ISABEL BABOUN INVOCANDO A LAS MUJERES DEL PASADO
ISABEL BABOUN INVOCANDO A LAS MUJERES DEL PASADO “Yo parecía una mini señora del sigloXIX. Iba al colegio con el jumper hasta los tobillos, mi mamá me peinaba como ella. No podía ponerme shorts, usar escote o maquillaje Como hija mayor, recayeron en mí todas las leyes y no tenía permiso para muchas cosas”. Cuenta además que su abuelo era mujeriego. Efectivamente, lo de las amantes me lo daban a entender, pero nadie nunca me lo confesó.
Lo que sí me impresionó en esta investigación son las muchas historias de violencia, de hermanos contra sus hermanas, maridos contra sus esposas y lo vi en mi propia madre, porque hay ideas del amor que están construidas desde esta imagen feudal, de “yo nací para dueña de casa” y “el hombre es el que manda”, que si bien existe en nuestra sociedad en general, aquí es casi bíblico, claro que en ninguna parte menciona “golpéala”. Escuché muchas veces a mi mamá decir “hay que soportar”. Pero luego fui testigo de su intento de emancipación, de su pelea por ser independiente y lo logró. Ahora trabaja en spots publicitarios y se está realizando en lo teatral, que antes no pudo hacer, y así muchas cosas que consiguió muy de mayor. Pero yo de chica la vi sufrir mucho por ella y por su madre, por su abuela y su hermana. Todas mujeres que no se realizaron en un aspecto de su vida impedidas por sus maridos y hermanos. Tuve muchas tías que no se casaron como un camino elegido para poder ser independientes. Para las mujeres con las que habló en su investigación debe haber sido difícil contar sus historias, quizá porque sencillamente esas cosas no se hablaban. Fue casi una invocación.
Muchas en mi familia, por ejemplo, fallecieron hace poco, entonces son en parte recuerdos míos, de mi mamá, tías y primas Pero aquí empecé a escuchar de nuevo las historias que me contaban, siempre con el mismo dolor y tristeza. Hay una frase que dice: el paisano tiene la mano pesada. Mi mamá escuchó eso de su mamá y su mamá de la suya y así porque de esa forma se resolvían los conflictos dentro de la familia.
En el libro cuento la historia de mi bisabuela, a quien su marido el abuelo de mi mamá le pegó de tal manera que la tuvieron que internar en la clínica... Cuando regresó, se encontró con que uno de los hijos, que era un bebé, no estaba porque su marido lo había dado en adopción, lo que también habla de la precariedad en la que llegaban muchos migrantes palestinos porque no tenían plata para mantenerlos a todos. Una de las hermanas de mi abuelo no podía salir de la casa si no hacía todas las camas, el aseo y cocinar. Mientras que su mamá estaba haciendo el jardín o planchando, por ejemplo, además de que eran familias con muchos hijos. Tengo una tía que era muy hermosa, tanto que un día le tocaron la puerta unos productores de cine y le preguntaron si quería participar en una película, pero que tendría que irse del país.
A ella le asustó tanto que su nombre se mencionara afuera, que dijeran en su familia y vecinos que se fue a actuar a otro lado, que se encerró, bajó las cortinas y no salió de su casa durante un mes. Un pavor al qué dirán que entre las mujeres de mi familia estuvo muy desarrollado. Y usted también lo debe tener, supongo. El qué dirán es una especie de terror muy secreto que llevas siempre. Durante muchos años en mi casa eso fue ley. Si yo gritaba, mi mamá me decía cállate, no hables tan fuerte que los vecinos van a escuchar y qué van a decir, y cerraba todas las ventanas pero yo más gritaba para revelarme. También estaban las diferenciaciones: “tu hermano puede hacer esto porque es hombre y tú no. Punto”. Pero luego mamá abrió de a poco los ojos y se fue sacando estas imposiciones, como maleza. ¿Qué pasaba con la sexualidad?Yo parecía una mini señora del siglo XIX. Iba al colegio con el jumper hasta los tobillos, mi mamá me peinaba como ella, me levantaba unas chasquillas atroces. No podía ponerme shorts, mostrar las piernas, usar escote o maquillaje Mi papá aplicaba castigos y ejercía el control.
