UNA FAMILIA DE ALTO RENDIMIENTO
UNA FAMILIA DE ALTO RENDIMIENTO Esa tarde del 25 de mayo de 2024, Arturo Rossel Corozo, luciendo un short rojo, una camiseta azul con el escudo de Chile en el pecho y el número 366 pegado en la espalda, se paseaba de un lado a otro en el parque deportivo Coliseo Menor de San Marta, en la costa del Caribe colombiano.
En su pierna derecha, además, llevaba un vendaje blanco que contrastaba con el tono moreno de su piel. --Era la primera vez que viajábamos con él a una competencia al extranjero y se notaba que estaba muy nervioso, ¿te acuerdas Pedro? --le dice Candy, madre muchachote Arturo, a su marido, quien a su lado lo corrobora--. La verdad es que yo miraba poco también porque me suelo poner muy nerviosa.
Arturo, de 15 años, pelo ondulado y sonrisa generosa, era uno de los representantes chilenos en el campeonato panamericano junior de gimnasia artística y se enfrentaba a varios de los exponentes más importantes del mundo en su especialidad, el salto, todos al menos dos años mayor que él. --La diferencia física era notoria, ellos tenían así cada músculo --muestra el joven, inflando con sus manos los bíceps--. Era chistoso. Arturo, sin embargo, ese día estaba preocupado, pues llevaba un mes sin conseguir que su salto le resultara y su profesor lo había amenazado incluso con no llevarlo al torneo si no se destrababa mentalmente. Y aunque lo incluyó entre los seleccionados, afirma que antes de viajar le dijo que era probable que hasta se metiera en la final, pero que difícilmente conseguiría una medalla.
Con todo eso en la cabeza, esa tarde, Arturo se situó en el fondo del gimnasio, tomó aire y emprendió una carrera decidida, potente, que remató con un salto y caída impecables. "¡Bieeeeen! ", se escuchó gritar a los asistentes, según lo corroboran videos que hay en redes sociales de ese momento. "Cuando saltó y vimos su cara de felicidad y la de los profes, dijimos: `Ya, aquí está. Lo hizo bien'", recuerda su madre.
Su salto le significó colgarse la medalla de bronce panamericana. --Quedé tercero porque en el segundo salto di muchos pasos, pero era mi primera competencia juvenil y todos quedaron locos --dice sonriente él--. Ese fue el momento más feliz de mi vida... cuando me pusieron la medalla pensé en que todo el sufrimiento pasado valió la pena.
Mientras eso sucedía en Santa Marta, en Santiago de Chile, esa misma tarde su hermano Juan Francisco Rossel, de 19 años, lamentaba la pérdida de un gol cuando arrancó solo en demanda del pórtico de Cobreloa. Habría sido el primer tanto de Pancho en el profesionalismo en su club de toda la vida, la Universidad Católica. Unos meses más tarde, sin embargo, lo lograría y nada menos que con la pirueta más espectacular que un futbolista puede ofrecerle a la hinchada. Candy Corozo y Pedro Rossel se conocieron en 2003.
Ella, una ecuatoriana que entonces trabajaba en la oficina de la aerolínea Aerocontinente en Guayaquil, vino a Chile de vacaciones a la casa de una amiga y un día antes de marcharse salieron a un bar del Barrio Bellavista. En el local estaba Pedro, en la despedida de un colega.
Por esos años él trabajaba en una comunidad terapéutica del Hogar de Cristo, donde ayudaba a personas con adicciones a las drogas y al alcohol. "Candy y su amiga se sentaron cerca nuestro, entonces empezamos a intercambiar miradas, risas, hasta que terminamos uniendo las mesas", relata él. "Como él tiene personalidad, nos dijo `siéntense aquí' y nosotras aceptamos", responde coqueta ella. "Yo altiro enganché con Candy", admite él. Al día siguiente, Pedro fue hasta el aeropuerto para despedirse de ella, pero llegó cuando ella ya había pasado Migración. Apenado pero decidido, se consiguió su dirección en Guayaquil y le envió una carta declarándole su amor. Tras un año de pololeo a distancia, la pareja contrajo matrimonio en Chile, el 7 de mayo de 2004. Diez meses más tarde nació su primer hijo: Juan Francisco. --"Pancho" era un niño muy inquieto. No es que hiciera travesuras, sino que estaba siempre activo --explica su madre--. Bueno, y siendo muy niño entró a un jardín infantil y ahí encontró cómo canalizar esa energía porque había talleres de fútbol. Él tomaba la pelota, no la soltaba en todo el día y bajaba sus revoluciones.
