El alma del verdor de Santiago
El alma del verdor de Santiago E Este libro indaga en la naturaleza del paisaje de Santiago examinando sus orígenes, revelando la dedicada formación de una cultura arbórea en la capital chilena entre 1830 y 1930, e identificando a los actores responsables del cultivo de especies exóticas y de geometrías de plantación donde no había ninguna [... ]. Fundada en un entorno geográfico semiárido, con un clima mediterráneo caracterizado por una atmósfera seca y temperaturas diarias oscilantes, Santiago no ofrecía un emplazamiento idóneo para una biodiversidad botánica.
Las escasas lluvias durante el invierno determinaron la proliferación de abundantes cactus y algunos sauces en las riberas de los ríos, mientras que en sectores no irrigados predominaba el espino (Vachellia caven) [... ]. A partir de 1830 y durante un siglo, un grupo de competentes funcionarios municipales y gubernamentales, adinerados terratenientes y naturalistas, expertos y aficionados, entrelazaron hilos políticos, económicos y sociales en una red incipiente --pero influyente-que cambió el rostro y la estructura de la ciudad. Articulando prácticas botánicas y nociones de progreso cívico con el diseño y la construcción de paisajes públicos, el grupo despojó a Santiago de su austera apariencia colonial al proporcionarle una nueva condición de verdor.
La plantación de álamos en bordes de caminos y avenidas, la formación de jardines de aclimatación, y la transformación de insalubres cauces fluviales y de escarpadas colinas rocosas en bosques urbanos, lentamente introdujeron una diversidad arbórea a la capital de Chile, al punto que hoy más del 90% de las especies plantadas en sus espacios públicos son exóticas.
Aún más, este proceso de transferencia de material vegetal alcanzó un estatus de verdadera operación de reforma y modernización urbanas, con los árboles convertidos en símbolos tangibles de emancipación política, en pièces de résistance frente un entorno deslavado y climáticamente hostil.
Hacia la década de 1930, sin embargo, la necesidad de implementar un orden funcional a través de la construcción de infraestructuras, permitiendo acceder a medios de circulación vehicular y a viviendas dignas, estandarizó la noción de paisaje como un elemento ornamental. Atrás quedó su capacidad de entregar identidad colectiva y de representar el progreso de una nación independiente. Avenidas arboladas, jardines y parques públicos comenzaron a ser valorados por su capacidad de ofrecer un remanso en medio de la ciudad.
En otras palabras, circunstancias específicas relacionadas con el crecimiento urbano y consecuente transformación social pusieron fin a un proceso de creación de paisajes articulado por relaciones dinámicas entre expectativas humanas, visiones políticas, propuestas de diseño, fuerzas económicas y procesos socioculturales. Dicho cambio fue reforzado con la introducción de la noción de "área verde", también durante la década de 1930.
Esto determinó que el paisaje urbano de Santiago sea utilizado como una mera estadística de distribución territorial midiendo la segregación socioespacial, supuestamente inevitable en una metrópolis con una superficie 90.000 veces mayor que al momento de su formación. Hoy, una población equivalente a un tercio de la del país se expande en unas 200.000 hectáreas. De estos seis millones de habitantes, un 37% tiene acceso a menos de 10 m2 de áreas verdes per cápita, mientras que para un selecto 0,3% la cifra puede alcanzar los 60 m2 o más.
Esta desigualdad se manifiesta también en el mantenimiento de las áreas verdes, dependiente del consumo de escasas reservas hídricas y de las arcas públicas de las comunas en las que se encuentran: a más fondos, más y mejores.
Semejante escenario nos ha hecho olvidar que la creación de paisajes depende de un liderazgo intencionado, capaz de superar agendas culturales y limitaciones financieras, y de asegurar su adecuada gestión, mantención y valoración en el tiempo.
Pero en 2020, cuando Santiago se enfrentó simultáneamente a su invierno más seco en cincuenta años, al peligro inminente de la degradación de suelos frente a la escasez de agua y al punto cúlmine de la propagación global de la enfermedad covid-19, prácticas obligatorias de encierro y distanciamiento social otorgaron al paisaje urbano de un renovado significado. [... ] El alma del verdor de Santiago Romy Hecht, doctora en Teoría de la Arquitectura y actual decana del College UC, explora en este libro la formación y el desarrollo de la cobertura vegetal de Santiago. Resultado de más de una década de trabajo, se trata de un documento acucioso, pero a la vez muy personal, sobre los árboles, los parques, el paisaje y la naturaleza de nuestra capital. Lecturas & Documentos Romy Hecht M. (Continúa en la página 12). El alma del verdor de Santiago táculo.
