Sin centro no hay gobierno
Sin centro no hay gobierno Rafael Pastor Besoain Decano Facultad de Derecho y Humanidades Universidad Central E n esta campaña presidencial se ha discutido, con razón, sobre diversos problemas públicos, como la inseguridad, la falta de crecimiento económico, el desempleo o las listas de espera en salud, entre otros.
Sin embargo, aunque estos problemas son urgentes, casi ninguna candidatura ha puesto el foco en un aspecto decisivo para que las soluciones realmente se traduzcan en resultados: la existencia de un centro de gobierno (CDG) sólido y efectivo. De hecho, el CDG no es un ministerio más ni una oficina burocrática; al contrario, es el corazón del gobierno y de su programa. Allí se concentran las decisiones que permiten ordenar prioridades, coordinar ministerios y realizar un seguimiento riguroso de los compromisos asumidos. La experiencia internacional es aleccionadora. Michael Barber, quien lideró la Delivery Unit del primer ministro británico Tony Blair, acuñó el concepto de deliverology para describir el arte y la ciencia de transformar metas políticas en logros concretos. Demostró que, sin estructuras de coordinación, capacidad para resolver bloqueos, y sistemas de monitoreo continuo, cualquier programa corre el riesgo de quedarse en buenas intenciones. En Chile, esta lección no es ajena. Los últimos gobiernos, de distinto signo, han enfrentado serias dificultades para articular sus gabinetes, ordenar sus coaliciones y cumplir sus compromisos prioritarios. Por ello, la urgencia es evidente. Un CDG de excelencia requiere, en primer lugar, una estrategia de gobierno clara, para que las urgencias del día no devoren las prioridades presidenciales. En segundo lugar, músculo político, para coordinar a los ministerios y resolver conflictos internos. Y, finalmente, herramientas de gestión de cumplimiento y evaluación, que permitan corregir rumbos y rendir cuentas con transparencia. En consecuencia, nunca ha sido más imperioso contar con un CDG fuerte, profesional y con autoridad real. Ello hace más viable que los objetivos presidenciales se conviertan en acciones concretas y en resultados palpables. A su vez, la intersectorialidad podría pasar a ser una práctica efectiva y no un obstáculo. El futuro del nuevo gobierno de Chile se juega en una realidad muy compleja: la capacidad de instalar en un tiempo muy breve un CDG con músculo y visión, para traducir prioridades en logros verificables. Ese es, también, el punto de inflexión para recuperar la confianza ciudadana en la política y en la gestión pública. Sin centro no hay gobierno. - -