Evolución institucional
Evolución institucional Desde el advenimiento del Gobierno Militar, Chile ha experimentado profundas transformaciones en su estructura política (1973-1990). Hacia la década de los años 60, nuestro sistema constitucional terminó por agotarse, aliándonos a una revolución de ideología totalitaria. Se hacía entonces ostentación del uso y abuso del instrumental democrático, el cual se manipulaba, paralelamente, sin otro norte que la conquista del poder.
La gran consigna de la posguerra consistió en ganar los gobiernos de Occidente, no por medio de acciones rupturistas y la movilización de las masas, como se pregonaba, sino por el dominio de la democracia capitalista. Esta etapa constituye la más refinada manifestación de la hipocresía electoralista. Tan pronto se consolidó el Gobierno Militar recuperamos la normalidad necesaria para restablecer el orden público.
Los adversarios del nuevo régimen, a lo largo y ancho del mundo occidental, se sumaron a una odiosa campaña, destinada a desacreditar la libertad, como impulso productivo, y la unidad de las naciones, como fortaleza de la independencia y autonomía política. Ciertamente esta estrategia rindió frutos generosos para los partidarios de los países comunistas.
Desde luego, entorpeció los esfuerzos que se desplegaron en desmedro de los planes de desarrollo en marcha, y colocó a Chile a la cabeza de los infractores de los "derechos humanos", desapareciendo, como por encanto, casi un siglo de atropellos (desde 1917). Los chilenos no hemos sido capaces de superar las debilidades que nos paralizan y seguimos sufriendo los embates que anunció la extrema izquierda cuando reconoció que actuaría "con un pie en la calle y un pie en el Gobierno". No cabe duda, entonces, que sufrimos una dolencia crónica o crisis de representación que pone atajo al empuje que demanda el futuro. El sistema político se funda en la representación. El electoralismo es el instrumento que dispensa el acceso al Gobierno de la República y la llave para manejar el Estado.
Es evidente que los partidos políticos, que reclaman para sí no una cuota, sino todo el poder político, no expresan ni remotamente la voluntad de las grandes mayorías ciudadanas, a lo más su sensibilidad ante consignas efectistas, circunstanciales y demagógicas (en Chile predomina incontrastablemente la "partitocracia", simulando una participación que carece de toda viabilidad). Prueba irrefutable de lo que sostenemos es el resultado de los últimos plebiscitos destinados a reemplazar la Carta Constitucional, en los cuales ha quedado de manifiesto la indiferencia de los ciudadanos, su ignorancia sobre las materias consultadas y la ausencia de convicciones que aseguren la solidez del modelo político escogido. Unido a lo anterior, los cuerpos intermedios son despojados de todo influjo, organizándose un sistema en el cual predominan, sin contrapeso, las contiendas tradicionales ya superadas. Volvemos por este medio a promover e intensificar la "lucha de clases" y a movilizar el descontento social. En suma, me temo que el camino escogido conduce a la inestabilidad, el desorden y la profundización de nuestros defectos, pero es posible todavía enmendar el rumbo. PABLO RODRÍGUEZ GREZ.