En ocasiones, una protesta furibunda y vociferante intentaría "la protección de sus plantaciones contra el hacha", como si algunos gritos apenas perceptibles en las alturas pudieran amainar la torpeza de un desmoche, esa poda indiscriminada de gran parte o de la totalidad de la copa que deja tras sí a los árboles transformados en verdaderos entes deformes. La citada expresión de defensa le pertenece a Frederick Law Olmsted y J. B. Harrison, quienes la usaron en 1899 para ilustrarlos intentos de un grupo de ciudadanos por detener la tala de árboles en el Central Park de Nueva York.
Pero sus voces se ajustaban tan adecuadamente a la situación que siguieron resonando en mi cabeza durante el resto de mi caminata: "Durante el transcurso de estos hechos, en muchas mentes ha surgido una fuerte inclinación a suponer que el acto de podar árboles condena a los responsables como insensibles al encanto del escenario silvestre, asociándolos con aquellos colonos indiscriminadamente devastadores de antaño". Cierto es que Olmsted y Harrison tuvieron la capacidad de distinguir entre trabajos inexpertos y aquellos necesarios para la mantención de un parque y, de hecho, sus palabras buscaban respaldar los esfuerzos de poda en el Central Park, dada la "responsabilidad técnica involucrada". Por tanto, estoy convencida de que no habrían ofrecido tal apoyo en el caso de Santiago, no sólo por la falta de capacitación del personal de Enel en el proceso de raleo, sino también por la existencia de un sistema regulatorio que impide que ramas y cables compartan en igualdad de condiciones el espacio aéreo.
Por el contrario, la normativa vigente protege a los postes eléctricos, al establecer que los árboles no deben tocar los cables y que sus ramas tienen que estar distanciadas entre 2 y 4,9 m de ellos.
Así, los árboles han sido sacrificados con o sin tormentas de nieve a través de mal llamados procesos de mantenimiento, que suelen dejar como resultado troncos desnudos, erguidos como si fueran antiguas columnas en ruinas, cubiertas por plantas trepadoras ocasionales.
Una luz de esperanza para los árboles de Santiago surgiría en agosto de 2019, al aprobarse una ley que por primera vez obligaba a las empresas de servicios --internet y de televisión por cable-a retirar sus cables obsoletos o en desuso. Sin embargo, su relativa importancia quedó sin efecto tan solo un mes después, con las revueltas masivas demandando una reforma del modelo económico imperante, basado, en gran medida, en el capitalismo.
El "estallido social" del 18 de octubre de 2019 comenzó en la Plaza Baquedano, popularmente conocida como Plaza Italia, con las protestas más violentas de la historia reciente, transformando al sector y a su entorno circundante con daños a la infraestructura y espacios públicos por más de 40 millones de dólares.
Si bien la cifra puede ser irrelevante frente a la treintena de personas fallecidas y las 460 con lesiones oculares producto de brutales intervenciones policiales para frenar la acción de turbas amotinadas, cierto es que la ola de violencia detonó un ciclo interminable de fallidos intentos de restauración urbana, solo detenido por la dispersión del virus SAR-CoV-2 cinco meses después. Este libro es mi intento por develar los esfuerzos que permitieron transformar terrenos degradados con una nueva condición de verdor, dando forma al paisaje de Santiago como un símbolo invulnerable de identidad y memoria colectiva.
De árboles, hachas, tormentas y prácticas anticipatorias El 15 de julio de 2017 Santiago amaneció cubierta de nieve, un panorama inusual para una zona con un invierno templado con precipitaciones que apenas alcanzan los 168 mm en un año promedio [... ]. Las mediciones de las 08:00 de la mañana del principal centro meteorológico de la ciudad indicaban que la cantidad de nieve acumulada en distintos sectores oscilaba entre 45 y 300 mm. [... ] El evento había sido el resultado de una conjunción de inusuales condiciones dinámicas: una zona de alta presión fría que se desplazaba hacia el norte desde el Pacífico sur y que se encontró, en la zona central de Chile, con la superficie más cálida del océano, provocando una inestabilidad que hizo descender las temperaturas por debajo de los 0ºC.
