Las lecciones del desplome de Al Assad: Rusia no siempre luchará hasta el final y Ucrania puede caer si le faltan apoyos
Las lecciones del desplome de Al Assad: Rusia no siempre luchará hasta el final y Ucrania puede caer si le faltan apoyos COMBATIENTES de la oposición a Al Assad celebran la caída del régimen, el 8 de diciembre, en Damasco. THE ASSOCIATED PRESS C on la caída de Bashar al Assad se desploma el mito de que Moscú nunca abandona una batalla: se marchó de Afganistán y se fue de Siria. También es un toque de atención a Ucrania: las guerras se pierden si disminuyen los recursos con los que empezaron a librarse.
El factor humano puede hacer que la reducción de uno de los elementos (el apoyo ruso a Damasco o el apoyo occidental a Kiev) mueva al resto de los factores a desempeñarse mucho peor en el campo de batalla. No solo se trata de escasez de munición, armas o tropas aliadas, sino de una debacle de la voluntad de luchar.
Además, ahora Putin puede mostrarse menos inclinado a ser flexible con Ucrania: "La guerra en ese país le costó Siria, lo que refuerza su falta de voluntad para llegar a acuerdos", apunta Tatiana Stanovaya, directora de la firma de análisis R. Politik. Lo que no vieron los agentes de inteligencia Las primaveras árabes se presentaron en Rusia como una continuación del Maidán de Kiev: un reguero de revoluciones supuestamente impulsadas por EE.UU. cuya última estación era Moscú. Al impedir un cambio en Siria, el Kremlin se decía a sí mismo y al mundo que los derrocamientos de regímenes longevos no eran inevitables. La caída del líder sirio hace 10 años hubiese supuesto para Rusia la pérdida de un aliado importante. Hoy implica además un severo costo reputacional para Moscú, que no ha sido mero testigo, sino que ha formado parte --armas en mano-del bando derrotado.
Rusia es un país gobernado por los servicios de inteligencia, que cada vez parecen peor informados: pronosticaron que la toma de Kiev sería un paseo, no vieron venir el motín de Wagner ni la ocupación ucraniana de Kursk, y fue tal la sorpresa por la debacle siria que Moscú pasó días pensando qué decir.
Hasta entonces, la opinión reinante en Rusia era que el regreso de Al Assad a la Liga Árabe en mayo de 2023 marcaba el fin de las principales amenazas a su régimen. "Como los grupos de oposición sirios quedaban aislados de sus socios árabes, el Kremlin confiaba en que las fuerzas revictoria psicológica contra la inevitabilidad de las olas de cambio que de cuando en cuando sacuden las orillas de los imperios. Más allá del pasado, Al Assad encarnaba la resiliencia que Viktor Yanukovich no lució en Kiev en 2014. Por eso, Putin no intervino en Siria hasta 2015: su desembarco fue en parte un desquite por Maidán. Esta derrota rusa en diferido es un aviso para otros dictadores que, una vez que acumulan el poder absoluto, quieren tener todo el tiempo del mundo. Para Putin, la muerte del líder libio Muamar Gadafi y la caída de Yanukovich fueron la prueba de que no se podía confiar en Occidente. La preservación de Al Assad era una muestra de que se podía confiar en Rusia. No se pueden borrar enemigos La intervención rusa en Siria fue el primer desafío importante de Putin al dominio de Occidente fuera del antiguo espacio soviético. Mientras Moscú desplegó aviones con tecnología de punta, Irán puso a combatientes sobre el terreno. En el último año, las guerras con Ucrania e Israel desgastaron a ambos. Hacia dentro, el Kremlin vendió la intervención como una guerra necesaria para mantener el terrorismo lejos de Moscú. Hacia fuera, logró romper el aislamiento internacional impuesto por la anexión ilegal de Crimea: de pronto su papel era necesario en uno de los mayores avisperos geopolíticos del mundo. Ante un Occidente que trataba de aislarlo, Putin