El país de las carpas de Karinna Soto
El país de las carpas de Karinna Soto Cuando llega el invierno, dice Karinna Soto, todo conspira contra quienes no tienen un lugar donde resguardarse.
El frío se vuelve extremo, la lluvia empapa colchones y cartones, la salud se resiente y los albergues no dan abasto. "Se da la tormenta perfecta para que la gente se muera en la calle", advierte.
Soto, ingeniera comercial y directora de "Juntos en la Calle", una red de organizaciones que forma parte de la alianza entre la Corporación 3xi, la CPC y la Comunidad de Organizaciones Solidarias, trabaja desde hace años en una pregunta urgente: cómo terminar con la situación de calle en Chile.
Desde que el Estado implementó el Plan Invierno en 2010, un esfuerzo coordinado para aumentar la oferta de camas y servicios durante los meses más fríos, las muertes por hipotermia en la vía pública han bajado de más de cien al año a cerca de diez. Sin embargo, la reciente decisión del Hogar de Cristo de cerrar siete de sus 30 hospederías y reconvertir otras vuelve a encender las alarmas. "Vemos con mucha preocupación la disminución de camas y de ofertas. Podrían morir más personas este año que en otros inviernos. Esto está comprobado: si tú pones una cama más, esa cama salva vidas", afirma Soto. A esto se suma otro factor que la inquieta: los desalojos. "Pido a las autoridades que no los hagan en días de frío o de lluvia. A veces a quienes viven en la calle se les bota un colchón o un nylon, pero esas personas gestionaron eso durante días. Son cosas que para muchos pueden parecer basura, pero para quienes viven a la intemperie significan protección. Y pueden salvarles la vida". Soto conoce de cerca esas historias. Cofundadora de la Corporación Nuestra Casa, una organización que da acompañamiento psicosocial y acogida a jóvenes que quieren salir de la calle, lleva más de 25 años trabajando en el tema.
Antes de ser una de las voces más expertas del país sobre el sinhogarismo --la situación de vivir en la calle o carecer de un hogar permanente--, trabajó en el Hogar de Cristo, vivió en Haití colaborando con América Solidaria, armó un voluntariado para la Teletón y apoyó la creación de la Fundación Colunga. En la última década, ha liderado programas gubernamentales, el diseño de políticas públicas y la asesoría a organizaciones sociales. En el Ministerio de Desarrollo Social, comandó, entre otros, el Segundo Catastro Nacional de Personas en Situación de Calle y los programas Noche Digna, Código Azul y Vivienda Primero. Además promovió las residencias familiares para migrantes y ayudó a instalar la urgencia del tema en discursos presidenciales. Hoy, desde "Juntos en la Calle", divulga el primer Censo que, en 2024, reconoció a los que viven en la calle en Chile: son 21.750. Su experiencia profesional, sin embargo, no se reduce a cifras o diagnósticos. Karinna conoce la calle, y la vivencia está en El país de las carpas que acaba de lanzar con una editorial española y que busca una chilena para su segunda edición. Allí reúne 19 historias de vida en condiciones de extrema marginalidad, con las que busca abrir la mirada y complejizar sobre este tema. Hoy, dice, en la calle hay más jóvenes, principalmente afectados por el consumo de drogas; también más mujeres y más migrantes que no han logrado integración. La calle hoy es "mucho más violenta" y con "muchas víctimas de homicidios", afirma. Hay cosas que no cambian: Están los que tienen tomado un espacio. También los más frágiles que duermen en el día en salas de espera, a salvo de golpizas y de robos, y se lo pasan caminando de noche para evitar sus peligros. Los que viven en un permanente agotamiento, resultado de una acumulación de crisis en vida. "Estar en la calle es como estar en la cárcel, pero al aire libre", asegura. Para la mayoría la calle ha sido la única opción. "Sus relatos tienen en común una soledad muy profunda, un desarraigo, a veces no buscado ni elegido", agrega. Pero para Karinna: "La pobreza no es una condena. La situación de calle tampoco", dice. "(Muchos), como todos, salen de su propio laberinto. Inventan una manera de vivir de verdad. Una cosa es (padecer) las condiciones de pobreza extrema y otra es vivir en la miseria y desesperanza. No pasa en todos los casos. Hay quienes traen algo, y muchas veces creo que todos quedamos marcados desde muy niños, cuando nos han amado y acompañado. Ese capital emocional no muere con nada". En contraste, están los que han vivido experiencias duras como la de cárcel, el abandono y el maltrato, que, por decisiones o circunstancias, no alcanzan edades avanzadas.
