los momentos más arduos y dolorosos de su vida: el libro fue, editorialmente, editorialmente, un fracaso, al igual que la revista que había fundado (Cahiers de la Quinzaine) y su intento previo de gestionar la librería Bellais. Incluso su obra dedicada a Juana de Arco El misterio de la caridad de Juana de Arco, verdadera obra maestra del siglo xx solo vendió una copia al momento de su publicación.
Sin embargo, los problemas no fueron solo económicos: Péguy fue rechazado por los socialistas debido a su conversión al catolicismo y por los propios católicos, a causa de su decisión de no bautizar a sus hijos, en un intento de respetar la voluntad de su esposa.
Fue precisamente por todo lo anterior que Péguy fue capaz de hablar de la esperanza de un modo tan auténtico y conmovedor: al haber experimentado la desesperación, sabía lo que significaba carecer de ella. s Francisco, spes non csnfandit. eala de convocación delJubileo Ordinario del año 2025. En este artículo citaremos la eula con las siglas SNC. 2 c. Péguy, El pórtico del misterio de la segunda virtud, Madrid, Encuentro, 1991, ¡35. Li :3, ej [ 4 It t.
Una invitación a la esperanza La esperanza es una virtud difícil, porque «tiene que ver con el bien arduo» (Summa Theologiae, 1-Ii, q. 23, a. 2), un bien que no está inmediatamente a nuestro alcance y, sin embargo, es indispensable para una vida digna de ser vivida.
La esperanza encierra en sí varias «provisiones» esenciales para emprender la aventura de vivir: coraje, deseo, espera, paciencia y, sobre todo, la confianza en que puede conseguirse incluso cuando todo parece ir en su contra, aquello que san Pablo llama «esperanza contra toda esperanza» (Rin 4,18). Por estas razones, como notaba siempre Péguy, la esperanza es como una niña pequeña (porque lleva, en sí, el futuro) y debe ser acompañada por sus dos hermanas mayores: la fe en Aquel que es el único capaz de ofrecer el bien que necesitamos, y la caridad, el amor que de alguna manera ya lo anticipa y nos impulsa a seguir adelante. Sin estas dos hermanas, la pequeña esperanza parece realmente incapaz de avanzar. Sin embargo, cuando se le presta atención, se descubre que esta pequeña niña lleva consigo numerosas parientes que, a su vez, sostienen el camino de las dos hermanas mayores. La esperanza abre, en efecto, múltiples múltiples perspectivas, exploradas por saberes diversos que no siempre son armonizables entre sí, como la sociología, la política, la filosofía, la literatura, la espiritualidadyla psicología.
Cada una de estas disciplinas parece sentirse más cómoda al abordar ciertos aspectos en lugar de otros: por ejemplo, la agresividad, un tema siempre complejo en el ámbito espiritual; o la confianza, que desafía un enfoque meramente científico y programático de la existencia. A pesar de ello, todas son esenciales para comprender las características únicas de la esperanza. La esperanza, ¿una niña huérfana? Ya con estas breves notas se puede entender por qué la esperanza es una virtud paradójica, escurridiza y que debe tomarse en serio. Es difícil de concebir, aún más en nuestra época, que ha hecho del controly la planificación sus palabras clave. Tal vez sea este el motivo por el cual esta niña sigue siendo la gran huérfana en la reflexión contemporánea. Sin embargo, la pequeña esperanza no es solo la Cenicienta de la reflexión en las ciencias humanas, sino también de la propia cultura cristiana. Ni siquiera la teología teología parece muy interesada en ella; al buscar publicaciones sobre el tema, se observa una preocupante escasez.
La obra más conocida, Teología de la esperanza dejürgen Moltmann, publicada en 1964 y considerada un clásico, surgió como respuesta al texto provocador de Ernst Bloch, El principio esperanza, que intentaba trazar una posible realización de la esperanza en el ámbito de la mera perspectiva terrenal. Como consueloo, acaso, mayor preocupación, la situación no era mejor ni siquiera en tiempos lejanos. La Antigüedad y la Edad Media no ofrecen un panorama diferente. De los 122 capítulos que conforman el tratado Enchiridion defide, spe et caritate de san Agustín, solo dos, y extremadamente breves (114 y 115), están dedicados a la esperanza.
Las Sentencias de Pedro Lombardo (siglo xii), manual clásico de referencia para todo docente de teología hasta el siglo xvi, dedican solo una «distinción» al tema (cf. 1n3 Sent., d. 26). Hay una excepción, como siempre, en santo Tomás, «el teólogo que más se ocupó de la esperanza»3. Él supo devolverle dignidady valor, incluso en su dimensión psicológica. psicológica. Después de él, salvo algunas loables excepciones (Alfaro, Durand, Mendoza-Alvarez, Appel, Theobald), la mayoría de las obras utilizan el término de manera indirecta, en relación con otras temáticas.
