Navidad de raíz
Navidad de raíz E ntre las ramas del imaginario navideño, el árbol de Navidad emerge como símbolo universal de vida y renovación. Ya sea un abeto (Abies) en el hemisferio norte o un pino (Pinus) en las regiones más australes, estas especies se visten de luces y adornos para acompañar las festividades. Pero, si ajustáramos el lente a nuestro territorio, podríamos soñar con un árbol que, arraigado en los paisajes chilenos, también cumpla ese rol simbólico. Imponente y sereno, el raulí (Nothofagus alpina) domina los bosques templados del sur de Chile. Su tronco recto y grisáceo asciende hasta 50 metros de altura, desplegando una copa caduca que se despide del verano con tonos cobrizos, renaciendo en primavera con un verde vibrante. Más que un símbolo de belleza siempreverde, este árbol es una pieza clave del ecosistema: regula microclimas, protege aguas subterráneas y cobija una biodiversidad que respira bajo su sombra. Parte de un linaje que se remonta a los tiempos de Gondwana, el estoico raulí ha resistido transformaciones territoriales y el peso de su propia explotación. Su madera firme y duradera, apreciada desde tiempos coloniales, ha servido para construir barcos, casas y muebles. En la ya citada Botánica indígena de Chile, Ernesto Wilhlem de Mösbach describe al raulí como un árbol de nobleza particular, inseparable de los ciclos naturales y del entorno que lo acoge. Su follaje, que regresa al suelo cada otoño, y su capacidad de regenerar suelos erosionados reflejan esa relación íntima con el tiempo y el paisaje. Para Mösbach, el raulí no solo prospera en los bosques templados del sur, sino que también los sostiene, devolviendo vida a través de su sombra y sus raíces profundas. Como árbol de Navidad, el raulí no es un simple sustituto: es un recordatorio. Nos invita a mirar a nuestros propios bosques y especies, y a imaginar celebraciones que reconcilien costumbres foráneas con el patrimonio natural chileno.
Historiadores como Francisco Encina lo imaginaban decorado de "vistosas guirnaldas de copihues rojos, con algunas variantes blanco, rosa y jaspeado". Este gesto, más que una declaración estética, sería una forma de celebrar el vínculo entre habitantes y su entorno, un acto que resignifica nuestra identidad para adaptarla a este suelo.
Tal vez, si un día elevamos una estrella sobre un raulí en vez de un abeto, descubramos que una verdadera Navidad se puede celebrar reconociendo lo propio, evocando nuestros paisajes, sus especies, y las historias y tradiciones que nos arraigan. Navidad de raíz PAISAJES IDEADOS Romy Hecht Arquitecta e investigadora UC FRANCISCO JAVIER OLEA Como árbol de Navidad, el raulí no es un simple sustituto: es un recordatorio. Nos invita a mirar a nuestros propios bosques y especies..