Invisible
Invisible _j JI Invisib\ Por_ Tomás Vio Alliende Ilustración_ Isabel Hojas Siempre Siempre he querido ser invisible, trasparente. Cuando chico, me escondía en los arbustos para que nadie pudiera encontrarme hasta que el Mago Saruman me atrapó en el sitio eriazo donde vivíamos con mi mamá y mis hermanos, cerca de Santiago. De inmediato me domesticó para usarme como conejo en sus trucos y actos de magia. Para aparecer y desaparecer. desaparecer. Aprendí a hablar y a fumar viéndolo a él. No me arrepiento. Pero llegó un momento que con mis amigos: una tórtola, una paloma y un cuy, nos aburrimos de los maltratos de Saruman y nos rebelamos. Lo hicimos fracasar en una de sus presentaciones y pedimos nuestra libertad, la que finalmente alcanzamos. Señor juez, como usted ya lo sabe, soy un conejo domesticado, domesticado, me llamo Harry y estoy aquí para dar mi testimonio por la muerte de Boris, mi último dueño. Todo empezó cuando, con los amigos que le mencioné antes, abandonamos al Mago. Primero estábamos todos unidos caminando por las calles, pero después nos separamos. Las avenidas son anchas, andábamos muertos de hambre y teníamos que sobrevivir. Me alejé del grupo. De pronto vi unas manos encima de mi lomo. “Te tengo”, dijo el hombre. Traté de zafarme, pero fue imposible. De inmediato me llevó a su departamento, y ahí me di cuenta de que era fotógrafo y se llamaba Boris. Lo supe porque su conserje lo saludó amablemente cuando entró. Buenas noches, don Boris, veo que trae un conejito en brazos. Cuidado con que se le escape, parece que está un poco inquieto. “Así es, voy a ver si con él me va mejor en la plaza que con el caballito. A los niños de ahora ya no les llama la atención tomarse fotos arriba de un juguete. Voy a cambiar mi estrategia con este conejito. Espero que me vaya bien”, le contestó el fotógrafo. Un día de verano empezó mi relación con Boris. Un hombre amable, muy solo y tranquilo, que trabajaba tomando fotos en la Plaza de Armas. Su departamento era amplio y limpio, le gustaban las plantas. Me compró una jaula verde inmensa donde me quedaba ocasionalmente. Tenía permiso para andar dando vueltas por todo el departamento. Después de las malas condiciones condiciones de vida que tuve con el mago, viviendo en espacios estrechos y con mala comida, quedarme con Boris era un paraíso. Me hacía cariño en la cabeza y el lomo. Tenía buena llegada con la gente y los niños. De inmediato le empezó a ir bien conmigo en la plaza, tomaba fotos con su Polaroid, las que vendía rápidamente a los padres de los niños. Me vestía con gorros y trajes de moda. Me acariciaban y levantaban con los dos brazos, me abrazaban. A veces veces me cansaba de tanto sobajeo; lo bueno era saber que después. Invisible 4j tendría mi merecido descanso en el departamento de Boris, un espacio agradable con abundante comida, especialmente lechugas, zanahorias y agua. Puedo decirle señor juez, que con Boris aprendí a ser feliz.
