Autor: Eugenio Tironi
¿Puede Musk cambiar el mundo?
¿ Puede Musk cambiar el mundo? OPINIÓNELON MUSK HA SIDO MIRADO HASTA AHORA COMO UN EMPRESARIO VISIONARIO, DURO Y FANTASIOSO, con logros so-bresalientes en una amplia variedad de industrias. Ahora lo vemos de lleno en la política, fundiendo su destino al del Presidente Trump.
Fue clave en su campaña, estuvo a su lado en la designación de su gabinete, ha colocado en la administración a numerosas personas cercanas y lleva meses instalado en los headquarters de SpaceX en Washington DC, junto a su propio equipo de ingenieros, diseñando lo que será la “Oficina de Eficiencia Gubernamental”, que seguramente lo instalará en la West Wing de la Casa Blanca. Su relevancia se puso de manifiesto en el acto de inauguración.
Los gobernadores fueron ubicados en una sala contigua, pero a Musk se le premió con una posición esplendorosa: justo detrás de Melania y antes de los ministros, rodeado de la cabezas de las “big techs”. No fue todo. En un gesto inaudito Trump indicó que la bandera estadounidense ondearía en Marte. Como es sabido, es el gran propósito que moviliza a Musk, sobre quien se volcaron todas las cámaras: solo sonrió y levantó su pulgar en señal de satisfacción. En la tarde lo acompañó a un acto masivo, donde tomó la palabra para presentarlo como el gran héroe de nuestros tiempos. La fusión Trump-Musk por ahora es total. Es la dupla que domina al mundo.
El primero es de sobra conocido. ¿Pero quien es Elon Musk? ¿ Qué infancia lo forjó? ¿ Cuales son sus heridas y fantasmas? ¿ Que lo mueve? El biógrafo Walter Isaacson, que reconstruyera las figuras de Da Vinci, Franklin, Einstein y Steve Jobs, entre otras, ha escrito un libro basado en dos años de conversaciones con el propio Musk y su entorno, al que se suma una completa investigación documental. Elegido como libro del año por Apple, Amazon, The Times y el Financial Times, da valiosas pistas para entender al personaje. Elon Musk nació el 28 de junio de 1971 en Pretoria, la capital política de Sudáfrica. La rudeza y la violencia fueron marca de familia; especialmente por la conducta de Errol, su padre, quien sometía a Elon a un constante maltrato psicológico, quien lo torturó acusándolo de débil, cobarde y mediocre. Era la época en que el régimen del apartheid se desmoronaba.
Elon, así como sus hermanos, primos, y todos los jóvenes blancos sudafricanos de la época, se formaron en el vértigo que se crea cuando un orden que se pensaba eterno se pulveriza, y la existencia misma se enfrenta al dilema de la exterminación. “Para sobrevivir tienes que protegerte tú mismo frente a un entorno amenazante”: fue la máxima que lo marcaría para siempre.
Aunque nunca diagnosticado formalmente, es ampliamente asumido que padece desde niño de TDA (Trastorno por Déficit de Atención). Esa condición le dio foco e intensi-dad, pero perturbó su capacidad de autorregularse y dificultó sus habilidades para establecer relaciones sociales y conexiones emocionales. Fue objeto de constante bullying en la escuela, pero lo que le dejó más cicatrices fue la relación con su padre. Sus logros en la vida, según su biógrafo, son en parte una respuesta al desprecio que sintió de su parte. Su niñez le dio un carácter duro e impulsivo, con reacciones violentas e impredecibles. Se formó con una elevada tolerancia al riesgo, que con el tiempo se volvió una adicción. Si no está en el modo “sobrevivir o morir”, pierde motivación. Necesita de una meta que se presenta como imposible para mantenerse a flote. No sabe vivir sin la adrenalina y el dramatismo que le proveen el sentimiento de amenaza, peligro y conquista. Fue un niño superdotado para las matemáticas e imbatible en los videojuegos, a los que dedicaba gran parte de su tiempo. Aprendió tempranamente a codificar y a crear sus juegos propios, lo que le sirvió, después, para desarrollar su espíritu competitivo, su frialdad, su sentido de la estrategia y de la táctica. A los 17 años dejó Sudáfrica, a pesar de la férrea oposición de su padre. Casi sin recursos partió a Canadá a estudiar ingeniería. Pero su meta era EE.UU. Luego de dos años entró a la Universidad de Pennsylvania donde se graduó. Siempre soñó con esta tierra de aventureros, como sus antepasados, como él mismo; siempre supo que era el territorio que habría de conquistar. Eso explica probablemente por qué asume su condición de ciudadano estadounidense con tanto fanatismo. Instalado en Silicon Valley, Musk se rodeó de un dream team de ingenieros jóvenes provenientes de todos los rincones del mundo y formados por las mejores universidades de sus propios países y de Estados Unidos. Ellos, como Elon, llegaron en la búsqueda del “sueño americano”. Sin este ecosistema, Musk no sería quien es. Por esto defiende con tanto vigor la visa a extranjeros con habilidades en ocupaciones especializadas que muchos adherentes de Trump quisieran eliminar. La relación con sus colaboradores prácticamente todos hombres está teñida por la competencia y el drama. Así como comparte con ellos rachas de creatividad, juego y camaradería, de pronto los expulsa de su entorno, en especial cuando lo contradicen, los siente desleales, o le compiten en protagonismo. Todo esto en un ambiente de mucho trabajo en momentos críticos, Musk literalmentese instala a vivir en sus empresas, pero también de glamour y omnipotencia, como si el mundo entero estuviese en sus manos. Para Musk nada reemplaza al trabajo: ni la inteligencia, ni la inspiración, ni la tecnología, ni la IA. De hecho, recorre la línea de producción de sus fábricas buscando los eslabones del proceso en que se puede reemplazar una máquina por un humano, porque es más confiable. En su visión lo único que produce progreso es el trabajo humano, lo que lo acerca curiosamente a Marx. Musk está lejos del estereotipo del capitalista. No le interesa el dinero sino el control: por lo mismo se niega a que sus compañías sean públicas. No cree en la externalización o deslocalización: apuesta por la integración, por producir todo en casa. Lo hizo en Tesla, revolucionando la industria automotriz, que por décadas ha venido abasteciéndose de partes y piezas provistas por productores independientes de todo el planeta. Para construir un automovil realmente bueno, postuló, hay que tener el control de todo el proceso, desde los insumos básicos hasta la venta, incluyendo todas sus partes y accesorios. Es la doctrina que ha reproducido en SpaceX, Starlink, Twitter, etc. “No creo en los procesos”, admite.