Soto dice que el problema de calle también es un problema de salud física y mental. "Nunca se sabe si las desgracias de la calle son causa o consecuencia". Entre relatos de pérdidas, reencuentros y resiliencias que narra en primera persona en su libro, también sorprende el suyo. Karinna Soto creció en Rancagua y fue criada por sus abuelos maternos, luego de que sus padres biológicos no pudieran hacerse cargo de ella. Ambos abuelos, en sus respectivas juventudes, habían quedado huérfanos.
Pero mientras su abuela encontró cobijo en una casa de monjas donde recibió educación, su abuelo pasó por períodos en los que vivió en la calle. "Lo contaba como alguien que ha vivido muchas cosas, no como una víctima". Con el tiempo, dice Karinna, salió de la calle y fue alguien totalmente social, conectado con otras personas. "Siempre los admiré porque ellos inventaron esta familia sin haber tenido un referente", dice sobre sus abuelos.
El destino, agrega, nunca determinó sus vidas. "Una de las cosas que a mí me (enseñaron) es que lo único que puede determinar tu vida es cuánto esfuerzo pongas para lograr lo que quieres". Ella aún se pregunta por qué sus padres --adolescentes cuando ella y su hermana nacieron-no las criaron. No sabe si fue porque no quisieron o no pudieron, pero no tuvo relación con ellos. "Me dejaron con muchas preguntas.
Pero hay una que rondó todo el rato: ¿ dónde están? Yo no sabía dónde estaban". No se dio cuenta hasta años después de por qué su conexión con la calle era tan fuerte. "Cuando me encontraba con alguien en la calle, muchas veces me pregunté: `¿ será mi papá?' Y empezaba a preguntarme por qué había dejado a sus hijos. Empecé a entender mucho de mí misma, del ser humano.
A sentir una compasión verdadera, a reconciliarme con mi historia, a no juzgar cuando uno no conoce la historia de quienes ve en la calle". Decidió acercarse a personas de la calle a fines de los años 90.
Se había trasladado a Santiago y era estudiante de Ingeniería Comercial en la UC cuando comenzó a visitar, con sus compañeros, la hospedería Sotomayor, en el barrio Yungay que facilitaba camas a personas sin hogar. "Olía a orina, azumagado, alcohol, cigarro. No tenía ventanas, apenas luz titilando. Cien camarotes, lleno de gente". Primero hicieron limpiezas y organizaron obras de teatro.
Pero, con el tiempo, cofundó junto a su compañero Javier Zulueta el proyecto Nuestra Casa, una iniciativa pionera de vivienda colectiva y autogestionada para personas de la calle, financiada con fondos, préstamos, y aportes de los propios residentes. "Nos dijimos: ¿ y si hacemos un negocio? Pero sin fines de lucro, que nos paguen a nosotros, arrendamos una casa, limpia en todo sentido, sin drogas ni alcohol y con acompañamiento", cuenta. "Siempre creímos que las personas se pueden autogestionar.
Hoy, Nuestra Casa es una institución que entrega comunidad", dice sobre el espacio para el que trabaja como voluntaria. "Creo que uno tiene mandatos inconscientes, y puede ser que uno de los míos es cuidar a esas personas que (mis abuelos) pudieron haber sido. Ellos salieron adelante, tuvieron familia, no exentos de problemas.
Cuando hay apoyo, cariño y una comunidad, cuesta menos". Hace una década, cuando Karinna sumaba experiencia en el tema de la calle a nivel más institucional, su camino se vio interrumpido por un accidente que la tuvo dos años sin caminar, en rehabilitación. Dos autos la atropellaron en Plaza Italia. Tras múltiples operaciones para reconstruir la pierna derecha buscó y decidió reencontrarse con sus padres biológicos, movida por las ganas de que su hijo, Santiago, conociera su origen familiar. Cuenta que aunque conversó con su madre, hoy fallecida, nunca se reencontró totalmente con ella. A su padre también se acercó. Fue con la familia que él formó, especialmente con dos medias hermanas, con las que más entabló relación.
En ese mismo período, ganó una beca para formarse en el Institute of Global Homelessness, una organización con sede en Chicago que trabaja en los cinco continentes para poner fin a la situación de calle en el mundo. Su paso la llevó a conocer experiencias exitosas en destinos de Latinoamérica, Asia, Europa y Estados Unidos. Karinna fue reconstruyendo los vacíos de su vida mientras recorría el mundo en silla de ruedas. Con el tiempo y su tenacidad, volvió a caminar y también a liderar. Por estos días, desde "Juntos en la Calle" Karinna promueve viviendas definitivas acompañadas de programas sociales. También colabora con municipios y fundaciones para capacitar equipos, levantar datos y crear redes. Cuando los alcaldes le preguntan qué hacer con las personas de la calle, ella responde con una metáfora. "Les invito a ver esta cuestión como si fuera una piedra en el zapato", dice.
