La memoria eterna de LAS HERMANAS PRATS
La memoria eterna de LAS HERMANAS PRATS POR PAULA CODDOU B. FOTO SERGIO ALFONSO LÓPEZ“Víctor se puso a llorar y Sofía le pidió que mantuviera la serenidad. El se molestó y con razón. Tenía todo el derecho de llorar por sus suegros. Sofía se disculpó y se abrazaron largamente. Sofía no lloró esa vez. No lloró nunca”. Sentada en su casa en Vitacura, con su hermana Angélica que la mira, Sofía Prats, hoy de 79 años, dice que después sí lo hizo, aunque ahora le cuesta más.
La escena está al comienzo de Lo que tarde la jus-ticia, el caso Prats-Cuthbert (Debate), el libro queescribieron las tres hermanas Prats y que cuenta su larga búsqueda de verdad y justicia tras el crimen de sus padres, el general Carlos Prats y Sofía Cuthbert, a manos de la DINA, como establecería la investigación años después.
Fue el 30 de septiembre de 1974 en Buenos Aires, en una calle del barrio Palermo, donde explotó la bomba que les pusieron bajo el Fiat 125 en que viajaban, y que hizo detonar según su propia confesión Michael Townley. Carlos Prats tenía 59 años y Sofía Cuthbert, 57. Ahora, en el lanzamiento del libro que fue presentado por el ahora subsecretario de Interior, Luis Cordero, en la Universidad de Chile, las hermanas Prats se emocionaron.
En las 400 páginas hay un buen equilibrio entre la batalla legal que dieron por 36 años hasta que la Corte Suprema chilena condenó a los culpables en julio de 2010 y el proceso interno de las hermanas y sus familias, que corrió en paralelo. Cada una tuvo cuatro hijos, las tres están hoy viudas. Sofía, la mayor, recién desde enero; Angélica, de 76 años, hace ya diez; y Cecilia, la menor tiene 70, desde octubre del año pasado. Sus maridos, Isidoro Cuadrado, Víctor Castro y Jaime de Ferrari, respectivamente, cargaron con ellas una “mochila pesada” y muy jóvenes entraron en un verdadero laberinto judicial.
“Fue mágico, fue puro amor”, dice Angélica. ¿Cuánto de su vida sienten que les robó este caso?Es que para nosotros la vida normal fue compartir trabajo y familia con mucha dedicación, y también buscar verdad y justicia. Pudimos armonizar las tres cosas y, ahora, mirando hacia atrás, encuentro que bastante bien dice Sofía. Angélica asiente: “Este tema podría haberte ocupado el 100% de la vida. Uno ha visto personas que se dedicaran totalmente con fuerza, pero no sé cómo, nosotros hicimos como una distribución de intereses que fue así”. Cecilia lo confirma. Sofía, que es profesora, fue después alcaldesa de Huechuraba casi diez años y embajadora en Grecia. Angélica es educadora de párvulos y formó parte del equipo preescolar de varios colegios en Santiago, trabajó en Fundación Arauco y escribió varios libros pedagógicos.
Y Cecilia quien también estudió Educación de Párvulos se desempeñó en varios cargos en el sistema público, entre ellos en la secretaría regional del Ministerio de Educación en Coquimbo, región donde vive desde el año 85. ¿Inconsciente, o conscientemente, no quisieron quedar atrapadas como símbolos? ¿ Ustedes sintieron que querían hacer toda la búsqueda, pero a la vez tener una vida lo más normal posible?Exacto dice Angélica. Sentir que a los niños les debes una vida entre comillas normal, con este ingrediente, pero que hicieran lo que todos los niños de esa edad. Hay una escena conmovedora, pocos días después del atentado, donde celebran el cumpleaños de uno de los niños. Y así fue siempre, cuentan.
El libro de las hermanas Prats se lee además de un esfuerzo de dejar por escrito el legado de su padre como una película policial que, pese a todo lo que se sabe del caso, está lleno de detalles nuevos, casi de thriller.