“De hecho, cuando entrevisto a un posible empleado y él o ella dice que todo se trata del proceso, lo considero una mala señal”. Tampoco cree en los largos y minuciosos planes, menos en los estudios de mercado. Como Jobs: lo suyo es el prototipo, la experimentación, el ensayo. “El fracaso es una opción. Si las cosas no fallan, no estás innovando lo suficiente”. Lo que importa es intentar, y si se fracasa, corregir y repetir hasta que funcione. Y hacerlo rápido, sin dejar tiempo para los remordimientos. Entre 2006 y 2008 Spacex tuvo tres intentos fallidos consecutivos cuando intentó poner en órbita suprimer cohete, el Falcon 1. Lo mismo le había pasado con Tesla, que estuvo a punto de la bancarrota. Cuando logró la debida ecuación entre costos y producción, su valor subió como la espuma. Lo mismo Space x cuando tuvo éxito.
“Un día pensé: Bueno, ¿cuáles son algunos de los otros problemas que probablemente afecten más el futuro de la humanidad? No lo pensé desde la perspectiva, ¿cuál es la mejor manera de ganar dinero?”. No lo mueven el dinero ni la utilidad de sus empresas.
Lo guían propósitos y misiones mucho más deslumbrantes. ¿Una banca digital? ¿ Un automóvil eléctrico de alta gama? ¿ Los lanzamientos espaciales? ¿ Colonizar Marte? ¿ Combatir al “wokismo” y lo “políticamente correcto” entronizados en Twitter? Allá va. Musk no sabe de “family offices”. Todo lo que gana, y más, lo pone en nuevos emprendimientos o en el escalamiento de empresas iniciadas por otros, y que él transforma y hace crecer. Muchas veces sus propios recursos no le bastan para desarrollar sus ideas. Pero cuenta con el respaldo financiero de un grupo de amigos multimillonarios incondicionales, entre ellos Larry Ellison, Peter Thiel, Antonio Gracias y Max Levchin. Ponen una sola exigencia: tenerlo a él a cargo. Apuestan por Musk.
“Quiero estar en la frontera, un empresario salvaje que pueda abrir nuevos caminos y no quedarse estancado por las regulaciones, las cuales tienden a retrasar los avances tecnológicos unos 5,10 o 20 años” (... ) quiero ir más allá, quiero ir a Marte”. Su vida privada esta animada por la misma mentalidad apocalíptica y mesiánica que inspira sus negocios. Sostiene que los humanos están amenazados por la extinción. Puede ser una guerra mundial, un asteroide, un colapso de la civilización, o simplemente la caída de la tasa de natalidad. Aquí en la Tierra hay que empezar por tener hijos, especialmente la gente más inteligente y con más empuje. Es un “deber social” al que se ha abocado él mismo y de la forma más eficiente: lleva once confirmados con fertilización in-vitro y vientre subrogado. Estos hijos de familias tóxicas, concluye Walter Isaacson, pueden ser locos; tanto como para creer que pueden cambiar el mundo. La fusión Trump-Musk por ahora es total. Es la dupla que domina al mundo.
El primero es de sobra conocido. ¿Pero quien es Elon Musk? ¿ Qué infancia lo forjó? ¿ Cuales son sus heridas yfantasmas? ¿ Que lo mueve?”. “Obsesionado” con el atípico empresario de origen sudafricano, en forma excepcional en estas páginas, el columnista de “El Mercurio” entrega su visión más personal (y crítica) del jefe de la nueva “Oficina de Eficiencia Gubernamental”, protagonista y hombre clave en el regreso de Trump II. OPINIÓN