Autor: César Cifuentes
El declive del patriotismo y el desinterés de las nuevas generaciones
El declive del patriotismo y el desinterés de las nuevas generaciones Cuando Manuel Rodríguez gritó “¡ Aún tenemos patria, ciudadanos! ” en 1818, esas palabras no solo eran un llamado a la esperanza tras Cancha Rayada, sino una invocación a un concepto profundo: la patria, un lugar donde se forjan valores, creencias y costumbres que nos unencomo comunidad. Sin embargo, al conmemorar un nuevo 18 de septiembre, pareciera que esa noción de patria se ha ido diluyendo, especialmente entre las nuevas generaciones, que sienten una desconexión con la idea de nación.
Hoy, el patriotismo parece haber perdido su relevancia, transformándose en un concepto que se invoca dos veces al año: en septiembre y durante los partidos de fútbol. ¿Qué ha llevado a este declive? El problema, en gran medida, radica en la erosión de la confianza en nuestras instituciones, la clase política y las tradiciones que deberían ser símbolo de unidad, pero que a menudo parecen anacrónicas o vacías. ¿Cómo esperar que los jóvenes se sientan parte de una patria si los ejemplos que ven a diario son de corrupción, ineficiencia y una clase dirigente más preocupada por sus propios intereses que por el bien común? La sociedad chilena se ha fragmentado. Los valores colectivos que en su momento inspiraron a toda una nación a luchar por su libertad parecen haber sido reemplazados por el individualismo y la indiferencia. Y esto es aún más evidente en los jóvenes, quienes crecieron en un contexto donde las promesas de desarrollo económico, bienestar social y progreso se han visto incumplidas. Ven una política desconectada, con debates estériles y gobernantes que, en muchos casos, han traicionado esos ideales que deberían promover.
La falta de patriotismo en las nuevas generaciones no es accidental; es el resultado de un contexto social, económico y político en el que los jóvenes no ven motivos para creer en un proyecto de país que se les ha prometido, pero que no se materializa. En lugar de propuestas que apelen a un futuro compartido, lo que reciben son discursos vacíos y simbologías que no logran conectar con sus aspiraciones reales.
Y cuando el presidente, quien años atrás en una entrevista cantaba con desprecio sobre símbolos patrios, hoy encabeza ceremonias como la Parada Militar, se refuerza la percepción de que el patriotismo es un acto de hipocresía. La globalización también juega un papel en esta crisis de identidad. En un mundo hiperconectado, donde las fronteras se han vuelto más difusas y las culturas se entremezclan, el concepto de patria parece obsoleto para muchos jóvenes.
Lo local ha perdido protagonismo frente a una identidadglobal, donde los problemas, los intereses y las influencias son compartidos. ¿Por qué luchar por una patria cuando el mundo parece ofrecer más oportunidades y una mayor promesa de futuro? Sin embargo, este escenario no significa que el patriotismo esté condenado a desaparecer. Si bien las nuevas generaciones pueden no encontrar sentido en las viejas formas de celebración patriótica, eso no quiere decir que no anhelen un sentido de pertenencia. Lo que falta es un relato común, una narrativa que conecte con sus realidades y aspiraciones.
No basta con apelar a la historia, a los héroes del pasado o a los símbolos tradicionales; lo que se necesita es construir un proyecto de país que se sienta vivo, en el que todos, especialmente los jóvenes, tengan un rol protagónico. En esta crisis de identidad nacional, es fundamental replantear el concepto de patriotismo. Más que una referencia nostálgica al pasado, debe ser una apuesta por el futuro, donde se reconozcan los problemas actuales desigualdad, corrupción, falta de oportunidades y se ofrezca un camino para superarlos. Debemos entender que el patriotismo no es solo una cuestión de amor por la tierra, sino un compromiso activo con el bienestar de la comunidad.
Es hora de que construyamos una patria que inspire, que invite a soñar con un país más justo, inclusivo y próspero. ¿Cómo lograrlo? Primero, debemos exigir una clase política que esté a la altura de las circunstancias, que deje de lado los intereses partidistas y personales para enfocarse en un proyecto de país. El patriotismo debe comenzar desde las instituciones, con líderes que no solo utilicen la palabra patria como retórica vacía, sino que la vivan en sus acciones y decisiones. Segundo, necesitamos fomentar un sentido de pertenencia desde lo local, desde las comunidades, porque la patria no se construye en abstracto, sino en el día a día de nuestras relaciones, nuestras decisiones y nuestras interacciones. Es en las comunas, en los barrios, donde se teje el verdadero tejido social de un país. Finalmente, debemos ofrecer a los jóvenes algo más que ceremonias vacías o discursos pomposos. Hay que invitarlos a ser parte del cambio, a liderar las transformaciones que Chile necesita. Porque, al final del día, si queremos que el patriotismo vuelva a tener relevancia, debe ser un patriotismo que construya, que inspire y que movilice. Solo así podremos, una vez más, decir con orgullo: “¡ Aún tenemos patria, ciudadanos!”..