Columnas de Opinión: Mientras la élite discute en Santiago, el país se deteriora en silencio
Columnas de Opinión: Mientras la élite discute en Santiago, el país se deteriora en silencio César Cifuentes presidente regional PRI hile se desgasta cada día un poco más. Y lo hace, como tantas veces en nuestra historia, cargando con la indiferencia de quienes gobiernan desde Santiago.
Mientras los rostros políticos de siempre -los mismos que se pasean de matinal en matinal, de seminario en seminariodiscuten sobre pactos electorales, alianzas artificiales y reordenamientos partidarios, en el Chile real la situación se vuelve cada día más insostenible. Hoy, en regiones como Magallanes, las cifras ya no alcanzan para explicar el malestar.
La cesantia bordea el 6%, pero lo que no se ve en los informes técnicos es la desesperanza de quien busca trabajo por meses sin éxito, o el temor de los pequeños emprendedores que ya no saben si podran pagar la próxima boleta de la luz, con alzas que llegaron sin previo aviso, sin gradualidad, y con una frialdad que solo la burocracia estatal puede justificar.
Mientras tanto, en los pasillos del poder, el foco está en otro lado: en proteger cuotas de poder, en asegurar cupos para futuras elecciones, en evitar que "la derecha avance" o que "la izquierda se desinfle". Y asi, en medio de esos cálculos electorales, los problemas urgentes de la gente común -la salud, la seguridad, el trabajopasan a segundo plano o, derechamente, se olvidan. En Magallanes seguimos esperando, como lo hemos hecho por décadas, que el centralismo entienda que existimos. Que comprenda que no se puede seguir gobernando el pais desde la Alameda. Que las decisiones que se toman en la capital tienen consecuencias concretas en la vida de quienes vivimos a más de 2.000 kilómetros del poder.
Pero seguimos viendo cómo se destinan millones a campañas comunicacionales, a diagnósticos y a mesas de trabajo, mientras nuestros hospitales siguen sin especialistas, nuestras escuelas sufren abandono estructural y nuestra economia regional sobrevive con esfuerzo, sin apoyo real. La delincuencia, por otra parte, ya no es solo un problema de las grandes ciudades. Hoy, en regiones donde antes la tranquilidad era parte del paisaje, se vive con miedo. Carabineros sobrepasados, fiscales sin recursos, victimas que no denuncian porque saben que nada pasará. Pero eso sí: desde Santiago nos siguen hablando de reformas estructurales, de cambios profundos, de "hacer historia". A este Gobierno se le acaba el tiempo, y parece no entenderlo. Sigue atrapado en una lógica universitaria, con autoridades mas preocupadas de mantener la pureza ideologica que de resolver problemas concretos. En vez de gobernar para todos los chilenos, gobiernan para su burbuja. Y eso duele, porque el Estado debería ser el principal garante de igualdad territorial, de cohesión social, de oportunidades reales. Pero no lo está siendo. Peor aún, el Congreso tampoco esta a la altura. Los parlamentarios, con honrosas excepciones, parecen vivir en otro pais. Uno sin listas de espera, sin miedo a los asaltos, sin temor a quedar desempleado. Uno donde todo se discute, pero poco se resuelve. La desconexión es total, y la ciudadania lo sabe. Por eso crece el desencanto, por eso aumenta la abstención, por eso ya nadie cree en los discursos que prometen y no cumplen. Y asi seguimos, sin brújula, sin liderazgo, con una economia que no despega, con un aparato público que responde tarde y mal, y con una ciudadanía cada vez más agotada. Pero esto no es solo una crisis de gestión. Es una crisis de sentido, de prioridades, de empatía. Lo dijimos antes y lo repetimos hoy: el pais no necesita más discursos, necesita acciones. No necesita una nueva Constitución, necesita seguridad, salud, trabajo y descentralización real. Necesita que lo miren a los ojos y lo escuchen. Que quienes toman decisiones dejen de mirarse el ombligo y se hagan cargo de los problemas reales de la gente. Porque mientras la élite sigue discutiendo en Santiago, el pais se deteriora. Y lo hace en silencio, con rabia contenida, con familias que ya no llegan a fin de mes, con jóvenes que no ven futuro, con regiones que se sienten cada vez más postergadas. Y si la política no despierta pronto, será la ciudadanía -una vez másla que pase la cuenta. No en un plebiscito, no en una encuesta. Lo hará en las urnas, con una fuerza que no siempre es predecible, pero que siempre es justa cuando se siente abandonada..