Aunque en 1912 y 1920 se registraron cantidades similares de nieve caída, el evento del 2017 tuvo el particular efecto de teñir de blanco a Santiago por última vez en la historia reciente, a la par de cubrir a la ciudad de oscuridad: al menos un quinto de los hogares sufrió un corte de luz que duró más de 72 horas y en algunas de las comunas cercanas a la precordillera, más de 96.
Enel Distribución Chile afirmó que el apagón había sido consecuencia "del violento e inusual temporal de nieve". Según Enel, los árboles habían sido tan responsables como el fenómeno invernal de causar un "daño masivo a la infraestructura eléctrica", principalmente debido a la caída de individuos o de sus ramas sobre las líneas de distribución.
Inmediatamente después de la emergencia, y apoyado por una feroz campaña en las redes sociales, el gobierno chileno se quejó formalmente de la lentitud de la reacción de la empresa, exigiendo un mantenimiento preventivo del sistema de distribución eléctrica. Enel respondió rápidamente, definiendo un plan de acción para minimizar futuros incidentes a través de un programa de poda urbana para despejar y proteger al cableado. Durante ese mes de agosto pude presenciar en algunas avenidas de Santiago la tenacidad de trabajadores de la empresa encaramados con sus motosierras entre las copas de los árboles para, esencialmente, mutilarlos.
Pero también percibí la perplejidad de los peatones ante semejante especFicha de autor Romy Hecht Marchant es arquitecta y magíster en Arquitectura UC y PhD en Historia y Teoría de la Arquitectura por la Universidad de Princeton.
Ha publicado también "La sublime naturaleza de Georges Perkins Marsh y El paisaje sí importa" (2024), y "Paisajes para el pueblo, ensayos de Frederick Las Olmsted" (2022). Ensayista y columnista, es además profesora titular de la Escuela de Arquitectura UC y decana de College UC. (Viene de la página 11). El alma del verdor de Santiago Junto a un barrio profundamente afectado y degradado, tras cinco años de aquellos eventos persisten en el lugar silenciosas marcas de perdigones y rayados políticos en los troncos de algunos árboles, que se han convertido en testimonio viviente de los acontecimientos, al igual que el visible deterioro fisiológico y estructural de algunos individuos que sufrieron la quema de sus ramas y la defoliación de sus copas a manos de manifestantes, y de golpes de agua lanzada para dispersar la revuelta. Una y otra vez me pregunté cómo habrían reaccionado Olmsted y Harrison si hubiesen presenciado la destrucción de parte de la histórica cubierta forestal de Santiago.
Y enfatizo el término no para aludir necesariamente a la longevidad de los árboles que la configuran, sino a su prolongada e invisible contribución a la calidad urbana de la capital de Chile, al compensar las emisiones de dióxido de carbono, filtrar y controlar la contaminación, reducir el ruido, proteger los suelos y proporcionar sombra. En otras palabras, al mejorar la salud pública y el bienestar físico y psicológico de sus habitantes.
Ahora bien, son pocos quienes pueden distinguir el potencial de los árboles como agentes de transformación territorial, y menos aún quienes tienen la capacidad de entender que el verdor de Santiago contribuyó a modernizar y renovar las estructuras y hábitos urbanos hasta enraizar una identidad cívica que se convirtió en una prueba tangible de la independencia económica y cultural del país con respecto a España.
Hasta donde sé, nunca se ha intentado hacer una descripción exhaustiva de los orígenes y progresión de la construcción del paisaje de Santiago, probablemente porque su desarrollo --sobre todo en el último tiempo-ha estado sometido a cambios de agendas culturales, a restricciones financieras o al exceso de decisiones populistas. [... ] Si bien a partir de la segunda mitad del siglo diecinueve la capital de Chile estuvo fuertemente expuesta e influenciada por la moda, las maneras sociales y el diseño francés, no es posible distinguir un sistema de parques y jardines públicos como el creado por Jules Charles (`Carlos') Thays en Buenos Aires, Argentina, durante su período como Director de Paseos Públicos, un cargo equivalente al de Adolphe Alphand en el Service des Promenades et des Plantations de París, protagonista de los grandes travaux del Segundo Imperio francés.
