Ester Solís, la última artesana de las ojotas de Chillán: “Uno tiene que tener alegría y saber defenderse solo”
Ester Solís, la última artesana de las ojotas de Chillán: “Uno tiene que tener alegría y saber defenderse solo” Jiurante Jiurante más de medio siglo, la artesana artesana Ester Solís (89) ha trabajado el mismo oficio todos los días: confeccionar confeccionar ojotas de caucho. Este calzado sencillo, sandalias hechas a mano con neumáticos reciclados, ha sido durante durante décadas una parte esencial de la vida campesina chilena. Los trabajadores las usaban usaban para proteger sus pies durante sus labores labores agrícolas y actividades al aire libre. Hoy, Solís sigue confeccionando ojotas en el local 175 del Mercado de Chillán, lugar en el que empezó a venderlas en 1962. Allí, su oficio es sinónimo de tradición para los locales y se ha consolidado como un atractivo atractivo para turistas que visitan la comuna y se detienen para llevarse un par. “Los extranjeros compran mucho, mucho. Llevan tres, cuatro pares. Me felicitan. Yo me siento feliz”, cuenta Solís a través de una videollamada videollamada desde su casa en Chillán, ciudad conocida como tierra de artistas. “Eso me trae mucha alegría a mí; que venga una persona del extranjero a buscar algo que yo estoy haciendo. Algo de Chile, algo nuestro nuestro y que yo hago con cariño”, reconoce. A esta chilena su oficio le ha traído reconocimiento. reconocimiento. En 2024, la Municipalidad de Chillán Chillán la premió por su aporte a la herencia cultural. cultural. Y ese mismo año fue nombrada como una de los 100 Líderes Mayores del país, distinción distinción que entrega Conecta Mayor junto con “El Mercurio” y la UC.
Además, la organización País Cultural destacó destacó su labor dentro de los oficios de mercado y la nombró “la última productora de ojotas de caucho en el Mercado de Chillán”. “Me siento muy orgullosa de mi trabajo y de mi persona”, comenta la artesana, quien sonríe casi durante toda esta entrevista y suelta suelta carcajadas al evocar pasajes de su vida, incluso incluso aquellos marcados por la austeridad y el trabajo duro durante su infancia. Nació en San Ignacio, una localidad cercana a Chillán. Fue la segunda de siete hermanos (cinco mujeres y dos hombres) y desde niña ayudó a su padre en la venta de animales. Qué recuerdos tiene de su infancia? “Nosotros éramos del campo. Llegamos a Chillán cuando yo ya estaba grandecita.
Con mis hermanos fuimos estudiando lo que pudimos pudimos nomás, porque antes no había tanta posibilidad de tener estudios como ahora”. Ella lo hizo hasta quinto básico en la Escuela Escuela 13 de Chillán (ahora Escuela Javiera Carrera). Carrera). Solís cuenta que los adultos siempre la consideraban para trabajar con ellos porque mostraba buena disposición. “De chica fui trabajadora. A los cinco años ya ayudaba a mi papá a vender corderos en la feria. Como tenía buena voluntad, me llamaban llamaban para ayudar. Pero si se arrancaba un cordero, cordero, quedaba la escoba”, cuenta entre risas. En las ferias también aprendió a negociar. “Llegaba uno y me pedía precios. Si me pedían pedían rebaja, yo decía: ya, se lo dejo en tanto. Era buena vendedora. También cosíamos pantalones por docena con mis hermanos. Trabajábamos mucho”. Su vida cambió cuando conoció a José Jara, con quien se casó a sus 27 años y tuvo dos hijos. hijos. Solís cuenta que tras años de trabajo duro en su infancia y adolescencia, empezó a tener una vida más tranquila. “La vida me empezó a tratar mejor desde que me casé. Antes trabajaba mucho, pero con mi marido descansé un poco más. Eramos muy cariñosos. Al principio yo iba a verlo trabajar trabajar y me venía a la casa. Después, cuando llegaron los hijos, yo no podía ir tanto y él me decía quédese tranquilita cuidando a su guagua. guagua. Pero igual la vida era sacrificada. Mi marido marido trabajaba desde que aclaraba hasta que estaba oscuro. Se vendía, pero se ganaba muy poco. Era para comer nomás”. Fue él quien le enseñó el oficio de las ojotas. Con los años, el también artesano enfermó de diabetes, presentó complicaciones asociadas a la enfermedad y falleció en 2013, un mes después de que cumplieran 50 años de casados. casados. Entonces ella tomó el relevo en el oficio. “Cuando él estuvo enfermo, tres o cuatro años, yo lo dejaba en la casa y me iba a trabajar, trabajar, a hacer las ojotas y a vender. Después volvía a darle la comida”, recuerda. Solís continúa: “Mi marido fue muy cariñoso. cariñoso. Yo siempre digo que no habrá otro hombre hombre como el mío. Nunca me dijo una mala palabra. palabra. Nada, nada. Era puro cariño”. En medio de la entrevista, Solís habla constantemente constantemente sobre su esposo. Y recalca que sigue sigue en el oficio de las ojotas porque lo disfruta, disfruta, pero también para cumplir la promesa que le hizo a él antes de su muerte. “El me dijo: Si yo me voy, usted siga trabajando trabajando en lo mismo para que no se pierda la tradición de Chillán. Siga con eso. Y aquí estoy, estoy, todavía estoy en lo mismo”. Con los años, el trabajo se transformó en su compañía diaria. “Para mí significa mucho, me entretengo. Y como mi marido me lo pidió, pidió, yo lo sigo. Es como una misión”, afirma.