Cuando tenía 4 años entró a prekínder, al colegio San Ignacio Alonso Ovalle y para esas vacaciones de invierno sus padres estaban preocupados, porque sabían que necesitaban una actividad para ese momento, más aún porque Arturo acababa de nacer y Candy tenía que ocuparse de él. Un aviso en el diario, en que la UC convocaba a matricularse, los iluminó. Tras pasar dos semanas en San Carlos de Apoquindo, los profesores notaron que "Pancho" destacaba por sobre el resto y le recomendaron a su papá que lo inscribiera en la escuela del club. Pedro recuerda que en esos tiempos el niño a veces tomaba la pelota y se alejaba del grupo para irse a jugar solo. "Yo era cascarrabias. Cuando no me tocaban la pelota me molestaba, pero era de niño", se justifica él. "Pancho" tenía ocho años cuando por primera vez sintió que lo que hacía le apasionaba.
Ocurrió cuando resultó goleador de su categoría, tras anotar más de 50 goles en el torneo. --Me acuerdo que los profesores me dijeron que tenía condiciones, que no lo viera como un hobby, sino como algo a lo que me podría dedicar en un futuro --recuerda--. Eso me marcó.
A diferencia de Juan Francisco, Arturo era un niño tranquilo y no le llamaba la atención la pelota, pese a que sus padres hasta lo inscribieron siendo pequeño en una escuela de fútbol de la Universidad de Chile. --Me acuerdo que jugaba con mi hermano, pero el fútbol no me convencía --dice. Su padre, Pedro, cuenta que entonces vivían en un condominio donde había niñas que hacían piruetas en el pasaje. Arturo solía mirar sus movimientos. "Un día vimos al Arturo dando volteretas y haciendo flipflap.
Me acuerdo que le dije, `oye, cuidado, no te vayas a caer'", rememora el papá. "Andaba siempre patas arriba, dando vueltas, yo estaba histérica porque pensaba que se iba a pegar, pero era impresionante", agrega su madre.
Arturo recuerda que cuando lo matricularon en el San Ignacio se encontró con unas barras y unas cuerdas, en las que se pasaba colgado todo el día, aunque su mamá añade que hacía "escondido" sus volteretas porque en el colegio gran parte de los niños se enfocaban solo en el fútbol. Eso cambió cuando su profesor de educación física lo vio y lo invitó a participar del taller de gimnasia que impartía. "Desde el primer día me gustó", asegura. La fascinación que sintió lo llevó a pedirle a sus padres que, tal como hicieron con su hermano, buscaran para él algún sitio donde pudiera aprender más y competir.
Pedro y Candy entonces tenían un local de comida rápida en el barrio universitario capitalino, por lo que corrían todo el día para ocuparse del negocio y acompañar a Pancho en sus partidos y entrenamientos en San Carlos de Apoquindo. "La verdad es que no pescábamos tanto lo que nos pedía el más chico, porque estábamos tan ocupados... ", admite Pedro.
Cuando tenía 6 años, ya cansado de no ser tomado en cuenta, Arturo habló con su madre y le dijo que había decidido que cuando grande estudiaría administración de empresas. --Yo le pregunté que por qué quería hacer eso, entonces me contestó que porque como "Pancho" iba a ser jugador de fútbol e iba a ganar mucha plata, él quería administrársela, ayudarle a invertir --relata Candy--. Yo me quedé pensando.
Me acuerdo que le conté a Pedro y dijimos, "bueno, el niño también tiene sus sueños y debemos ayudarlo a cumplirlos". Sin tener idea sobre la orgánica de este deporte, Pedro llamó al Centro de Alto Rendimiento (CAR), donde le explicaron que cada federación tenía sus clubes y que podían darle el número del entrenador de la selección de gimnasia artística, quien tenía uno en Santiago.
El profesor le hizo una prueba y lo dejó de inmediato. --Me acuerdo que tenían una cama elástica y era lo más divertido del mundo --dice con sus ojos iluminados--. Pero la primera vez que sentí que quería dedicarme de verdad fue cuando llevaba dos meses en el gimnasio, tenía siete años y estaba obsesionado con la gimnasia, quería ir todos los días y ya hacía el mortal y todas las cosas. Uno de esos días a un compañero no le salía algo porque decía que había un hoyo en el tapete. Le dije: "Mira, yo te lo voy a hacer"... y lo hice. Ahí me agarraron mala.
