En defensa del libre albedrío
Felipe Edwards del Río, adie lo obligó a leer esta columna. Fue una opción suya, o a lo menos se sintió como si la fuera.
Aunque a veces deambulamos como zombis, el sentido de tener agencia, ejercer control sobre nuestras acciones y tomar decisiones permanentemente, es una parte de la experiencia de todo ser humano, hora por hora y día por día. Así lo afirma James Gleick en su reseña sobre el libro “Free Agents: How Evolution Gave Us Free Will” (2023), de Kevin J. Mitchell, en la edición del 18 de enero pasado del New York Review of Books. No todos piensan lo mismo, pero Gleick (autor de “Chaos, the Ma King ofa New Science” (1987), finalista del Premio Pulitzer) y el propio Mitchell montan una enérgica defensa de nuestra capacidad de gestión. A partir del siglo XXI, diversos pensa dores, entre ellos físicos, neurocientíficos filósofos, han argumentado que la sende agencia personal es una ilusión. Aunque en sus vidas diarias ellos eligen con quéropa sevisten, cuando eligen cuáles temas investigarán dudan que lo hayan escogido libremente. Para los físicos, se trata de que somos hechos de sustancia, partículas subatómicas, y que toda materia está sujeta a las leyes de la física. No causamos ni podemos causar nada.
El físico Brian Greene sostiene que “nuestras opciones son el resultado de nuestras partículas deambulando en un sentido u otro dentro de nuestros cerebros”. Muchos neurocientíficos llegan a la misma conclusión, enfocados en las neuronas en lugar de partículas subatómicas. Consideran que la voluntad es el punto final, pero no la causa, de una cadena de actividad electroquímica.
Como lo resume Gleick, “nuestros deseos, intenciones y planes flotan sobre la sala de máquinas, los sistemas del cerebro donde se realiza el trabajo de fondo”. Algunos creen en el libre albedrío pero se rinden ante la imposibilidad de describirlo. El filósofo y matemático Martin Gardner cree que existe pero no lo puede definir. Escribió que “como el tiempo, al cual está ligado, creo que no tenemos otra opción que dejarlo como un misterio impenetrable. No pregunte cómo funciona porque nadie en el mundo se lo podrá decir”. Gleick reconoce que el libre albedrío tiene limitaciones, entre las que imponen nuestra naturaleza y entorno, la genética, nuestras de algún peligro. A través dela selección natural, los seres vivientes luchan por mantenerse historias familiares y FÍSICOS, vivos y reproducirse. Condiciones sociales. Neurocientíficos Mitchell insiste que “el Todas contribuyen a deuniverso no tiene un terminar nuestro comY filósofos han propósito, pero la vida sí portamiento y por ende argumentado la tiene”. Restringen nuestra liber tad. Pero la idea de agencia, nuestra capacidad de actuar con algún propósito, es otro tema. Presumimos que contamos con algún grado de libertad en nuestro pensar íntimo y nuestras vidas públicas. Instituciones legales, teorías de gobierno y de sistemas económicos se construyen sobre el fundamento que el ser humano toma iniciativas e intenta influir sobre las iniciativas de otros. Gleick resume que “sin algún nivel de libre albedrío, la política no tiene sentido. Ni el deporte. Ni, en realidad, ninguna otra cosa”. Mitchell sostiene que la negación del libre albedrío es dañina. Nos resta la dignidad en cómo nos vemos y en cómo vemos a todos los seres vivos. Nos libera de responsabilidad y nos trata como objetos pasivos, como pelotas en un juego de billar u hojas que caen de un árbol. La evolución biológica entrega una perspectiva útil. Los primeros microorganismos desplegaron modos de transporte al cambiar sus formas o crear cilios, pequeños pelos.
La función locomotora, junto a la habilidad de sentir su entorno, creó nuevas posibilidades como las de buscar alimentación y escapar que la sensación de agencia personal es una ilusión”. En nuestra época, también tiene sentido preguntarse si la inteligencia artificial podría desarrollar algún nivel de libre albedrío o de agencia. Para Gleick, el tema de agencia, tener control sobre nuestras acciones y tomar decisiones permanentemente, puede ser más importante que el de tener una coniencia. Actualmente, sistemas de IA pueden generar textos y responder a preguntas en forma impresionante, pero sus logros están basados en buscar patrones estadísticos dentro de una enorme base de datos. Parecen no ser capaces de comprender la relación entre una causa y su efecto. Más fundamentalmente, son pasivos, como las pelotas de billar. Para Mitchell y Gleick, la habilidad de controlar nuestras acciones y de tomar decisiones constantemente nos distingue de las máquinas. Para un ser biológico, la razón y el sentido de propósito se derivan de una interacción con el mundo físico y de sentir las consecuencias de esa actividad, algo imposible para la IA. Como resume Gleick, en medida que la inteligencia artificial tiene objetivos, “esos objetivos fueron impuestos por sus creadores. No planifican. No aspiran. Por lo menos, no lo han hecho aún”.