Autor: Rodrigo Ojeda
Columnas de Opinión: La Nobel
Columnas de Opinión: La Nobel Leer a Gabriela Mistral “es una urgencia, un deber en este y en todo tiempo”. La maestra elqu i na es parte del patrimonio intangible, viviente y trascendente de Chile.
A 80 años del premio sueco de 1945, en reconocimiento a sus méritos excepcionales, la galardonada señaló: “soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa”. Una mujer “llena de talentos, extravíos y matices, que estrujó y exigió al idioma español”. En la actualidad, es la primera y única Nobel americana. Nacida entre los cerros tutelares del Valle del Elqui, “hija de la tierra, de mis orígenes y campesina”, en una cuna natural, divina e inspiradora. Su niñez no fue fácil, convivió con heridas en distintas esferas.
La Conmemoración de los 80 años del Nobel de Gabriela Mistral, a cargo del gobierno de turno, nos recuerda ese mal endémico de la cultura local: “el pago de Chile”. La poetisa fue cuestionada en vida por sus pares, en educación y en las letras, junto a otros episodios como, la negativa en su ingreso a la Escuela Normal.
Decidió convertirse en una instructora autodidacta, sin olvidar “la falta de un título para acreditar su vocación de profesora”. Una maestra aldeana preocupada por las urgencias sociales a su alrededor: la educación primaria, lo rural, las mujeres y los trabajadores. Reflejo de su inspiración cristiana y su espíritu franciscano. Si en su momento, no fueron capaces de reconocer y valorarla en su integridad, debemos superar lo controversial porque, es una chilena que se sobrepuso a todo y a todos. Fue “la primera mujer nombrada por la Cancillería”, representante de su “querido y temido” Chile.
Su presencia en el consulado no estuvo exenta de complicaciones, las cuales están expresadas en el libro de la magallánica, Patricia Stambuk, llamado: Mi vida con Gabriela (2025). Los fisgones de lo privado no están a la altura de “la modesta mestiza del Valle del Elqui”. La cultura woke, instalada en el gobierno de turno, se equivoca al juzgar el pasado desde el victimismo. Mistral cargó con su cruz, fue una mujer de su tiempo, con luces y sombras en lo personal, no necesita que el activismo partisano la represente durante las conmemoraciones. Lo que debemos “relevar” en el presente, es su rol de embajadora más allá de lo diplomático y su época. Su obra, literaria y humanista, es trascendente y atemporal. “Gabriela Mistral, fue una persona que cuidó y resguardó su vida personal.
La intimidad de su vida personal, como la de cualquier persona, se debe respetar siempre”. Ese respeto aparece en: “Mi vida con Gabriela”, acercándonos a la “poeta andariega”. El legado mistraliano se funde en lo infinito, en el horizonte y en los colores de los cerros tutelares de ese valle indiano, que la vio nacer y volver. La Mistral fue una madre, profesora, regionalista, diplomática, viajera, poeta universal y mujer de elevada espiritualidad, humildad y austeridad. No necesita estatuas ni ceremonias pomposas. El mejor homenaje es lo simple, como esa solicitud en su regreso a Chile, de pavimentar la ruta entre La Serena y Vicuña. Su alma rural valora lo concreto, por sobre las conceptualizaciones y divagaciones de los políticos.
La poetisa errante nos interpela a través de los cientos de estudiantes que están recibiendo una mala educación, a lo largo y ancho del remo mistraliano, olvidando que, educar a los niños es una “tremenda responsabilidad” en lo material y espiritual. La educación “pública y de calidad” no llegó y quedó en una promesa del errático gobierno vanguardista..