Todos eran más grandes que yo, tenían de diez años para arriba y después el profe siempre me usaba como ejemplo... me acuerdo que pensé: "Quizás soy bueno". Pedro y Candy están sentados en el living del bonito departamento en que viven, a pasos de Plaza Italia, a unas pocas cuadras de donde la pareja se conoció. A su lado están Pancho y Arturo. La familia se ríe al relatar lo que han pasado en estos 15 años.
Aunque ninguno de los padres es deportista, recuerdan los cambios en los hábitos alimenticios y de descanso que han debido seguir todos para estar a la altura del alto rendimiento y de las metas de cada uno de sus hijos.
Hablan de las lesiones que les han significado perderse pretemporadas, en el caso del futbolista; y de los miedos que el gimnasta dice que siente cada vez que debe hacer un ejercicio de suelo o de salto, sus especialidades, o del bloqueo que en ocasiones experimenta ante ciertos movimientos, y que le han implicado semanas de llanto silencioso.
Pancho cuenta que el momento más duro de su vida fue cuando el técnico Ariel Holan lo subió al primer equipo en 2023; pero también menciona la alegría infinita que experimentó el 3 de agosto de 2024, cuando ante Palestino anotó su primer gol en el profesionalismo. Fue el tanto del empate para su club, en el minuto 82 y nada menos que de chilena. --Fue una locura, quería hacer todas las celebraciones y no me salió nada. Más encima me caí solo... o sea, me tiré al piso, fue como un desahogo --relata--. Y pensé en todo. En toda la gente, en todo lo que hiciste, en el proceso, en lo que haces día a día para estar, para que esos momentos lleguen. Sentado frente al actual capitán de la Selección Chilena Sub-20 que disputará el Sudamericano que arranca en dos semanas y luego el Mundial de la categoría en septiembre, su hermano Arturo concuerda.
Dice que cuando él ganó la medalla de bronce en mayo le pasó lo mismo. --Pensé en toda la gente que me dijo que podía, pero también en los que me dijeron que no podía y en los que me criticaron. Por su ascendencia materna, ambos podrían defender a Ecuador. Pancho dice que hace dos años se lo ofrecieron, pero lo rechazó. Arturo, en cambio, dice que lo pensaría si le ofrecieran mejores condiciones a los gimnastas que las que otorga Chile. Candy, su mamá, sonríe. Frente a los dos, los padres han escuchado a sus hijos hablar de sus vidas durante más de una hora, pero ahora ellos quieren dedicarles algunas palabras.
Les recuerdan que en el deporte suele existir la envidia, pero que no deben dejar de perseverar en sus sueños, que en el caso de Pancho son jugar por la selección adulta y el Milán de Italia, y en el de Arturo son ser medallista en los próximos Panamericanos y competir en los Juegos Olímpicos de Los Angeles 2028. "Yo esto lo vivo con gratitud y orgullo por ustedes, porque es un camino en que los hemos acompañado cuando triunfan y les va bien, también en los momentos en que no les va tan bien... pero sepan que los vamos a acompañar siempre", les dice la madre.
Pedro, en tanto, les pide que "no normalicen" el esfuerzo que hacen cada día, que nunca olviden lo temprano que se levantan, de las jornadas con dobles de entrenamiento, de las privaciones de la adolescencia, de las lesiones que han sufrido ni de los retos que han recibido de parte de sus entrenadores, pues ya están cosechando sus frutos. --Lo que ustedes hacen es una maravilla, son unos cracks. Pancho y Arturo esta vez se silencian, lo miran con respeto y asienten.
Hijos de padre chileno y madre ecuatoriana, los hermanos Juan Francisco y Arturo Rossel son dos de las mayores promesas del deporte nacional. "Pancho" ya es capitán de la Selección Chilena Sub-20 de fútbol que este año disputará el mundial de la categoría, mientras que con 15 años, Arturo es medallista panamericano en salto. POR LEO RIQUELME FOTO MACARENA PÉREZ Por su ascendencia materna, ambos podrían defender a Ecuador. Pancho dice que hace dos años se lo ofrecieron, pero lo rechazó. Arturo, en cambio, dice que lo pensaría.
En la foto, la ecuatoriana Candy Corozo, mamá de los deportistas; su marido, Pedro Rossel, y Pancho y Arturo. "Esto lo vivo con gratitud y orgullo por ustedes porque es un camino en que los hemos acompañado cuando triunfan y les va bien, y también en los momentos en que no les va tan bien", dice Candy.
Una familia de ALTO RENDIMIENTO Los planes de Pancho (a la derecha) son jugar por la selección adulta y el Milán de Italia, y los de Arturo, ser medallista en los próximos Panamericanos y competir en los Juegos Olímpicos de Los Angeles 2028. Los Angeles 2028..