Por ejemplo, la escena en que cuando una mamá del grupo de apoderados que preparaba la primera comunión de sus hijos le pidió a Angélica que fuera su madrina de bautizo, sacramento que nohabía recibido: “Pero antes de recibir la respuesta de Angélica necesitaba verla por un asunto especial. Se llama Susan Ernst de Rodríguez. Llegó a la casa de Angélica una mañana de mucho sol y se sentaron con un café a conversar. Ella le agradeció todo el trabajo hecho en los dos años, confirmó su decisión de bautizarse, y que Angélica fuera su madrina, pero tenía que contarle algo primero. Pero Susan, ¿qué puede ser?, le preguntó Angélica, yo te acompaño de todas maneras. Quiero que sepas que yo soy hija de Michael Townley. Angélica no había oído mal.
Susan era hija del primer matrimonio de Mariana Callejas, pero su figura paterna había sido Michael Townley”. Otra escena, cuando por la conversación telefónica de dos amigas de Sofía Cuthbert tras su asesinato, una oyó a la otra hablar con su hijo que venía llegando de Buenos Aires y que comentó sobre Prats: “Así mueren los traidores”. “Es Enriquito que viene llegando de Buenos Aires con un amigo americano”, le dijo la madre. Era Enrique Arancibia Clavel quien sería condenado en Argentina por el caso con Townley.
En las 400 páginas están narrados la tensa reunión con Pinochet tras el atentado a Prats, la complicación ya en democracia del ministro Boeninger con la idea de las hermanas de seguir adelante en la búsqueda de justicia a través de una comisión investigadora en el Congreso (“eso va a ser una bomba de mil megatones”), y también el miedo, la paranoia incluso al sentir un zumbido en el auto. “Esa sensación de peligro inminente, de estar siendo observadas y seguidas, nos perseguiría muchos años”, cuentan al comienzo. También narran el rescate de las memorias que el general Prats guardaba en Buenos Aires, y que ellas trajeron de vuelta, mecanografiaron y publicaron en 1985. Cuando la editorial Random House les sugirió ahora escribir su propio libro, no lo pensaron demasiado, cuentan hoy. Comenzaron en octubre del año pasado y terminaron en agosto. La escritura la trabajaron con Carlos Tromben, quien iba organizando la enorme cantidad de información y que además dice Sofía, “fue brillante en descubrir al narrador”. El decidió que sería una primera persona plural. Porque se lee más fácil. Y quizá porque las tres Prats han sido a la vez como una sola. “Nunca nos preguntamos si seguíamos adelante o parábamos aquí. Nunca tuvimos ninguna discusión”. ZEPOLOSNOFLAOIGRESSTARPAÍFOSAZELITNEGninguna duda de hacerlo responde Sofía. Porque yo digo ahora “no sé si lo haría”, viendo las situaciones que han ocurrido y todo. Yo me expuse en demasía. Angélica, más callada, asiente con cara de tristeza por un momento. Pero si hay algo que las tres reconocen tener es un sentido del humor y alegría de vivir que nunca las abandonó, y que atribuyen a sus papás, a la familia que ellos les dieron.
