Veraneo en la oscuridad
Veraneo en la oscuridad DÍA A DÍALa tarde del día aquel nos juntamos con el Prócer y nuestras cónyuges en la terraza de la casa donde estamos veraneando juntos, provistos de sendos gin tonics. Ya enterados de que el corte de luz o blackout, como él lo llama, será prolongado, nos disponemos a ver cómo las tinieblas se van enseñoreando poco a poco. Desde la terraza se divisa el mar y el puerto vecino, en el que se empiezan a prender algunas pocas luces, suponemos que alimentadas por generadores. “Parece que se nos quemaron los tapones”, dice el Prócer, recurriendo a la expresión que utilizábamos antaño cuando se cortaba la luz en nuestras casas y todavía existían esos dispositivos. “Darling, ¿te acuerdas del blackout que nos tocó vivir en Nueva York el año 1977?”, le pregunta su mujer.
Nos relataentonces que le tocó asistir a una conferencia internacional en la Gran Manzana en julio de ese año, y que aproximadamente a las 8 de la tarde unos rayos provocaron un apagón que se prolongó hasta el día siguiente, produciéndose numerosos desórdenes públicos, saqueos y pillaje. “Es que en todas partes se da aquello de que la ocasión hace al ladrón”, concluye. En tanto, ya la oscuridad es casi completa.
Y mientras contemplamos las luces de unos barcos que se destacan en la negrura, el Prócer irrumpe cantando una canción ad hoc a la que nos unimos en un singular coro en las tinieblas: “Sombras nada más/ acariciando mis manos/ sombras nada más/ en el temblor de mi voz”.R. RIGOTER. DÍA A DÍA