El sentido de la universidad
El sentido de la universidad En momentos en que muchos estudiantes se encuentran en el proceso de decidir qué y dónde estudiar, vale la pena detenerse a pensar en el sentido de la universidad. Ello tiene más importancia en momentos en que sabemos que la revolución de la inteligencia artificial lo está cambiando todo. Un informe reciente del McKinsey Global Institute proyecta que hacia 2030 cerca de 12 millones de trabajadores en Estados Unidos se verán obligados a cambiar de empleo, no por elección, sino por necesidad. De ellos, alrededor de 9 millones podrían tener que buscar empleo en industrias completamente nuevas.
Y si dificultosamente se puede proyectar a cinco años más, que es la fecha en que quienes ahora ingresarán a la universidad estarán saliendo, es imposible siquiera imaginar el 2040 o el 2050, que es cuando estarán en medio de su vida laboral. Frente a esto, la pregunta relevante es qué estudiar para este nuevo mundo. Y la segunda pregunta es cómo hacerlo.
De alguna manera, las profesiones no han sido tan distintas desde hace muchas décadas, y la forma en que se enseñan ha sido muy parecida desde que en la Edad Media se instauraron las primeras universidades. Un maestro transmitiéndoles conocimiento a sus alumnos. Unos alumnos absorbiendo el conocimiento de su profesor. Hacia el futuro, sin embargo, la universidad debiera apelar, en una parte, a sus propias raíces. Y en otra parte debiera cambiar radicalmente. La parte que debiese apelar a la esencia misma de la universidad es aquella que nos evoca la Academia de Platón. Y ello no es otra cosa que escoger a los mejores, hacerlos crecer intelectualmente y posteriormente devolverlos a la Polis para que puedan mejorarla. La vieja aspiración de Platón debiese ser la misma aspiración de todas las buenas universidades. Para recobrar esa esencia se requiere fortalecer vigorosamente la formación general, disminuyendo la formación profesional. Si bien ello ha sido una práctica en las mejores universidades del mundo, ha estado muy lejos de la realidad latinoamericana. La formación no profesionalizante, en humanidades y ciencias, en lo que se llama las "artes liberales", debe cobrar protagonismo en el continente. Enseñar a pensar, a desarrollar plasticidad intelectual, discernimiento ético, visión interdisciplinaria y una aproximación compleja a los problemas es, y será necesario, para cualquier profesional, para cualquier trabajo, en cualquier tiempo. Incluso en aquellos trabajos que no existen actualmente. En paralelo, la formación profesional debiera reducirse, para entregar un conocimiento de las bases propias de cada profesión y una especialización inicial en aquellos ámbitos laborales propios de ello. Se requiere una formación de vanguardia que no intente enseñar todos los conocimientos de la profesión, ya que ello no solo es imposible, sino que --si fuese posible-sería inútil, por la rápida obsolescencia del conocimiento. Se requiere además que ese conocimiento profesional esté mucho más conectado con otras disciplinas, ya que los desafíos laborales no se pueden resolver al amparo de una sola mirada. La mera transmisión de conocimiento, en la era de la inteligencia artificial, pierde valor y debe ser sustituida por competencias adecuadas, que debiesen fomentarse con metodologías muy distintas a las tradicionales.
Tal vez, es momento de recuperar una vieja frase atribuida a Platón (pero tantas veces olvidada en la historia): "La educación no debe llenar un recipiente, debe encender una llama". Una frase que, en la era de la inteligencia artificial, cobra más vigencia que nunca. El sentido de la universidad "... escoger a los mejores, hacerlos crecer intelectualmente y posteriormente devolverlos a la Polis para que puedan mejorarla. La vieja aspiración de Platón debiese ser la misma aspiración de todas las buenas universidades... ". FRANCISCO COVARRUBIAS Rector Universidad Adolfo Ibáñez.