tendió la mano para luchar contra un enemigo común: el terrorismo. El éxito fue parcial, porque Occidente no levantó sus sanciones, pero mantuvo canales abiertos con Rusia en todo lo referido al campo de batalla sirio. Moscú siempre se ha visto en inferioridad de condiciones a la hora de irradiar poder blando o exportar tecnología, pero en la segunda década del siglo descubrió algo que podía exportar: seguridad, fuerza, coerción, mercenarios. Un bien preciado para regímenes impopulares con enemigos bien armados. El auxilio de Al Assad fue una buena campaña de promoción en África. Y las bases rusas en Siria resultaron claves para llevar a los mercenarios de Wagner desde Rusia al continente africano. La marca de Rusia como guardia de seguridad en África quedó ahora dañada. El derrocamiento de Al Assad ejemplifica cómo Rusia --así como EE.UU. -puede combatir por un régimen, pero no reconstruirlo. Ni mucho menos borrar a sus enemigos. por sus detractores. Pero ambos líderes históricos ocuparon territorios lejanos a sus fronteras históricas. En cambio, Putin, en su faceta de invasor, ha mostrado una obsesión con las conquistas del pasado: en su propósito imperial hay más melancolía que hambre de nuevas tierras. Putin es un conquistador tan obsesionado con lo que su país ha perdido que los éxitos más allá de sus viejas fronteras son secundarios.
Para él, coartar el camino europeo de Georgia y Ucrania fue una manera de lograr que el fin de la Unión Soviética no sucediese del todo: no se trata de repetir el imperio ruso o la URSS, sino de impedir sus alternativas.
Apuntalar a su hombre en Damasco fue una Putin de cara a una guerra amplia en Ucrania, convencido de que EE.UU. era un país cansado de guerras y sin pulso para mantener su vigor lejos de casa. Que ahora sea Moscú el que se marcha del escenario por no poder sostener su apuesta en Siria, reorienta las dudas hacia su gran guerra actual: la reconquista de Ucrania. La melancolía en los objetivos de Putin La pérdida de Damasco es un ejemplo de lo importante que es el factor psicológico en un régimen personalista posmoderno como el de Putin.
El líder ruso ha sido pintado como una especie de Napoleón ortodoxo por sus admiradores extranjeros o un Hitler ruso testigo de lo esquiva que le era a EE.UU. la victoria definitiva en Afganistán e Irak, Putin consiguió demostrar durante un tiempo que podía ganar donde Washington se había revelado incapaz: Medio Oriente.
Pero la aventura de Rusia en Siria resultó muy similar a la de EE.UU. en Afganistán: éxito militar bastante rápido, consolidación del régimen con persistencia de amenaza rebelde y, años después, colapso abrupto desbordando las previsiones más pesimistas. La equivalencia entre la retirada norteamericana de Afganistán y el repliegue ruso en Siria es elocuente para el régimen ruso.
Fue precisamente el abandono de Kabul decidido por Joe Biden en 2021 lo que terminó de animar a beldes no tendrían capacidad suficiente para lanzar una ofensiva a gran escala contra Al Assad", señala Samuel Ramani, autor de "Russia in Africa" y "Putin's War on Ukraine". Ganar donde Estados Unidos no podía En medio de la incertidumbre ucraniana, la pérdida de Damasco cierra una época.
Siria fue desde 2015 la guerra triunfal de Putin: machacó desde el aire a un enemigo inferior, vendió sus victorias como una derrota del terrorismo y enseñó al mundo el armamento puntero ruso, que por fin pudo brillar tras su guerra encubierta en el Donbás en 2014.
Después de que el mundo fuese El Kremlin fue durante años el aliado clave de Damasco Las lecciones del desplome de Al Assad: Rusia no siempre luchará hasta el final y Ucrania puede caer si le faltan apoyos XAVIER COLÁS EL MUNDO Moscú pierde en diferido el pulso que libró en Siria contra las primaveras árabes..