En el siglo veinte por su parte, la emergente vegetación de Santiago no ofrecía ninguna particularidad que permitiera aumentar --o contrarrestar-la convincente y revolucionaria estética del diseño moderno presente en los coloridos y sensoriales jardines y parques de Roberto Burle Marx, que exhibieron la exuberancia y variedad de las plantas brasileñas y venezolanas, codificando un arquetipo del paisaje latinoamericano como tropical.
Y hasta el día de hoy las autoridades, y la mayoría de quienes están involucrados en el diseño y renovación urbana de Santiago, parecen carecer de una visión cultural específica que les permita superar la idea de que la creación de un buen paisaje implica la agregación de praderas y césped verde, aun cuando no haya suficiente agua para su mantención. Para ser clara, son muchos los relatos y discursos históricos sobre la transformación del entorno físico de Santiago que utilizan la noción de paisaje en relación con el desarrollo arquitectónico de la ciudad.
Reiteradamente este grupo de autores invoca la idea de paisaje como un ejercicio de diseño ejecutado mayoritariamente por arquitectos, quienes aprovechan el espacio entre sus edificios para "agregar verdor". No se ha explorado, sin embargo, el significado o el impacto histórico de la redistribución artificial de árboles en espacios públicos, ni se ha considerado su rol en el desarrollo urbano, más allá de su capacidad de plantar una imagen ideal donde predominan los tonos de verde, especialmente valorados por el contraste que ofrecen al perfil edificado de la ciudad.
La inexistencia de una narrativa convincente sobre el paisaje de Santiago revela también que no hay registros sistemáticos de los jardineros, diseñadores, ingenieros, terratenientes, gestores, promotores y cuidadores que lo forjaron, aun cuando sus voces resuenan en una variedad de fuentes dispersas: crónicas de viajes, relatos gubernamentales, actas municipales, sesiones del Congreso, boletines agrícolas, resúmenes publicados en periódicos, revistas populares, postales, cartas privadas y cartografías, entre otras.
Para ser justa una vez más, sí podemos identificar a un par de personajes históricos que intentaron dar forma al paisaje de Santiago combinando prácticas cívicas y botánicas: Bernardo O'Higgins, el prócer de la Independencia que a principios de la década de 1820 buscó transformar la principal vía de Santiago, La Cañada, en un paseo público con toques de diseño urbano parisino; y Claude Gay, botánico y entomólogo francés autodidacta, que en 1841 elaboró el primer plan para un jardín de aclimatación en la periferia sur poniente de Santiago.
También debemos considerar en esta nómina al intendente Benjamín Vicuña Mackenna, quien entre 1872 y 1875 inauguró plazas y calles y puso en marcha tanto la canalización del río Mapocho, principal curso de agua de la ciudad, como la transformación del rocoso cerro Santa Lucía en una versión local del parisino Parc des ButtesChaumont. Ello le permitió crear una narrativa de paisajes socialmente valorados al ofrecer a sus habitantes amplios espacios para el esparcimiento en medio de la urbe.
Sabemos menos, sin embargo, de Luigi Sada di Carlo, Édouard dé Beaumont, Guillaume Renner o Alberto Mackenna Subercaseaux, funcionarios públicos de los siglos diecinueve y veinte cuyas vidas no estuvieron explícitamente conectadas, pero cuyo trabajo revela una continuidad de ideas sobre la creación y el mantenimiento de los cuatro paisajes que reconfiguraron a la ciudad y que hasta hoy la definen: la Alameda de las Delicias, el bulevar arbolado desplegado inicialmente por O'Higgins a lo largo de los 11 km de la antigua Cañada; la Quinta Normal de Agricultura (`la Quinta'), creada para promover la aceptación de una serie de especies exóticas y patrones vegetales foráneos en el mismo lugar del proyecto no construido de Gay; el Parque Forestal, un extenso parque lineal diseñado por un equipo de paysagistes para integrar las riberas del Mapocho tras su canalización, contribuyendo a transformar sus descuidados bordes en un bosque denso y exuberante que animó la vida urbana detonada por operaciones inmobiliarias junto al río; y el llamado Parque Metropolitano, otro bosque de dimensiones excepcionales que se desarrolló desde el erosionado espolón del cerro San Cristóbal, y cuyas 737 hectáreas proyectadas habrían cubierto alrededor de una décima parte de la superficie urbana del Santiago de principios del siglo veinte. Lecturas & Documentos «El alma del verdor de Santiago», Romy Hecht Marchant, Orjikh Editores, 2025..