IA y autonomía
Señor Director: “Diseñar prompts para que una IA nos diga qué pensar y cómo expresarnos”. La advertencia de la carta de la decana Strasser, el viernes de la semana pasada, nos obliga a mirar más allá de la eficiencia tecnológica y preguntarnos también qué ocurre con nuestra propia capacidad de pensar. Como señala la teórica N. Katherine Hayles, nuestras formas de razonamiento coevolucionan con las herramientas que usamos, en un proceso que ella llama tecnogénesis: el ser humano crea la herramienta y la herramienta, a su vez, modifica a su creador. Si delegamos la lectura y la escritura profundas, no solo perdemos destrezas lingúísticas; alteramos la manera misma en que construimos el significado. Esto reduce nuestra caja de herramientas mentales y, con ello, nuestra capacidad de actuar con libertad. El dilema, por tanto, no es si la inteligencia artificial es útil, sino si podemos ejercer nuestro juicio con autonomía en un mundo que privilegia las respuestas inmediatas. Esta no es una preocupación abstracta; sus consecuencias son visibles.
Si en Chile solo el 22% de los estudiantes de segundo medio alcanza un nivel de comprensión lectora satisfactorio, significa que el 78% restante es, en efecto, menos libre, menos autónomo y posee menor agencia para navegar las complejidades del mundo. Mantener las habilidades humanas esenciales —como el pensamiento crítico, la comunicación efectiva y, más básicamente, lectura y la escritura— como prácticas centrales es, quizá, el último resguardo para que el pensamiento siga ocurriendodentrode nosotros. Por lo mismo me atrevo a plantear una paradoja necesaria para nuestro tiempo: mientras más usemos la tecnología para aumentar nuestra eficiencia, más deliberadamente tendremos que desconectarnos para cultivar nuestra inteligencia. Para ser más sabios, y no solo más productivos, debemos aprender a usarla menos. Matías Aránguiz V. Profesor Derecho UC