Es el caso, por ejemplo, del conocido libro de Hans Urs von Balthasar, Sperare per tutti, dedicado a una cuestión específica: la posibilidad real de la condenación eterna. ¿A qué podría deberse esta carencia? Pueden plantearse hipótesis. Una de ellas es que el cristianismo, especialmente en Occidente, se ha secularizado en gran medidayya no tiene nada significativo que decir al hombre contemporáneo. Esto ya lo había señalado una gran santa como Teresa de Avila: «Hasta los predicadores van ordenando ordenando sus sermones para no descontentar.
Buena intención tendrán y la obra lo será; mas ¡ así se enmiendan pocos! Mas ¿ cómo no son muchos los que por los sermones dejan los vicios públicos? ¿ Sabe qué me parece? Porque tienen mucho seso los que los predican.
No están sin él, con el gran fuego de amor de Dios, como lo estaban los Apóstoles, y así calienta poco esta llama» (Libro de la vida, c. iG, 7). Incluso la predicación parece evitar este tema, prefiriendo concentrarse en cuestiones «políticamente correctas»: la ecología, la contaminación, la ayuda material, material, problemas ciertamente importantes, pero que ya son abordadas por otros, quizás de manera más competente y detallada.
Aunque se trate de aspectos relevantes de la vida común, queda la impresión, como señala Teresa de Avila, de que a toda costa se busca el consenso, perdiendo el fuego del Espíritu y, con ello, la capacidad de reavivar la esperanza, de hablar de la vida eterna, de la bienaventuranza, bienaventuranza, del vínculo con los seres queridos fallecidos, de la posibilidad de una justicia que pueda resistir las constantes desilusiones que presenta la vida ordinaria. En otras palabras, se pierde la capacidad de transmitir la fuerza proféticay de contestación propia del cristianismo.
El cardenal Giacomo Biffi, en un encuentro el 29 de agosto de 1991, retomaba y hacía suyas las palabras de ElAnticristo de Vladímir Soloviov: «Llegarán días dice Soloviov (y, es más, ya han llegado, decimos nosotros) en los que el cristianismo quedará reducido a pura acción humanitaria, en los distintos campos de la asistencia, la solidaridad, el filantropismo y la cultura. El mensaje evangélico será identificado con el compromiso por el diálogo entre los pueblos y las religiones, la búsqueda del bienestar y el progreso, y la exhortación a respetar la.
Una invitación a la esperanza naturaleza)). Pero si el cristiano, por amor a la apertura al mundo y al buen entendimiento con todos, casi sin darse cuenta, diluye esencialmente el Hecho salvífico en la exaltación y consecución de estas metas secundarias, entonces se priva de la conexión personal con el Hijo de Dios, crucificado y resucitado, comete poco a poco el pecado de apostasía y, al final, se encuentra del lado del Anticristo». Así, desaparecen los temas propios de la esperanza, que caracterizan la diferencia cristiana y que marcan también la diferencia para una vida digna de ser vivida.
Y si no es la Iglesia quien habla de ello, ¿quién lo hará? Esta falta de interés puede observarse también en la pérdida de significado del tiempo litúrgico por excelencia excelencia relacionado con la esperanza: el Adviento. ¿Qué significa esperar? ¿ Qué se espera? ¿ A alguien que ya ha venido y hace inútiles las profecías? ¿ Cómo se traduce el sentido de la espera cristiana? La dificultad para hablar, antes incluso de vivir la espera y ambas cosas están indudablemente relacionadas entre sí, muestra cuán cercanas están, en la vida ordinaria, las dos posturas: la de quien ha renunciado a esperaryla de quien no percibe ningún impacto de la espera en las dificultades cotidianas.
La obra teatral Esperando a Codot (1952) de Samuel Beckett ilustra bien esta idea de una espera fútil, vacía, una mera pérdida de tiempo frente a algo o alguien de quien no se tiene ningún indicio en el presente. ¿La esperanza cumple sus promesas? Este aspecto del «no aquí, no todavía)) está quizá en la base de la mayoría de las objeciones que se dirigen contra la esperanza. En un relato jasídico, un discípulo pregunta al maestro si, en realidad, el Mesías no ha llegado ya.
El maestro le lee un pasaje del profeta Isaías: «El lobo habitará habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá, la vacay la osa vivirán en compañía, sus crías se recostarán juntas, y el león comerá paja lo mismo que el buey. El niño de pecho jugará sobre el agujero de la cobra, y en la cueva de la víbora, meterá la mano el niño apenas destetado.
No se hará daño ni estragos en toda mi Montaña santa, porque el conocimiento del Señor llenará la tierra como las aguas cubren el mar)) (Is 11,6 -9). Luego, corre la cortina y mira hacia afuera. Ve a una anciana pobre y harapienta que pide limosna, a un hombre que camina envuelto en ricas vestiduras y, más allá, personas golpeadas, otras durmiendo en la calle.
Cierra nuevamente la cortina y responde: «No, el Mesías no ha llegado aún. ¿Cómo podría haber llegado el Mesías a un mundo como este?». Sergio Quinzio se expresa de manera similar: «Después de dos mil años de evangelio, no es difícil darse cuenta de que las promesas no se han cumplido, que los mansos no han heredado la tierra, que Dios no ha hecho «justicia)) a sus fieles». La esperanza, de hecho, antes que una virtud, es una pasión agresiva, y con ella se sostiene o cae.