Como hija mayor, recayeron en mí todas las leyes y no tenía permiso para muchas cosas, desde no ver tele en la semana y le ponía candado a la antena y los permisos para salir a fiestas eran muy reducidos porque había que estudiar, lo que se entiende porque él venía de una cultura donde habían surgido con mucho trabajo. Pero era férreo. No había quien lo convenciera. Aunque aclara: En mi casa no había golpes. Gritos sí, del tipo “yo soy el que manda”, “esta es mi casa”, “calla la boca, mierda”. Es terrible porque no te deja margen de nada. Imagínate a las mujeres que llegaron con lo puesto a Chile, en otra cultura, estaban totalmente desamparadas. Aunque eso es parte de la historia de una inmensa número de mujeres en nuestro paísLa violencia y el machismo no son algo estrictamente árabe; en Chile lo vemos siempre. Basta con salir el 8M y te vas a encontrar con que está lleno de mujeres que han experimentado lo mismo. Mi mamá salió a marchar por primera vez luego de la pandemia y las calles estaban llenas de gente de todas las edades y para ella fue muy liberador.
La violencia machista es una historia que cruza etnias y culturas, pero hay algunas que lo tienen más arraigado, como si fuera el amén, como en las culturas árabes. ¿Por eso decidió irse a estudiar fuera de Chile a los 22 años, para escapar?Siempre quise hacer una vida afuera, saber qué pasa con la construcción de tu identidad estando lejos, desde el colegio fantaseaba con eso. Además que tenía toda esta historia familiar de mis abuelos que habían migrado de Palestina y sabía que había una historia fuerte. Por supuesto que también deseaba ser libre. Me fui con el pelo largo hasta los codos, sin ningún tatuaje, muy perna, y allá me corté el pelo, conocí lo que era vivir sola. La oportunidad para protagonizar su propia huída se dio cuando Isabel terminaba Teatro en la Universidad Católica. “Todo se dio todo muy sincronizado; un día mi profe del taller de poesía llegó con el anuncio del magíster de Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York y me dijo: debieras postular. Yo había ganado un premio de cuentos del campus, me gustaba escribir. Postulé mientras terminaba la tesis de grado y me gané la beca. Luego, cuando terminé mis estudios allá, la única forma de quedarme era postulando a otra beca y pude hacer mi doctorado en Literatura en la Universidad en California, así que me cambié de costa. Ahí viví cinco años y entremedio estuve en Francia y Cuba. Pero cuando venía a Chile me quedaba donde mis papás y era rarísimo. Él seguía diciendo: ¡ esta es micasa, aquí se hace lo que yo digo! Pero su autoridad ya no tenía peso y él trataba de sostenerla como podía.
Cuando después de diez años volví a mi país, no me quedó otra que vivir en la casa con ellos... Fue fuertísimo, pero como el contraste era mucho mayor, eso me llevó a tomar conciencia de lo que había pasado en mi historia familiar, de lo que había vivido mi mamá y de lo que mi papá había generado en nosotras. POR LENKA CARVALLO GIADROSIC. FOTO SERGIO ALFONSO LÓPEZCuando Isabel Baboun Garib (40) era peque-ña, no entendía por qué veía triste a su mamá, sobre todo cuando se refería a su propia madre. “Siempre percibí un gran dolor”, cuenta la escritora y actriz, autora del libro Ummi, la historia de la migración palestina, recién publicado bajo el sello Tusquets.
De sangre árabe por ambas ramas familiares, fue tras experimentar su propia migración a Estados Unidos donde partió a los 22 años para un magíster en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York seguido por un doctorado en Literatura en la Universidad de California, recalando en Francia y Cuba cuando transcurrida una década regresó a Chile con la idea de hacer un libro que le permitiera entender la historia de sus orígenes y el de su propio pueblo.