En varias oportunidades vi a Saruman en la plaza; parece que una vez me reconoció porque se acercó a Boris y le dijo algo al oído que no alcancé a escuchar, pensé que me quería llevar con él. Pero se fue. Me dio miedo y me escondí debajo de los disfraces. Menos mal que nunca más apareció por ahí. Otra vez, soñé que estaba en un bosque oscuro con mis amigos: la tórtola, la paloma y el cuy, llegaba Saruman y nos atrapaba. Desperté muy asustado, pero me tranquilizó ver la cara de Boris, mi gran amigo, mi cable a tierra en un mundo demasiado grande y ancho para mí. El nunca supo que yo hablaba o fumaba. No quise decirle. Imagínese Imagínese que después se le ocurría llevarme a la tele. Preferí callar. También dejé de fumar porque me ahogaba, y como Boris no era adicto al cigarro, no tenía un acceso fácil a las cajetillas. Ahora le hablo a usted porque necesito defenderme, contarle mi verdad. Lamentablemente, en la vida nada es para siempre y los problemas problemas empezaron una tarde que volvíamos del trabajo. Mi amo andaba andaba apurado y me llevaba en brazos, cruzó la calle y una micro lo hizo caer al suelo y golpearse la cabeza con el borde de la vereda. Yo me podría haber escapado, pero no lo hice porque de verdad sentía cariño por él. Una señora lo ayudó y me tomó en brazos. Fuimos a la posta, después a la comisaría, a constatar lesiones. \\,A. IMALES SAGRADOS_ Boris cambió mucho después del golpe, empezó a hablar incoherencias, incoherencias, a decir que las fotos lo perseguían, lo elegían. El pensaba que una voz divina le indicaba que disparara el obturador para que aparecieran las imágenes. Además, tenía varias cámaras réfiex automáticas. Decía que estaban llenas de recuerdos. Nunca entendí entendí mucho. Lo cierto es que dejó de ir a trabajar. Los vecinos del edificio, siempre muy atentos, empezaron a dejarnos comida y a cuidarnos. Boris alucinaba y hablaba solo. O me hablaba a mí: “Querido Harry, tenemos un tesoro dentro de las cámaras de fotos”. Un día, Boris amaneció más raro que de costumbre, lo noté lento, con problemas para desplazarse. Me tomó en brazos y susurró en una de mis grandes orejas: “Harry, eres lo más grande que he tenido”. Después se desplomó. Cayó sobre la alfombra. Me asusté y me sentí invisible. Ya no era yo y Boris tampoco era él. Los dos éramos un par de desaparecidos, dos seres inexistentes. Lloré mucho al verlo inerte, al ver que ya no era nada más que un cuerpo tirado en el piso. Después de un día de alimentarme de las plantas del living y de tomar el agua que había quedado regada en la cocina por un descuido de Boris, sentí que tocaban la puerta de entrada. Acongojado Acongojado como estaba, no me atreví a abrir, tampoco sabía cómo hacerlo. Arrugué la nariz y me di media vuelta. Una hora más tarde, aparecieron los carabineros que rompieron la cerradura de una patada. Vieron al fotógrafo en el suelo y le tomaron sus signos vitales. Estaba muerto. Yo los espiaba. Registraron por todos lados hasta que me encontraron y no vieron ninguna evidencia clara de que terceros hubieran actuado. Uno de los policías, el más joven, me piló cerca de un ficus y me metió dentro de la jaula que me tenía Boris. “Dejémoslo como evidencia”, dijo uno de los agentes. “Posiblemente después se lo pueda llevar a mi hija como mascota”. Ante tanto ninguneo, alcé la voz y les dije que yo no era el juguete de nadie. Se miraron sorprendidos al ver un conejo parlante: “quiero dar mi testimonio, me quiero defender. El hombre era mi amigo”, les dije. Los policías se quedaron mudos. Después abrieron las cámaras de fotos automáticas y se encontraron con una gran sorpresa: miles de fotos salían y salían de ellas, era un espectáculo increíble. Paisajes celestiales, personas, animales. Boris tenía razón, razón, las imágenes lo elegían a él. Fue un instante maravilloso que duró segundos. Un espectáculo impresionante, jamás pensé que iba a suceder algo parecido. “Eso fue lo que pasó. Tengo mucha pena, señor juez. Necesito que me ayude a encontrar un hogar. Soy un conejo doméstico, no estoy capacitado para vivir en libertad”. Le creo, Harry. Esto es lo más insólito que me ha pasado en mi carrera. Lo voy a derivar a una asistente social para que lo ayude a encontrar al menos algo provisorio. “Gracias señor juez. Ahora que todos saben que hablo, no quiero convertirme en una atracción de feria. Siento un gran dolor por la muerte de mi amigo. Debe estar en el cielo.
Posiblemente ahora, de verdad sea invisible”. 1 Tomás Vio Alliende: Autor de los libros «Apocalipsis y otros relatos breves», «Reseñas culturales» y «Animales Sagrados». Este último, por el atractivo intrinseco que manifiestan estos seres vivos, y porque para este escrito todos los animales tienen algo de sagrado en sus estructuras físicas yen su comportamiento. Se desempeña dsd 2fl1 2 «u la Aoenr. i flhilpn nara l uidad y CaIidd AImeritaria (Achipia), del.