Unas cuantas lecciones de francés… y de vida en LA PROVENZA
Unas cuantas lecciones de francés y de vida en LA PROVENZA de! ”, intervino Miramont, corrigiendo la preposición en lo que parecía la décima vez del día. Y la jornada acababa de comenzar. Estudié francés durante más de una década, fascinada por la belleza del idioma y motivada por los avances que estaba logrando. Al mismo tiem-po, sentía como si estuviera chocando contra una pared, repitiendo errores, sin importar cuántas tarjetas hubiese repasado o los episodios de The Bureau y Lupin que había visto. Así que había llegado a la Provenza con la esperanza de lograr un gran avance. En lugar de eso, sentía una frustración creciente. El problema, dijo Miramont, era que la gramática incorrecta estaba “fosilizada” (“fossilisé”) en mi cabeza. Lo que tenía que hacer era desprogramarme. Cualquier tipo de desprogramación parecía una buena idea. Nos dirigimos al estudio de Miramont, un lugar al que, según me dijo, sus alumnos llaman “la cámara de tortura”, para comenzar nuestra primera lección. Marcó una prueba que me había pedido que completara antes del viaje, señalando mis pronombres fuera de lugar, mis transiciones mal utilizadas y, con destacadores azules y rosados, mis sustantivos sin género. Más tarde, durante el almuerzo en los sombreados jardinesdel Hôtel de Caumont en Aix-en-Provence, pedí una “tarte aux abricots”, alterando la pro-nunciación. “Liaison! Liaison! Liaison! ”, dijo ella, refiriéndose a la regla que exige el deslizamiento de ciertas palabras en francés, y luego dijo “tarte aux abricots” (pronunciado: tar-tohzabry-koh) para que yo lo repitiera. Consideré la posibilidad de tomarme un descanso por completo de hablar. Pero incluso con esas confusiones, algunas partes del viaje resultaron un deleite absoluto, como siempre lo es descubrirnuevos lugares. Miramont menes, una panadería en la que probé una magdalena caliente con sabor a naranja, la mejor que he comido en mi vida. También me recomendó rutas de senderismo fuera de Cassis con acceso a ensenadas estrechas y apartadas, conocidas como calanques, donde nadé en aguas turquesa. Y durante un concierto al aire libre en el Théâtre de la Sucrière de Marsella, nos dejamos extraviar en la belleza de una actuación del pianista cubano de jazz Omar Sosa. Además, me llevó al Teatro Eden de la localidad de La Ciotat. Inaugurado en 1889, es el cine público en funcionamiento más antiguo del mundo y donde los hermanos Lumière, entre los primeros en crear películas, proyectaron sus trabajos más tempranos.
A través de paseos en auto, caminatas a lo largo de la costa y copas de vino, Miramont y yo hablamos no solo de gramática y modismos, sino también acerca de la decisión de su hija, dentista, de convertirse en actriz, de nuestras propias carreras y ambiciones, y hasta de cómo hablar sobre política con amigos que tienen opiniones diferentes. Como sea, con ella no se podían ocultar los errores. Les repite a sus alumnos que “no es una maga” y que el progreso requiere trabajo duro y a diario. Te equivocas, aceptas lo que salió mal y empiezas de nuevo. Quizás esto era lo que necesitaba recordar, y no tan solo en cuanto a mi enfoque para aprender francés. En mi último día, Miramont me llevó a la estación de tren de La Ciotat para despedirnos. Le pedí al vendedor un pasaje “àMarseille”. “Pour Marseille”, mecorrigió ella unos minutos más tarde, y explicó que “pour” se usaba para comprar el pasaje a un lugar. Nos abrazamos y subí al tren, rumbo a algún sitio nuevo. D© The New York Timesuna semana y aloja en su casa de campo, que tiene una piscina infinita y vistas panorámicas al Mediterráneo. Elegí su programa Live and Learn en Provence, que encontré en Google porque tenía buenas críticas y ofrecía tanto estudio riguroso como inmersión cultural. Ella muestra a los estudiantes sus lugares favoritos de la región y planifica excursiones adaptadas a sus intereses. Para mí, eso se tradujo en nadar, hacer senderismo y probar la comida local. En ese primer día, desde la estación, Miramont me llevó a un circuito por Marsella que incluía cena y un concierto de jazz. No llegamos a su casa hasta tarde. Y una vez allí, me instalé en una habitación que tenía su propia entrada, baño y un patio privado donde podía hacer mis tareas.
A la mañana siguiente, mientras tomaba café y probaba unos croissants en el patio, Miramont habló de los vientos inusualmente fuertes que había en lazona, de su próximo viaje a Uzbekistán y de la creciente actividad de las cigarras que cantaban a nuestro alrededor. Me obligué a concentrarme.
Tenía la intención de preguntar sobre las horas del día en que las cigarras, o “cigales” en francés, comienzan y dejan de cantar, pero en lugar de eso usé la palabra que significa “cigarros”. Ella me miró con curiosidad.
Luego hice otra pregunta, usando “à” incorrectamente conla palabra “difficile”. “DifficileCuando reservé un programa individual intensivo de idiomas en Francia, imaginé una escapada de ensueño durante la cual podría practicar francés mientras conocía la Provenza a través de los ojos de un local. Pero tan pronto llegué, tuve mis dudas. Días antes, la relación de largo plazo que tenía se había derrumbado.
Mientras mi cabeza daba vueltas, me preguntaba cómo iba a sobrellevar cuatro días de charla trivial forzada, fuera de casa, en otro idioma, con un extraño. ¿O era exactamente eso lo que necesitaba? Brigitte Miramont, la anfitriona del programa, sugirió por teléfono que nos reuniéramosen el “dépose minute” de unStarbucks cerca de la estación de trenes de Marsella. No tenía idea de qué significaba eso, pero a la hora y día acordados llegué al café y encontré a una Miramont radiante. Señalaba hacía el “dépose minute” y explicó que significaba “punto de entrega”. Ese fue el último intercambio que tuvimos en inglés. No hay estadísticas oficiales sobre cuántos programas de idioma con alojamiento con familias locales existen, pero muchos han surgido en los últimos años como alternativa a las escuelas más for-males. No solo en Francia, sino también en Gran Bretaña, España, Italia y otros países. Hay empresas como Lingoo, que conectan a estudiantes con servicios previamente aprobados, mientras otros anfitriones como Miramont operan de forma independiente. Miramont empezó a recibir estudiantes en su casa hace siete años, cuando jubiló de su puesto como profesora de francés para extranjeros en la Universidad de Aix-Marseille.
Ha tenido más de 100 alumnos, y la mayoría se apunta a un curso dellevó a Christophe Madelei-. Más allá de escuelas y cursos tradicionales, los programas para aprender idiomas que combinan estadía con “profesores” locales son otra forma de conocer en serio no solo la lengua, sino también algunos rincones inesperados en países como Francia. POR Jenny Gross. T Y