“Llevo años estudiando el tema, me he dedicado a esto durante dos décadas y lo que puedo decir es que es un relato fragmentado, roto (... ). Palestina ha sido borrada y con eso los relatos. La ruptura del relato que es también su territorio. Por eso nunca se unifica toda.
La historia de los últimos setenta y cinco años es esa”, escribe en Ummi, que significa “mi madre” y también “el origen”. Así fue hilvanando distintos relatos, tanto propios como históricos, hasta tejer un solo gran paño, siguiendo a su manera la tradición textil con la que salieron adelante sus abuelos maternos. “Mi mamá siempre se emocionaba cuando nos contaba que mi abuelo llegó a Chile con sus padres y hermanos sin zapatos, en barco. Acá los recibieron con una gran resistencia, tanto los chilenos como algunos palestinos. Pero también hubo otros que los ayudaron y así lograron armarse desde cero. A él le pasaron un telar y junto con uno de sus hermanos partieron haciendo calcetines, con el sueño de tener una fábrica propia, lo que lograron con mucho esfuerzo. Por el lado del papá, mis abuelos tuvieron emprendimientos en el área de los negocios, que en general era una de las ocupaciones propias de los migrantes palestinos, libaneses y sirios. Para mí fue un descubrimiento, porque no sabía que mis abuelos llegaron primero a Haití, donde nació uno de mis tíos. Ahí entendí por qué mi abuela mezclaba el árabe con el creole. Luego partieron a Colombia y, finalmente, arribaron a Chile, donde nació mi papá.
Él es una persona de pocas palabras ysiempre dio por entendido que conocíamos todas estas historias, pero de muchas no teníamos idea”. Era como una especie de nebulosa que incluso algunos miembros de su familia evitaban hablar, por lo que cuenta en su libroEfectivamente, era tanta información desperdigada y tantas personas que ya no estaban en mi familia que tirar de esos hilos era difícil. Leí mucho sobre migración latinoamericana y europea, para armar el relato. Y me di cuenta de que se daba por sentado que tu familia sabe todo y no es así. Esa fue una dificultad porque no era un camino fluido, todo estaba fragmentado. Para algunos era incómodo y me pedían apagar la grabadora o cambiarles los nombres.
Tampoco quise poner fotos en el libro porque la idea precisamente no era hacer un retrato de los Baboun Garib sino relatar la historia de la migración palestina a Chile, al tiempo que indagaba en mi familia que ha estado en Chile desde 1898 en Patronato. En su investigación se enfoca en las mujeres palestinas y hay aspectos culturales que estaban normalizados y que resultan fuertes.
Por ejemplo, su abuelo se casó con su abuela que era 16 años menor y no la dejaba salir de la casa. ¿Qué le pasó con eso?“Hay una frase que dice: el paisano tiene la mano pesada.
Mi mamá escuchó eso de su mamá y su mamá de la suya y así porque de esa forma se resolvían los conflictos dentro de la familia”. Una de las cosas que me llamó la atención era el machismo. Yo veía a mi abuela sufrir desde muy niña y a mi abuelo no hacerle nada en términos de golpes, pero sí estaba muy oprimida.
También recordaba ver a mi mamá llorar por mi abuela por situaciones de machismo, a pesar de que ella siempre decía que su papá era “un ángel”. Preguntando a distintas familias y leyendo muchas cosas, vi que para los hombres las niñas de sus ojos son las hijas; esperar a una niñita es una bendición y por eso hay un celo tan inmenso en defenderla, protegerla, esconderla, reservarla. En su libro Ummi, la escritora y actriz investigó sobre la migración palestina en Chile desentrañando a través de su propia historia familiar una cultura muy opresora hacia las mujeres. “Me encontré con violencia de hermanos contra sus hermanas, de maridos contra sus esposas. Yo veía a mi abuela sufrir y a mi mamá decir ‘hay que soportar’”.