El arte de desconfiar: ver más allá de lo que la imagen muestra
El arte de desconfiar: ver más allá de lo que la imagen muestra Alejandro Arros Aravena Doctor en Educación, Académico Departamento de Comunicación Visual UBB Vivimos en una época donde la imagen, lo arrastra todo, verdades, medias verdades, ficciones y mentiras sin remordimiento. Desde la pintura medieval que idealizaba a reyes hasta la fotografía digital que hoy nos vigila y seduce, cada imagen lleva la huella de quien la produce.
No hay neutralidad, como recuerda Roger Cozien, creador del software Tungstène, herramienta forense para detectar manipulaciones digitales, "no hay imagen neutral". Incluso lo que consideramos un registro puro es, en realidad, una construcción; cada cuadro selecciona lo que quiere que veamos y lo que no. En este mundo saturado de pantallas, distinguir la verdad de la mentira se ha vuelto un arte de resistencia. El reto no es nuevo, pero hoy se ha vuelto urgente.
No sólo porque la manipulación se ha democratizado, cualquiera con un teléfono y una aplicación de edición puede crear un espejismo, sino porque la inmediata de las redes se convierte en viral lo que apenas ha sido verificado.
El video de TikTok que nos conmueve o enfurece en segundos rara vez nos concede el tiempo de preguntarnos: ¿ es real? ¿ Ocurrió como lo vemos? ¿ O es apenas un tejido de fragmentos pensado para engañar? La historia reciente está poblada de ejemplos. En campañas electorales, las imágenes circulan como proyectos: un gesto congelado en el peor momento, una frase descontextualizada, un montaje sutil que asocia a un candidato con un símbolo favorable o con una sombra infame. No es casualidad, el contenido multimodal -video, imagen y textoes más persuasivo que el texto solo, y en política esa persuasión es oro. El problema es que, como demostró el Informe CETaS (2025) del Alan Turing Institute, aunque la desinformación impulsada por IA no cambió los resultados electorales en EE. UU., sí alteró la conversación pública y polarizó aún más a los respondieron. La verdad visual requiere método.
Cozien lo explica con claridad: hay alteraciones permitidas, retoques que no cambian el sentido de la imagen, y falsificaciones deliberadas En la vida diaria, la mentira visual puede ser trivial: un filtro de belleza, un cielo más azul. Pero en la esfera pública, sus consecuencias pueden ser devastadoras. En épocas electorales, una imagen falsa no solo engaña: puede torcer una votación, alimentar un odio, legitimar una violencia. La historia, por desgracia, conoce demasiados casos. Hoy, con la inteligencia artificial generativa, el riesgo crece: cualquier rostro puede ser colocado en cualquier escena, cualquier voz puede ser replicada. No hay receta infalible, pero hay una actitud que marca la diferencia: la vigilancia poética. Mirar con sensibilidad, disfrutar de la belleza de la imagen, pero sin entregarle nuestra fe ciega. Saber que la mentira puede ser seductora, pero que la verdad, aunque frágil, tiene una elegancia que resiste. Y que, al final, la libertad del espectador radica en no dejarse gobernar por el primer destello que lo deslumbra. con intención de manipular. Estas últimas son el verdadero enemigo. Ahí ingresa en juego las herramientas forenses como Tungstène o los programas de integridad de medios capaces de detectar incoherencias de píxeles, anomalías cromáticas, cortes invisibles con una simple vista. Y, sin embargo, la técnica no basta. La alfabetización visual, esa capacidad de leer imágenes con el mismo espíritu crítico con el que analizamos un texto. es tan necesaria como escasa. Sin entrenamiento, somos pésimos detectando montajes; Con práctica guiada y retroalimentación, podemos mejorar de forma notable. La alfabetización visual comienza con la pregunta: ¿ De dónde viene esta imagen? La búsqueda inversa es un antídoto sencillo: localizar el original y ver cómo ha sido recortado o manipulado. Una manera de seguir el ADN de la imagen". Y en redes sociales, la verificación colectiva actúa como enjambre: cuando algo suena sospechoso, millas de ojos lo comparan, analizan, exponen. Pero la comunidad no siempre es infalible, y en épocas de alta polarización, incluso la verificación se convierte en campo de batalla. En este contexto, resulta reveladora la escena de Forrest Gump en la que Tom Hanks, convertido en Forrest, estrecha la mano del presidente Nixon. Una imagen imposible, pero creíble. Filmada en pantalla azul, insertada con técnicas de chroma key, morphing y rotoscopia, la escena fusiona realidad y ficción con la precisión de un relojero. No pretendas engañar: su mentira es poética, su montaje es confesamente cine.
Sin embargo, nos recuerda algo inquietante: si el cine podía hacer esto en el siglo pasado ¿ qué no podrán hacer hoy quienes buscan engañar deliberadamente? El montaje cinematográfico y la falsificación política comparten la misma raíz técnica, pero no la misma ética. En el cine, la manipulación es arte; en la política, es arma. Por eso, en campañas, la imagen se convierte en un campo minado. Hay quienes, con una fotografía manipulada, instalan la duda sobre un adversario; otros crean un video emocional que confirma prejuicios. El efecto suele ser rápido: un golpe en la percepción que, incluso si luego es corregido, deja cicatriz. Un estudio de la Harvard Kennedy School sobre corrección de desinformación electoral mostró que el fact-checking tiene efectos limitados y de corto plazo, sobre todo cuando el contenido coincide con creencias previas. No se trata de renunciar a las imágenes ni de vivir en la paranoia, sino de asumir que el ojo, por sí solo, no basta.
Necesitamos entrenar la mirada para que sea poética y escéptica al mismo tiempo: que pueda disfrutar de una ficción sin confundirla con un hecho; que sepa que cada cuadro es una decisión, cada pixel una palabra en un idioma que podemos y debemos aprender a leer. La alfabetización visual es, en este sentido, una forma de ciudadanía. En la vida diaria, la mentira visual puede ser trivial: un filtro de belleza, un cielo más azul. Pero en la esfera pública, sus consecuencias pueden ser devastadoras. En épocas electorales, una imagen falsa no solo engaña: puede torcer una votación, alimentar un odio, legitimar una violencia. La historia, por desgracia, conoce demasiados casos. Hoy, con la inteligencia artificial generativa, el riesgo crece: cualquier rostro puede ser colocado en cualquier escena, cualquier voz puede ser replicada. La tecnología que en Forrest Gump sirvió para movernos, en manos equivocadas puede servir para dividirnos. No hay receta infalible, pero hay una actitud que marca la diferencia: la vigilancia poética. Mirar con sensibilidad, pero también con sospecha; disfrutar de la belleza de la imagen, pero sin entregarle nuestra fe ciega. Saber que la mentira puede ser seductora, pero que la verdad, aunque frágil, tiene una elegancia que resiste. Y que, al final, la libertad del espectador radica en no dejarse gobernar por el primer destello que lo deslumbra..