Y agrega: “Además, cuando no voy (al mercado), En esta imagen, tomada el 2 de febrero de 1963, Ester Solís el día de su matrimonio con Aquí, junto a autoridades de la Municipalidad de Chillán que en 2024 le entregaron un reconocimiento José Jara, también artesano de ojotas. por mantener viva la herencia cultural de la comuna.
Tiene 89 añoS y ha sido reconocida por su aporte a la herencia cultural del país Ester Solís, la última artesana de las ojotas de Chullán: “Uno tiene que tener alegría y saber defenderse solo” Desde un pequeño local en el mercado de la ciudad, esta chilena ha convertido el clásico calzado campesino en símbolo de identidad y atractivo turístico. El oficio lo aprendió hace más de medio siglo de su esposo, a quien le prometió mantener la tradición.
Hoy vive sola y defiende la idea de que la vejez puede ser una etapa plena y con autonomía.. Janina iarcano Junto a sus dos hijos, Jeanette Jara (izquierda) y Patricio Jara (derecha) y su esposo (abajo) José Jara, quien falleció en 2013. loo LM Líderes Mayores RECONOCIMIENTO ANUAL A PERSONAS 75+ QUE IMPACTAN EN LA SOCIEDAD. Ester Solís, la última artesana de las ojotas de Chillán: “Uno tiene que tener alegría y saber defenderse solo” cado), me echan de menos. Cuando llego, me saludan cariñosos. Eso me trae alegría”. A sus casi 90 años, dice: “Yo tengo ánimo, me siento más joven de la edad que tengo. Me llaman para que haga fila de la tercera edad y yo me hago la loca. Me dicen ¡ la están llamando! llamando! y yo respondo ¡ Noooo!... si esa fila es para los viejos. Yo soy lola”, cuenta entre risas. Qué cosas siente que le dan vitalidad? “El trabajo, mantenerme ocupada. Yo Llego a la casa, hago el aseo, la comida, después tejo, bordo, pinto madera. Si me aburro de una cosa, cosa, cambio a otra. Me gusta mantenerme haciendo haciendo cosas”. Sin embargo, hace varios años presentó problemas problemas al corazón y le implantaron un marcapasos. marcapasos. “Con eso me arruiné mucho. No tengo tanta tanta fuerza. Pero no me gusta quedarme quieta, me hace mal.
Yo digo si no trabajo, será peor”. Qué consejo les daría a otras personas mayores que se sienten solas o creen que no tienen nada que aportar? “Les digo que uno tiene que tener alegría y saber defenderse defenderse solo; hacer sus cosas hasta que puedan, porque yo vivo sola, pero no me dejo morir. Si tengo dolores, no me quedo acostada nomás. Yo peleo por vivir”. Aunque recibe el apoyo constante de sus hijos, vive sola por decisión propia. Pero no del todo: su perro “Mono”, “Mono”, un quiltro de 14 años, es su compañero inseparable. “Yo vivo por él y él vive por mí. Es una compañía muy grande. Los adultos mayores deberían tener mascota, porque porque es una compañía. Me entretiene entretiene mucho”. Solís cuenta que a lo largo de los años varios se le han acercado para pedirle que enseñe enseñe su oficio a los jóvenes. “Yo les he dicho que sí, pero no han vuelto.
Sí me gustaría, porque es bonito el trabajo y no quiero que se pierda”. En relación con eso, hay algo algo que le preocupa: durante décadas, las ojotas se han trabajado trabajado con goma reciclada de neumáticos viejos, pero hoy casi todos traen alambres en su interior, explica Solís. “Con ese alambre no se pueden cortar. Entonces hay que buscar los antiguos, pero ya casi no hay. Me da pena, porque si se acaban los materiales, materiales, ¿cómo lo hacemos? No sé cómo hacerlo, porque la tradición es con ese material. Con otro no sería lo mismo”. Su hija quiere continuar el legado. “Yo le digo que el local local va a ser suyo, pero que tiene tiene que seguir la tradición. El problema es que ya casi no hay materiales”. Cuando mira hacia atrás y ve cómo ha sido sido su vida, ¿cómo se siente? “Muy orgullosa me siento del trabajo de la ojota.
De todo lo que he hecho, me siento orgullosa, orgullosa, me siento feliz”. Solís hace un silencio, se lleva las manos al pecho, como quien busca resguardarse, cierra los ojos por un par de segundos y dice: “Cuando estoy sola y me duele el cuerpo o me siento muy triste, empiezo a llorar, pero pienso pienso en todo lo bueno que me ha pasado en la vida. Lo malo lo dejo atrás.
Recuerdo a mi viejo viejo (refiriéndose a su esposo). Todavía no lo puedo olvidar, pero me quedo con lo bueno, con el cariño que me dio”. Ester Solís trabaja desde 1962 en el local 175 del Mercado de Chillán. La artesana artesana cuenta que se demora unos veinte minutos en hacer un par de ojotas a mano. 1.