Autor: RAÚL CAAMAñO MATAMALA, PROFESOR UNIvERSIDAD CATóLICA DE TEMUCO
Columnas de Opinión: ¡Conectados, pero no comunicados!
Columnas de Opinión: ¡ Conectados, pero no comunicados! ¡Qué intríngulis! Las personas, en tanto seres sociales, seres humanos que vivimos en comunidad, en familia, requerimos interactuar, comunicar, comunicarnos. ¿Motivos, razones? Mil y una. Comunicar nuestras experiencias, nuestros sentimientos, nuestras alegrías, nuestros dolores, lo que hemos aprendido, nuestras necesidades, nuestras interrogantes. Y así lo hacemos, lo hemos hecho, con habitualidad, per saecula saeculorum.
Hoy, lo hacemos, pero menos. ¿Por qué menos? Porque, aunque tenemos más oportunidades de informarnos, de saber lo que sucede en nuestro entorno próximo y lejano, nos informamos mucho menos de nuestro entorno humano cercano, el familiar, el social. Sabemos menos de la cotidianidad de nuestro entorno, de los nuestros, de quienes o con quienes compartimos el vivir periódicamente. Sin embargo, sabemos un poco más de lo ordinario, de la información del día a día, desde las redes sociales, desde las aplicaciones que ocupamos digitalmente en nuestros teléfonos inteligentes, o notebooks. Y, a veces, aunque no queramos, asoman, como flyers, mensajes y más mensajes no solo de ofertas comerciales, sino titulares noticiosos abreviados que algún “administrador” no conocido cree que es de nuestro interés.
Desde un buen tiempo a esta parte, la inteligencia artificial campea en nuestro vivir diario de mil y una formas, sabe cuáles son nuestras rutas diarias, las anticipa, no bien hemos encendido el motor de nuestro vehículo, ya nos anuncia que estamos, qué sé yo, a diez o a veintiún minutos de nuestro “hipotético” destino (¡ cómo sabe!). Y muchas veces está en lo cierto. Y al regresar, igual. ¡Somos predecibles! Y este es un solo ejemplo. Ustedes pueden añadir otros. También saben de nuestros gustos musicales, de películas que podrían agradarnos, y más, mucho más.
Nuevas evidencias de que estamos conectados, que somos predecibles, y que “alguien”, “algunos” saben más de nosotros, pero no los conocemos, no sabemos sus nombres. ¡Somos algorítmicamente conocidos! No obstante, estos medios tecnológicos que nos auxilian nos acompañan, no son muy contributivos en la restauración de la comunicación afectiva, la comunicación cordial (esa, de corazón a corazón). ¡Conectados, pero no comunicados! Hace un tiempo, le solicité a un grupo de exalumnos que nos comunicáramos epistolarmente (¿ qué es eso?), que nos comunicáramos por correspondencia postal (¿ qué es eso?), que tomáramos una hoja de papel y escribiéramos a mano alzada, un mensaje, una puesta al día entre unos y otros. Teníamos que compartir nuestras direcciones postales, nuestro domicilio (ya no, nuestros correos electrónicos ni nuestros números telefónicos de contacto). Les confieso algo, no prendió mucho. Recibí una postal, de Nélida, desde el Reino Unido. Fue un buen intento. Habría que intentarlo nuevamente. ¡Conectados, pero no comunicados! Con el diagnóstico esbozado, comencemos. Otro experimento, quizás otra experiencia. Dejen, dejemos a un lado el teléfono inteligente, por un rato, o volquémoslo, y conversemos. Sigamos. Apaguemos el televisor, y conversemos. Hay que tomar la iniciativa. Y quizás, no comenzar la conversación con la clásica pregunta ¿ cómo te fue? Esa hay que silenciarla o revertirla y cambiarla por un ¿ cómo estás? sutil, natural. Y dejar que todo fluya. Tenemos tarea, sin duda, tenemos tarea..