Y la agresividad, a su vez, para no sucumbir ante el mal y la injusticia, necesita de Otra razón que subyace al rechazo de la esperanza es que no pocas veces ha sido mal entendiday contrapuesta a la realidad presente, como una suerte de «opio del pueblo)), según afirmaba Marx, para justificar la inacción, adormecer adormecer la concienciay no enfrentar la miseria actual.
Nietzsche, con su habitual mordacidad, considera la esperanza «el peor de los males, porque prolonga los sufrimientos del hombre» (Humano, demasiado humano, N 71). En este sentido, muchas de las críticas de los «maestros de la sospecha) (Marx, Nietzsche, Freud) captan, sin duda, algo de verdad, pero malinterpretan el auténtico significado de la esperanza. Esta no tiene nada que ver con la ilusión o la resignación ante la dureza de la vida. La esperanza, de hecho, antes que una virtud, es una pasión agresiva, y con ella se sostiene o cae. Y la agresividad, a su vez, para no sucumbir ante el mal y la injusticia, necesita de la esperanza.
Moltmann señala con fuerza esta peligrosa deformación deformación de la esperanza cristiana, que no puede perder su carga utópica de cuestionamiento del presente: «Las palabras de esperanza de la promesa deben estar en contradicción contradicción con la presente realidad empírica [... ]. Por eso, la escatología no puede vagar en las nubes, sino que debe formular sus afirmaciones de esperanza en contradicción con la experiencia presente del sufrimiento, el mal y la muerte [... ]. Quien tiene esta esperanza nunca podrá adaptarse adaptarse a las leyes y fatalidades inevitables de este mundo. En la vida cristiana, la prioridad pertenece a la fe, pero el primado a la esperanza. Sin el conocimiento de Cristo que se obtiene por la fe, la esperanza se convertiría en una utopía suspendida en el aire. Pero sin la esperanza, la fe se vuelve tibia y acaba muriendo. Por medio de la fe, la esperanza. c. A. Bernard, La teología de la esperanza según santa Tamda de Aquino, Paría, vrin, ig6s, 7.4 www.cnmunitaaanluigiguanella.itlammanimenrn-dcl-cardinal-biffi-aullanticriato M. Bubrr, Loa cuentas de las joaídicoa, Milán, Garzanti, 1979,513.6 5.
Quinzio, Lo derroto de Dios, Milán, Adclphi, 1992,37.. Una invitación a la esperanza La esperanza encuentra mucha resistencia para ser acogida en el contexto cultural actual, porque remite a aquello que no está bajo nuestro control.
Está esencialmente vinculada a lafe en Dios. el hombre encuentra el camino de la verdadera vida, pero solo la esperanza lo mantiene en él». Las premisas de la esperanza La esperanza encuentra mucha resistencia para ser acogida en el contexto cultural actual, porque remite a aquello que no está bajo nuestro control.
Como se ha señalado, está esencialmente vinculada a la fe en Dios, en el sentido de la Carta a los Hebreos: «La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven» (cf. Heb u, i). En consecuencia, la crisis de la vida de fe conlleva también la crisis de la esperanza, con repercusiones repercusiones profundas a nivel existencial.
El vacío que deja su ausencia pone de manifiesto aún más la necesidad de su presencia para continuar viviendo, ya que la esperanza otorga un significado por el que vale la pena esforzarse: «La fe es una catedral arraigada en el suelo de un país. La caridad es un hospital que acoge todas las miserias del mundo. Pero sin esperanza, todo esto no sería más que un cementerio»8. Es imprescindible devolver el auténtico significado a la esperanza cristiana; transmitir su belleza a los hombres y mujeres de nuestro tiempo es una cuestión de vida o muerte. El papa Francisco, en la Bula de convocación delJuhileo, delJuhileo, invita a redescubrir el fundamento indispensable de la esperanza, contenido en el bautismo: la entrada en la vida que no tiene fin.
Menciona además un detalle artístico elocuente que muestra, de forma visible, su vínculo con la vida eterna: «Los cristianos, durante mucho tiempo construyeron construyeron la pila bautismal de forma octogonal, y todavía hoy podemos admirar muchos bautisterios antiguos que conservan dicha forma, como en San Juan de Letrán en Roma.
Esto indica que en la fuente bautismal se inaugura el octavo día, es decir, el de la resurrección, el día que va más allá del tiempo habitual, marcado por la sucesión de las semanas, abriendo así el ciclo del tiempo a la dimensión de la eternidad, a la vida que dura para siempre. Esta es la meta a la que tendemos en nuestra peregrinación terrena (cf. Rrn 6,22)» (sNc zo). Este es el destino donde, finalmente, finalmente, puede encontrar cumplimiento ese deseo de plenitud presente en cada hombre y mujer que han amado. 1t 7 J. Moltmann, TeoIog(a de lo esperanzo, Brescia, Queriniana, 1970,11 -14.8 0. Ravasi, «La esperanza”, en Azeenire, 4de noviembre de 2005..