Ucrania, una paz posible
Ucrania, una paz posible La guerra de U c r a n i a h a s i d o a s o m b r o s a p a r a cualquiera que mire las relaciones internacionales después de la Segunda Guerra Mundial. C a m u f l a d o c o n torpeza, era un evidente intento de considerarla una provincia rebelde, como Beijing ve a Taiwán, que debía ser devuelta al rebaño. Cierto, posee algo del carácter de una guerra de secesión. Una parte del país pretende la independencia y la sede metropolitana lo impide por la fuerza de las armas.
La guerra de Biafra por independizarse de Nigeria, intento abortado por una larga guerra civil entre 1966 y 1970, una de las tantas terriblemente sanguinarias que han azotado a África negra, es típica en este sentido; Bangladesh, con el apoyo de la India, se separa en 1971 de Pakistán, en medio de un caudaloso río de sangre. Sudán en cambio se dividió en dos y Etiopía y Eritrea se separaron, aunque la situación es tensa, casi caótica. Si esto hubiera ocurrido entre Rusia y Ucrania al disolverse la URSS a fines de 1991, quizás habría habido comprensión, al menos, para la demanda rusa en Crimea y otros leves ajustes fronterizos. Tenemos que analizar caso por caso para poder evaluar la justicia o insania de estas situaciones. Con todo, se podría sostener que en general la fragmentación de los Estados no lleva a una feliz autodeterminación de los pueblos ni necesariamente a la paz. Tan importante como las fronteras reconocidas y seguras, lo es la creación y construcción de formas políticas que convivan con una civilización dinámica. El quiebre de Rusia con Ucrania me parece que se debe a esta situación. No obstante, la violenta invasión rusa, reminiscente de los tanques soviéticos sobre Budapest en 1956 o, más atrás, el Pacto Nazi-Soviético (1939), solo consolida la conciencia nacional del oprimido.
Ucrania, aunque bastante abollada y quizás por largo tiempo reducida, definitivamente recibió el bautizo como nación: goza de un mito, la resistencia al invasor, tal cual el levantamiento de Varsovia en 1944, o el de los finlandeses en 1939, que incluso rechazaron la primera embestida de las tropas de Stalin; es el recuerdo que atizó el reciente ingreso de Finlandia a la OTAN.
Putin decidió jugarse el todo por el todo y desencadenó todo el poder militar en guerra convencional en la era de los misiles sobre un país mucho más débil, sostenido solo en la logística de sus aliados y en su propia determinación. No podía durar para siempre, ni es un liderato criminal con su propio pueblo como lo fue, por ejemplo, Hanoi.
Casi siempre las democracias se cansan de la guerra antes que los despotismos, además que con Trump Washington es hoy por hoy una incógnita y Europa, muy preocupada con la amenaza rusa, está políticamente a la deriva. Por otro lado, provocar una cadena de guerras sin fin, otro 1914, sería más que irresponsable. ¿La alternativa? Habiendo fracasado Putin en su intento (en la práctica) de anexión, hay que entregarle algunos bocadillos.
Las líneas de un cese del fuego deberían ser las fronteras de facto, sin reconocimiento de cambio según derecho internacional; el resto de Ucrania podría ingresar a la OTAN (me parece que la letra del tratado es ambigua en estos sentidos), y con todos sus ingentes problemas, tenderá a girar más y más en el espíritu europeo, si es que este todavía reluce en vigor. Señalo todo esto porque está en línea con tesis que se manejan con discreción en círculos estratégicos. No es un problema lejano a nosotros ni mucho menos. Para Chile es de vital importancia que se respete íntegramente el principio de respeto a los tratados, lo que comprende las fronteras y límites, salvo modificación voluntaria de las partes. No es algo baladí. C O L U M N A D E O P I N I Ó N Ucrania, una paz posible No es un problema lejano a nosotros ni mucho menos. Para Chile es de vital importancia el principio de respeto a los tratados. Si desea comentar esta columna, hágalo en el blog Por Joaquín Fermandois.