Y desarrolla la imagen: el zapato solo puede tener una posición frente a la piedra, pero las personas pueden reaccionar de distintas formas. "Una es reclamar todo el día: `me duele, quién me puso esta piedra que no es mía'. Pero tener viviendas para la gente de la calle en Chile es sacarse la piedra del zapato. Y decir: `sí, lo queremos solucionar'. Sí, tiene un costo, pero se puede", dice.
La vivienda es el camino, insiste, entendiendo que es desde la seguridad de un techo que puede iniciarse cualquier otro proceso. --¿ Por qué hay personas que salen de la calle y otras que no? --Por muchas razones. Una, porque quieren. En un momento, uno decide salir del problema en el que está. Y ese gatillante no podría decir cuándo es. Lo que puedo decir es que, por lo que he observado, la única manera en que uno, y otros seres humanos, sale de los problemas es acompañado. Hay muchas más probabilidades de que una persona salga de la calle si tiene una comunidad de referencia. Eso quiere decir que, si se equivoca, si miente, si toma, si roba, si no paga, lo vuelven a recibir, porque hay un amor incondicional en ese lugar. Si ha vuelto a una comunidad, lo más parecido a una familia, esa persona tiene infinitas posibilidades de salir de la calle. No hay ningún milagro.
Es la verdadera oportunidad para ir desde donde está hacia donde cada uno quiere ir: recuperar su familia, formar una, estudiar, trabajar, preocuparse de su salud. --En su libro habla de la crudeza de vivir en la calle pero también de la burocracia institucional. ¿Es más difícil cambiar las políticas o la mentalidad de la gente? --Las políticas están hechas por personas. No buscaría un responsable. En general, tenemos dos países: uno donde todo es expedito, online, instantáneo. Comida rápida, salud rápida, educación rápida. Y hay otro país que espera mucho para todo: para tener un papel, para resolver un problema, para un abogado, para operarse de cáncer. Es una muestra gigante de desigualdad. La burocracia no opera para todos igual. Tenemos cosas enquistadas, y un Estado que ha sido modernizado varias veces. Yo no tengo críticas basales al Estado. Funciona muy bien en muchas cosas. Pero para los pobres, en general, funciona más lento. Se considera que las personas más pobres pueden esperar. --Considerando su historia de abandono, ¿qué significa para usted un hogar? --Un hogar es un lugar al que puedes llegar incondicionalmente. Donde hay cobijo, ternura, y también espacio para tu rabia, tu desesperanza, tu enojo. Un lugar donde no tienes que "hacer conducta", como dicen las personas de la calle. Donde no tienes que portarte bien para que te den comida o un techo. El hogar es una comunidad incondicional que te acompaña. Estoy segura de que no es necesario sufrir para tener fortalezas.
Muchas personas de la calle me han dicho "lo que no te mata, te fortalece", pero no: lo que te fortalece es saber que tienes una mamá esperándote con un plato de comida, una pareja que te encuentra en la plaza, unos hijos que están ahí. Lo que te fortalece es el amor, no el dolor. El dolor no debería ser necesario. El abandono tampoco. Una sociedad fuerte es la que sostiene vínculos cercanos, donde puedes caminar sin miedo, pedir agua y recibirla. Nos fortalece la cantidad de amor que somos capaces de sostener entre todos. Tras décadas trabajando con personas de la calle, la ingeniera comercial Karinna Soto es una de las voces más influyentes en el tema en Chile.
La autora del libro El país de las carpas defiende un enfoque que pone la vivienda como punto de partida y no de llegada, habla de la necesidad urgente de construir comunidad en lugar de caridad y comparte su historia personal: fue criada por su abuelo que en algunos períodos vivió en la calle. "Lo contaba como alguien que ha vivido muchas cosas, no como una víctima", relata.
POR MURIEL ALARCÓN El país de las carpas de Karinna Soto Hoy, dice Karinna, en la calle hay más jóvenes, principalmente afectados por el consumo de drogas; también más mujeres y más migrantes que no han logrado integración. "La calle hoy es mucho más violenta", asegura. CRIS T IÁN C A R V ALL O "Vemos con mucha preocupación la disminución de camas y de ofertas (de hospederías). Podrían morir más personas este año que en otros inviernos. Esto está comprobado: si tú pones una cama más, esa cama salva vidas"..