Hace seis años, Cecilia Prats escribió un libro más personal, Volver a reír, donde hay un párrafo que las interpreta y que citan en Lo que tarde la justicia:“El año siguiente, en 1975, lo inicié con un gran esfuerzo, pero como regalo de Dios, un día cualquiera, volví a reír. Me di cuenta de que no lo había hecho por mucho tiempo, ya que me pareció raro escucharme. No podía entender lo que me estaba pasando y lo reconfortante que era volver a hacerlo. Volver a reír era como volver a vivir y sentir”. Cecilia cayó en una depresión profunda a los 20 años, cuando terminó la universidad. Después de quedar huérfana vivió con Angélica y su marido Víctor hasta que se casó y se fue al norte. “Todas tuvimos depresión, en distintas etapas”, reconoce Angélica. Yo me hice la fuerte parece, para cuidar a mis abuelos, a mis hermanas, porque me sentía la dueña del mundo reconoce Sofía. Y como al año empecé a darme cuenta de que estaba mal. Y me acuerdo de que me decían “anda al psiquiatra”. “No” dije yo, voy a ir al médico internista Santiago Soto. Y él me dice “mira, tú lo que tienes es una depresión reactiva, lo que es normal. Tú no necesitas psiquiatra. Yo te voy a dar un antidepresivo y muchas vitaminas”, recuerda ahora y sonríe. Ella y Angélica tuvieron además cáncer de mamas. También tuvieron que hacerse cargo de la pena de sus cuatro abuelos, que estaban vivos, y vieron morir a sus hijos de una manera tan horrorosa. Sí, muy tremendo responde Angélica, porque verlos deprimidos, verlos tristes. ¿Y qué les decías tú? Ellos nos miraban a nosotros tratando de hacerse cargo, pero también ya no pudiendo hacerlo. Los tíos tampoco estaban tan bien, también estaban con crisis, estábamos todos con crisis. Sofía recuerda la sabiduría de su abuela paterna.
“Decía: mira, por otro lado, prefiero que mi hijo no esté sufriendo lo que estaría viendo que está pasando. ¿Qué te parece? Como ella optaba de la manera de conformarse”. Y después de todos estos años, de lo que saben, de lo que resolvió la justicia, ¿se puede perdonar algo así?Ay, no sé dice Angélica con espontaneidad. Cuando uno tiene paz, piensa que perdonó. Todo esto que pudimos hacer, además vivir y poner la verdad encima de la mesa, esa es la paz. Y las personas pasan a ser secundarias. Son instrumentos de una situación. Entonces, lo importante es la verdad. Y eso es lo que nos dio paz. Y agrega: Tener hijos te definía qué quieres tú de vida para ellos... Quizá cuál habría sido el camino si no los hubiera tenido. Pero tener hijos te compromete con una vida positiva para la felicidad, no para la amargura. Y vas eligiendo esos caminos. Cecilia finaliza diciendo: Se puede perdonar cuando alguien se arrepiente. No podría perdonar si no me piden perdón. Si no reconocen el hecho. Y no han reconocido nunca.
Más de 35 años después del asesinato de Carlos Prats y Sofía Cuthbert, y dos décadas después del regreso de la democracia, en junio de 2010, la Corte Suprema de Chile condenó al exjefe de la DINA Manuel Contreras y a Pedro Espinoza a 17 años de prisión en el marco del caso Prats, y cuatro integrantes más de la DINA. ¿Tuvieron alguna desavenencia entre ustedes en estos años de cómo abordar la justicia, de si bajarse o seguir?Fíjate que eso es una de las cosas curiosas, nunca nos preguntamos si seguimos adelante o paramos aquí. No, nunca tuvimos ninguna discusión contesta Sofía. Cecilia recuerda que incluso la gente amiga les decía: “Para qué siguen, para que sufren tanto”. “Con humor, el cardenal Silva Henríquez nos decía que éramos las apestaditas. Muchos amigos, la familia y, en especial, la familia militar, no podían acercarse demasiado a nosotros para no contagiarse. Los parientes naturalmente muy afectados y dolidos, se mostraban lejanos y asustados”, escriben en el libro.
Incluso Raquel Correa les preguntó años después en una entrevista en “El Mercurio”: “¿ Hasta cuando la revuelven las Prats?”. ¿Esa sensación de ser incómodas las acompañó siempre?Incómodo para el resto dice Sofía, porque uno es uno nomás, con su historia, con su postura. Y los incómodos eran los que cruzaban la calle. Las hermanas circulaban por lugares donde no sabían lo que les había pasado, no querían saber o derechamente no les creían. Pero nunca se restringieron de mundos. El marido de Sofía fue gerente de un banco, “entonces nos tocaba comida con otros empresarios, gerentes, etc. Y de repente tocaba escuchar, por ejemplo, bueno, pero si por algo los mataron, no por mis papás, sino por otra gente, pero era difícil”, reconoce. Ella hizo clases en un colegio en Concepción en esos años, “y bueno, ahí había papás de todas las tendencias, pero nunca tuve problema, al revés. No era un conflicto para uno. En cambio, yo sentía que para los apoderados era un conflicto personal porque tenían una muy buena relación conmigo, mucha cercanía, pero, al mismo tiempoSu caso los obligaba a hacerse preguntas. Claro. Angélica trabajó en varios colegios del sector oriente de Santiago, como el Tabancura y el Newland “y entré diciendo quién era, y me trataron muy bien, con mucho respeto. Además, entre medio que hacía mis clases, iba a Buenos Aires y volvía. Fui a Estados Unidos al juicio de Letelier. Entonces, la escucha era muy respetuosa, muy com-prensiva de la cosa humana. Otra cosa es lo que pasaba desde lo político”. Para Cecilia fue más difícil. Ella resintió la pérdida de amigos. “Fue tremendo porque yo tenía amigas, hijas de militares activos. Y cuando pasó esto, las amigas no aparecieron porque no podían.
Tenía amigos oficiales de fiestas, de juntas, y algunos de ellos estuvieron después metidos en el tema atroz”. La primera parte del libro comienza con el día antes de la muerte de sus papás, y esa noche cuando se subieron a un Fiat 125 sin saber que llevaban una bomba bajo la caja de cambio.
Y sigue con el llamado que les cambió la vida“El aparato estaba en el primer piso y Sofía, semidormida y sin conciencia de la hora, pensó que era nuestra madre, que se le había adelantado y llamaba para saludarla por Santa Sofía. Pero era una voz masculina la que escuchó al otro lado. Se trataba de Miguel Frías, yerno de Ramón Huidobro. Una llamada así de indirecta y a esa hora de la madrugada no podía augurar nada bueno. “Te llamo por encargo de Ramón”, dijo Miguel Frías y fue directo al grano. “Pusieron una bomba en el auto de tu papá. Tu papá murió”. “¿Y mi mamá?”, le preguntó Sofía. “También”. ¿Ese fue el capítulo más difícil de escribir?Angélica y Sofía se miran. Sí. Porque eso no lo habíamos escrito. Los demás eran muchos relatos de vivencias, teníamos registros. Yo tenía dice Sofía, por ejemplo, cuando fuimos a Estados Unidos, un cuaderno con hora por hora, todo lo que fuimos haciendo. Entonces, ya de alguna manera estaba objetivado. En cambió en lo primero, no, nunca. Yo creo que eso fue muy difícil, y también cuando llegamos a Argentina y me di cuenta de la realidad agrega Cecilia. Ahí me di cuenta de que realmente era verdad, siempre esperé que no lo fuera. Pero lo primero que vimos cuando llegamos a la policía fue el auto destrozado, y fue muy impactante. Imaginar lo que había pasado. Y no poder verlos. Fue un dolor tremendo. ¿Y descubrieron algo nuevo de ustedes a estas alturas, escribiendo el libro?Lo que me doy cuenta es, primero, la osadía de decidir buscar a esa edad, en esas condiciones y sin.
Sofía, Angélica y Cecilia Prats acaban de lanzar el libro Lo que tarde la justicia, que resume los 36 años en que las tres hermanas lucharon por aclarar el crimen de sus padres en Buenos Aires, a manos de la DINA. ¿Pero qué les pasó por dentro en todo este tiempo? ¿ Cómo lograron tener una vida que reconocen feliz, pese a ir develando una verdad que cada vez fue más dolorosa? El libro fue presentado por el ahora subsecretario de Interior, Luis Cordero, en la Universidad de Chile.
En la foto con él, las tres hermanas y la Angélica y Sofía Prats (falta Cecilia, que vive en La Herradura). “Para nosotros la vida normal fue compartir trabajo y familia con mucha dedicación, y también buscar verdad y justicia. Pudimos armonizar las tres cosas y, ahora, mirando hacia atrás, encuentro que bast